Con el nombre de “Beatos” se conoce un corpus de copias manuscritas del Comentario al Apocalipsis que a finales del siglo VIII realizó Beato de Liébana. El ejemplar de la BNE recibe el nombre de sus promotores, Fernando I y Sancha, es uno de los pocos Beatos de encargo regio, y su factura material y riqueza artística dan cuenta de una cuidada realización.

La exposición Beato de Liébana, la fortuna del Códice de Fernando I y Sancha se podrá visitar en la BNE del 16 de marzo al 27 de agosto de 2023. Comisariada por Sandra Sáenz-López Pérez, la exposición muestra uno de los Beatos más célebres de los aproximadamente cuarenta ejemplares que, entre códices y fragmentos, se han conservado de la Edad Media.

El manuscrito está custodiado en la BNE desde los orígenes de esta institución. La signatura que lo identifica (Vitr/14-2), evoca que una vez estuvo en la sala de manuscritos de la actual Sede de Recoletos tras una vitrina: allí se guardaban y exhibían los códices más valiosos. Actualmente se encuentra bajo estrictas medidas de conservación. Accesible solo a investigadores, su digitalización en la Biblioteca Digital Hispánica y su copia facsimilar permiten el acceso al ejemplar y su disfrute. Convertir este Beato en eje cardinal de esta exposición consigue acercar al público al manuscrito original.

El objetivo de la muestra es bucear entre sus folios para descubrir una de las obras artísticas más fascinantes de la Alta Edad Media, protagonista, además, de una parte fundamental de la historia del libro medieval iluminado. Como cualquier bien cultural, el manuscrito del Beato de Fernando I y Sancha no es solo aquello que fue en su origen. El paso de la historia y las manos de los que lo consultaron son responsables de sus modificaciones y, especialmente, del valor que hoy le asignamos. Las marcas dejadas en él y a las fuentes documentales que lo referencian revelan la constante atención que despertó a lo largo de los siglos; la reconstrucción de su biografía descubre una azarosa vida desde que fuera ejecutado en un scriptorium regio leonés, para el monasterio San Juan Bautista de León (actual San Isidoro de León).

De León a Madrid, Toledo, Plasencia (Cáceres) y Mondéjar (Guadalajara). Gaspar Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar (1628-1708), fue su último propietario. Su biblioteca fue incautada por Felipe V durante la guerra de Sucesión, pasando así el Beato de Fernando I y Sancha a la Biblioteca Real, germen de los fondos librarios de la actual Biblioteca Nacional de España.

Durante la guerra civil española, gran parte del tesoro artístico fue evacuado de los museos y bibliotecas para protegerlo de los bombardeos de los que la Biblioteca Nacional de España fue también víctima. Wenceslao Roces, Subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública, dispuso que bajo la dirección y custodia del Director de la Biblioteca Nacional, Tomás Navarro Tomás (1936-1939), se trasladaran a Valencia “los fondos que se consideren más indicados para ser objeto de esta medida”. Julián Paz y Espeso, Jefe de la Sección de Manuscritos, fue el encargado de seleccionar los códices que encontrarían su salvaguarda fuera de la capital. Se evacuaron un total de 5.349 volúmenes en cajas. El Beato de Fernando I y Sancha lo hizo en la caja n.º 54, el Día de Navidad de 1936. El desarrollo de la guerra forzó al Gobierno de la República a seguir trasladando el tesoro artístico español, hasta su exilio. En 1939, al término de la contienda, las obras regresaron y, entre ellas, el Beato de Fernando I y Sancha a la BNE.

Para entonces, la obra era vista con otros ojos. El llamado “giro icónico” que desde el ámbito académico se había producido hacia el libro medieval supuso la revalorización del aparato visual de los manuscritos iluminados. En el contexto español alcanzaron protagonismo los Beatos. Ejemplares altomedievales como el Beato que protagoniza esta exposición fueron vistos como señas de identidad de la cultura y el arte nacionales. Hoy los Beatos han trascendido toda frontera. En 2015, la UNESCO incluyó los Beatos conservados en España y Portugal en el Registro de la Memoria del Mundo.

Beato de Liébana, Códice de Fernando I y Sancha, fol. 7r BNE

La exposición Beato de Liébana
A finales del siglo VIII, Beato de Liébana (ca. 725-ca. 798) alcanzó fama al oponerse junto a Eterio, obispo de Osma, a la doctrina adopcionista mantenida por el arzobispo de Toledo. De este enfrentamiento nació el Apologético contra Elipando en el 785. Eran años fértiles en su producción literaria: a Beato se le atribuye el himno dedicado al apóstol Santiago, O Dei Verbum, compuesto entre el 783 y 788. La historia, sin embargo, le ha encumbrado como autor, también atribuido, de otra obra: el Comentario al Apocalipsis. A una primera redacción en el 776, debió seguir otra ocho años después. En el Comentario caló no solo la condena del adopcionismo, sino su idea del inminente final del mundo, que anunciaba para el 800.

