Tragedia y triunfo a orillas del Sena

Por Andrés Merino

Los veintiséis años que transcurrieron entre 1860 y 1886 fueron gloriosos para la historia de la Pintura en occidente, especialmente en Francia. Muchos más que veintiséis son las localidades que atraviesa el Sena desde que cruza París hasta su desembocadura, en Le Havre. En los meandros que el curso fluvial forma hasta su confluencia con el Oise, en la capital francesa y sus cercanías, vivieron durante lustros algunos de los pintores sin los cuales no puede entenderse el XIX galo. Sue Roe nos propone un ensayo biográfico conjunto sobre la convivencia artística de un heterogéneo grupo de creadores, “La vida privada de los impresionistas”, editado en español por Turner. El libro es un retrato ameno que desde un comienzo aparentemente divulgativo penetra en la trayectoria personal de personajes como Pisarro, Manet, Renoir, Degas, Monet, Cézanne, Caillebotte o dos mujeres que compitieron con ellos de igual a igual y a las que sólo en las últimas décadas parece haberles llegado un merecido reconocimiento, Berthe Morisot y Mary Cassatt. Lo hace de forma rigurosa, aportando datos claves para entender sus obras. Pero con una idea central: la importancia de sus relaciones personales en la configuración de un espacio creativo único. Recreando la asistencia de la mayoría de ellos a dos de los talleres de enseñanza pictórica más “libres” en el París de Napoleón III (Gleyre y Suisse) la autora nos conduce a lo que serán prolongadas amistades o al menos coincidencias frecuentes de intereses artísticos y, desde luego, comerciales. Así, Roe dibuja sin saberlo un retrato conjunto de una de las ocasiones más excepcionales de la historia del Arte: la coincidencia en un espacio vital, rural y urbano, relativamente menor, de un conjunto de artistas como quizá desde la Florencia del Renacimiento o la propia Roma clásica no se había dado. Lo cierto es que el París del barón Haussmann, el de las grandes avenidas y las construcciones magníficas que llamaban a la vida social, fue un inmejorable marco para aquellos pintores y escultores que dormían a pocos kilómetros pero vendían sus obras a la gran burguesía que se decidía a comprar sus cuadros.

“La vida privada de los impresionistas” es la historia de una gesta, la del grupo de maestros que decidió enfrentarse a la uniformidad del llamado “Salón”, que reunía anualmente a los pintores de consagrado oficialismo, y pusieron en marcha hasta siete exposiciones alternativas. Todo ello en medio de aventuras personales (bodas, amoríos, muertes inesperadas de esposas e hijos), económicas (en las que destaca un curioso sentido de solidaridad mutua que les redime de otros egoísmos y cobardías vitales) e incluso políticas, pues no en vano vivieron la guerra franco-prusiana de 1870 (de la que al menos dos desertarían y en la que uno, Bazille, encontraría la muerte), el estallido de la Comuna, en el marco de las tensiones industriales y obreras del último tercio del siglo. Lo asombroso es comprobar como el libro combina a la perfección la carestía de una profesión de riesgo con las alegrías de los cafés de Montmartre, la alegría del color en la pequeña historia que rodea a muchos de los que hoy consideramos grandes lienzos con la tristeza de la muerte de Manet (respetada con silencio y sombreros en la mano en el propio Salón al que llevaban desafiando tantos años) o la disolución, no decidida pero irreversible, del grupo.

Roe se apunta a una de las más extendidas versiones del origen del término impresionistas, con el que comenzó a conocerse al grupo: la publicación de un artículo muy crítico sobre la primera exposición conjunta que organizaron, en la que dos supuestos visitantes calificaban sus paisajes como raras “impresiones”. Si de impresiones hablamos, no podemos dejar de calificar al libro como de gran obra, una meritoria contribución a la historia del Arte que no puede dejar de ser leída.

“La vida privada de los impresionistas”
Sue Roe

Madrid, Ed. Turner, 396 pág.

ISBN: 978-84-7506-812-1