Sergio Ramírez, encargado de depositar el legado de Ernesto Cardenal a la Caja de las Letras, junto a los demás asistentes al acto: Luis García Montero, director del Instituto Cervantes;Claudia Neira Bermúdez, directora del Festival Centroamérica Cuenta; Luis Guillermo Solís, expresidente de Costa Rica; el escritor guatemaltecco, Rodrigo Rey Rosa, y la escritora nicaragüense, Gioconda Belli, sentada. Foto: Valentina Deluca / Instituto Cervantes.

La Caja de las Letras se abrió este lunes por partida triple para recibir los legados de tres autores referentes en Centroamérica: la boina, gafas y versos sueltos del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (1925 – 2020); un manuscrito, una primera edición y objetos personales de la poeta salvadoreña-nicaragüense Claribel Alegría (1924 – 2018); y cinco cuadernos manuscritos del escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa.

Los encargados de depositar los legados «in memoriam» de los poetas nicaragüenses, Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, fueron sus compatriotas el escritor premio Cervantes, Sergio Ramírez, y la autora Gioconda Belli, respectivamente.

Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, destacó cómo este homenaje, realizado en colaboración con el Festival Centroamérica Cuenta, pone de manifiesto el «espíritu con el que trabaja el Cervantes en el mundo para divulgar las lenguas y las culturas de todas las nacionalidades del territorio español en hermandad y comunidad fraterna con la comunidad latinoamericana».

García Montero recalcó asimismo la especial importancia de la colaboración de la institución con el festival centroamericano, el cual «cuenta de verdad», especificó, «porque tiene valor y sabe plantear las cosas que hoy merecen la pena: la libertad en la cultura, el conocimiento, la lucha contra la mentira o la manipulación, y la consolidación de informaciones veraces y de la creatividad libre para definir los marcos de la convivencia».

Marco de colaboración entre ambas instituciones

Previo al homenaje el director del Instituto Cervantes y Sergio Ramírez, en calidad de presidente de la Fundación Centroamérica Cuenta, firmaron un protocolo general de actuación mediante el cual consolidar la colaboración entre ambas entidades y «poner a disposición la libertad y creatividad centroamericana toda la red de centros del Instituto Cervantes», indicó García Montero.

Por su parte, Ramírez, agradecido por el respaldo ofrecido, destacó el proyecto que se desarrollará en las sedes del Cervantes en Europa, «Las cuentas de Centroamérica», un programa que abarcará tanto sobre la creación literaria como el examen de la realidad política, el cual coordinará Luis Guillermo Solís, expresidente de Costa Rica, también presente en la firma.

Ernesto Cardenal: su boina, sus gafas y una cajita de versos

Al presentar la figura de Ernesto Cardenal Martínez (Granada, 1925 – Managua, 2020), Sergio Ramírez recordó cómo ambos fueron vecinos durante 40 años, en la que ellos llamaban la calle de los Chilamates en Managua (Nicaragua), barrio de poetas, donde también vivían Claribel Alegría, Vidaluz Menesens y Daisy Zamora.

Ambos autores intercambiaban sus textos y en las visitas a su casa, Ramírez relató cómo «a veces lo encontraba de rodillas en el suelo con los versos mecanografiados en su máquina portátil para ordenarlos allí en el piso (…) y una vez acomodados de manera definitiva, los mecanografiaba de nuevo, en una tarea de ingeniería verbal, de la quedaban sobrantes útiles para nuevos poemas dentro de una caja».

«A esta caja, cuyo contenido mandó quemar cuando muriera, lo llamaba su computadora» añadió el escritor, y «aquí ha llegado ahora desde Nicaragua, por vías extraviadas, para conformar su legado».

Junto a ella, el escritor depositó en el cajetín nº 975 de la cámara acorazada una hoja con su firma y dos objetos que—junto a la cotona (camisa tradicional nicaragüense) y sus sandalias— identificaban inconfundiblemente a Ernesto Cardenal, una boina vasca y sus gafas.

Sergio Ramírez finalizó su intervención con la lectura de Así en la tierra como en el cielo (2018) uno de los últimos poemas del homenajeado, autor de títulos como Vuelos de victoria (1984), Cántico cósmico (1989) o los célebres poemarios Epigramas (1961) y Salmos (1964).

Clarilegios, armonía entre la forma y el contenido social

«Mujer que quise y admiré, maestra de vida y poesía», así recordó Gioconda Belli a Claribel Alegría (Estelí, 1924 – Managua, 2018) y —parafraseando a Rubén Darío, en su descripción de San Francisco de Asís—, la definió como una mujer de «corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, la mínima y dulce Clara Claribel».

Belli relató cómo mientras estudiaba en Nueva Orleans, Claribel Alegría escribió a Juan Ramón Jiménez, quien no sólo le contestó, sino que la convenció para mudarse a Washington a estudiar bajo su tutela. Tras tres años, el premio Nobel y Zenobia Camprubí la sorprendieron con la edición de un libro con sus mejores poesías Anillo de silencio (1948). Una primera edición de esta obra, con prólogo de José Vasconcelos, ha pasado hoy a formar parte de la Caja de las Letras del Cervantes.

En relación a su poesía, Belli acuñó el término «clarilegio» al referirse al ritmo sonoro tan característico y propio de la poeta, «de perfección formal pocas veces vista en Centroamérica, que consuma el matrimonio entre la forma y el contenido social», alabó.

Asimismo, entraron a la caja nº 990 como «testimonio de amistades profundas», dos cuencos de mate con sus respectivas bombillas (pajitas de metal), regalados por Eduardo Galiano y por Julio Cortázar a la representante de la Generación Comprometida.

Un índice manuscrito del poemario Voces (2014), con una cita de Fernando Pessoa en la página inicial y la dedicatoria a sus cuatro biznietos, así como un texto escrito por su hijo Eric Flakoll Alegría completa el legado de la premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, «el que más feliz la hizo», indicó Belli.

Rey Rosa: cuadernos repletos de notas

El escritor y traductor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (Ciudad de Guatemala, 1958) agradeció en este acto no sólo a instituciones y colaboradores, sino también a adversarios y enemigos, pues como confesó «pueden ser tan estimulantes en su obra como tantos amigos».

Destacó la labor de estas iniciativas para los escritores de países «en zozobra constante, como el mío» y aseguró que «es vital para los libros provenientes de naciones como las de Centroamérica, con instituciones fallidas, archivos corrompidos, sin buenas bibliotecas y con pocos lectores (…) y es de estos estados criminales de la que ha surgido la literatura criminal, de la cual, unos fragmentos deposito aquí».

El autor, premio Nacional de Literatura de Guatemala (2004) depositó en la caja nº 961 cinco cuadernos manuscritos, con anotaciones para la elaboración de sus obras: uno completado en Tánger, en 1983, con uno de sus primeros cuentos La entrega, incluido en El cuchillo del mendigo (1986); otro cuaderno escrito en Nueva York, en 1996, con algunos de los relatos de la colección Ningún lugar sagrado (1998); dos libretas moleskine con el cuento Finca familiar (2006); y una de las libretas que conforman la novela El material humano (2009).

Rey Rosa comentó divertido cómo la idea de cápsula invita a fabular sobre el porvenir y deseó que en el futuro «quienes intenten leer nuestros papeles no alcancen a entenderlos; no por desconocimiento de nuestro alfabeto o lengua, sino porque desconocen los penosos sentimientos que nos mueven: rivalidades, envidias, traiciones o deseos desmedidos, (…) ojalá que para quien habite este planeta en un futuro lejano, todas estas naderías sean un misterio», concluyó.

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