Poco sabemos con seguridad de Beato de Liébana. Su biografía se reconstruye a partir de su propia obra y de los escritos emanados de la controversia con Elipando, y ha estado marcada por recreaciones fabulosas, como la Vita que escribiera el historiador Juan Tamayo y Salazar en 1651, de larga pervivencia en el tiempo.

Es innegable su condición de presbítero. En varias ocasiones Elipando le tildó de “abominable presbítero” en sus Cartas. Alcuino de York se refirió a Beato como “abad”, lo que parece, sin embargo, infundado. Tampoco es seguro que fuera monje, aunque hay varios indicios que apuntan en esta dirección y, específicamente, en el monasterio de San Martín de Turieno (posterior Santo Toribio).

Desconocemos con seguridad si fue oriundo de la región de Liébana, e incluso se ha sugerido que emigrara del sur peninsular, huyendo del control musulmán de al-Ándalus. En cualquier caso, si no lo fue por nacimiento, debió convertirse en lebaniego por adopción. Como tal se refirió a Beato el arzobispo toledano: “Nunca se oyó decir que los lebaniegos enseñaran a los de Toledo” y, como lebaniego, se autorretrató Beato en sus escritos. El gentilicio se ha hecho inseparable de su nombre y el corpus de manuscritos, copiados de su Comentario al Apocalipsis, del suyo propio.

Beato de Liébana, Códice de Fernando I y Sancha, fols. 63v-64r BNE

Los Beatos
Las copias manuscritas del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana son comúnmente conocidas como Beatos, a partir del nombre de su atribuido autor. Se conservan casi cuarenta, entre códices y fragmentos, copiados principalmente entre finales del siglo IX y principios del XIII. La obra se convirtió en un best seller medieval.

Las ediciones originales del 776 y 784, no conservadas hoy, pervivieron a lo largo del Medievo en las copias que integran la llamada Familia I. Hacia el 940 tuvo lugar una profunda revisión del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana, que introdujo cambios en el texto y las imágenes. De esta edición del siglo X derivan los Beatos que conforman las Familias IIa y IIb. Sobre la responsabilidad de esta tercera edición, parte de la comunidad científica la atribuye a Maio y su Beato de Escalada; otra, sin embargo, mantiene que el contenido escatológico de esa revisión solo pudo ser obra de un teólogo. De todos los conservados, los Beatos de Saint-Sever y el Emilianense son textualmente los más próximos al arquetipo y, desde el punto de vista artístico, el Beato de Lorvão guarda una mayor semejanza con el original.

La copia de los Beatos fue un fenómeno eminentemente monacal, y el destino de los códices, monasterios. La propia dedicatoria a Eterio, su discípulo y amigo, que Beato incluyó en su Comentario, afirma haberlo compuesto “a petición tuya, para la edificación del celo de los hermanos”, es decir, para la formación de los religiosos. Además de servir a la comprensión del texto apocalíptico, pudo ser una herramienta para la práctica monástica de la lectio divina, consistente en la lectura, memorización, meditación y contemplación de los textos sagrados. Los Beatos serían empleados principalmente para su degustación individual de texto e imágenes. Anotaciones cultas en latín, castellano, portugués y árabe en los márgenes de algunos Beatos testimonian su uso. Algunas explican términos latinos, referencian fuentes o aportan datos históricos o comentarios críticos sobre pasajes; también llaman la atención del lector y le orientan en su lectura.

Beato de Liébana, Códice de Fernando I y Sancha, fol. 16r BNE

Comentar el Apocalipsis
Tradicionalmente se acepta que el mensaje divino del Apocalipsis fue transmitido en la isla de Patmos a Juan, identificado con el apóstol San Juan y con el autor del Evangelio que lleva su nombre. Como es bien sabido, se trata del texto más simbólico y hermético de la Biblia, lo que muy probablemente motivó la aparición de comentarios que lo interpretaran. Muchos autores abordaron esta tarea: Victorino de Pettau (ca. 250-304), Ticonio (ca. 330-ca. 390), Apringio de Beja (m. 540) y, en la segunda mitad del siglo VIII, Beato de Liébana. El Apocalipsis había alcanzado una gran importancia en el territorio hispánico desde que el IV Concilio de Toledo en el 633 lo aceptara entre los canónicos del Nuevo Testamento, declarando, bajo pena de excomunión, su lectura obligada durante la liturgia de Pascua a Pentecostés.

Para explicar el Apocalipsis, Beato de Liébana lo dividió en sesenta y ocho partes, cada una de las cuales constituía una “historia” (storia). Estas storiae iban seguidas de una explicación (explanatio), basada en textos patrísticos y comentarios propios. Al inicio de su Comentario, Beato presenta la obra como su “librito”, y lo describe como “la llave de toda la biblioteca”: aglutinaba a modo de compendio textos tomados “de los hombres de ciencia, de innumerables libros y de los más notables Santos Padres”, de entre los cuales cita a “Jerónimo, Agustín, Fulgencio, Gregorio, Tyconio, Ireneo, Apringio e Isidoro”.

A finales de la Edad Media, los Beatos dejaron de copiarse y cayeron en desuso. Las imágenes resultaban lejanas al naturalismo gótico y muchos se hicieron incluso ilegibles, especialmente los más antiguos escritos en letra visigótica. Algunos Beatos fueron desmembrados y su valioso pergamino reutilizado como material de encuadernación. A partir del siglo XVI comenzó un lento, pero paulatino, renacer de los Beatos. Inicialmente, el creciente interés radicaba en tener acceso al contenido textual. Hoy se reconocen como obras de valor excepcional por la singularidad y expresividad de sus iluminaciones.

Beato de Liébana, Códice de Fernando I y Sancha, fol. 135r (detalle) BNE

Escribir e iluminar
Los Beatos copiados en la Edad Media están iluminados. Las imágenes traducen visualmente las storiae, es decir, los pasajes del Apocalipsis, para facilitar su comprensión, si bien, en algún caso, estas no hacen referencia al texto bíblico, sino a las explicaciones. Texto e imágenes están estrechamente relacionados entre sí, tanto en la dependencia y complementariedad de sus lecturas, como en la composición material de los códices e, incluso, algunas representaciones se mencionan textualmente. Por todo, se acepta que el arquetipo del siglo VIII estaba iluminado.

Muy probablemente, el propio contenido visual y la finalidad exegética y didáctica de las imágenes contribuyeron a la pervivencia y tradición de los Beatos. En su evolución a lo largo de los siglos, sin embargo, las imágenes fueron sometidas a cambios. No solo se produjeron las lógicas transformaciones estéticas, pasando de formas más esquemáticas y conceptuales a otras más complejas y plásticas; la tercera edición del siglo X incrementó su número y las readaptó para evocar, de manera más sólida, el texto.

Asimismo, las imágenes de los Beatos fueron reinterpretadas iconográficamente para evocar las circunstancias históricas que vivía la cristiandad. Algunas parecen recordar la presencia islámica en la península ibérica, asimilando el mal del Apocalipsis con la religión invasora. El poder comunicativo de las imágenes aparece traducido en el colofón de Maio al Beato de Escalada: “he representado en pinturas formas prodigiosas, para que a los conocedores del juicio final les infundan temor al advenimiento del fin de los tiempos”.

Como en este caso, algunos Beatos introducen en sus colofones a sus autores materiales. Al afamado Maio, debemos sumar otros también conocidos como Emeterio, quien “durante tres meses se sentó un tanto encorvado y con todo su vigor puso a prueba la pluma” para componer el Beato de Tábara; o Senior, con quien el anterior fue retratado en el scriptorium de San Salvador de Tábara; la pintora Ende del Beato de Gerona; Oveco, de Valcavado; Facundo, de Fernando I y Sancha; Egeas, de Lorvão; Sancius, de Fanlo; o Dominico, Munnio y Petrus, de Silos.

Beato de Liébana, Códice de Fernando I y Sancha, fol. 109r (detalle) BNE

La fortuna del Códice de Fernando I y Sancha. Texto
A finales de la Edad Media los Beatos cayeron en desuso. Algunos códices fueron desmembrados y el soporte de piel animal se reconvirtió en material de encuadernación. En el siglo XVI, sin embargo, el interés por los Beatos volvió a conquistar bibliotecas y archivos. Este renacimiento lo debemos al valor con el que se resignificó su contenido textual y a la visibilidad que dio al corpus Ambrosio de Morales. De ello es testimonio el Códice de Fernando I y Sancha. Dos apostillas en el margen inferior del folio 30r, posiblemente de Antonio Ortiz —canónigo de San Isidoro de León—, y del propio Morales, recuerdan el paso del emisario de Felipe II:

“En jullio de 72 paso por Leon Ambrosio de Morales, cronista del Rei don
Phelipe (…), vio lo q[ue] ay en esta casa de S[ant] Isid[o]ro de Leon, y dexo
esta nota en este libro tan estimado, y q[ue]do de inviarme —en torna[n]do a su
casa— el nombre del autor, quod dixit no[n] succurrere”.

Entonces no lo recordaba, pero a Morales debemos el nombre de autoría de esta obra. Los Beatos volvieron a resonar y a copiarse, pero sin imágenes. Eruditos, bibliófilos y coleccionistas comenzaron a demandar su impresión. Este proyecto, sin embargo, se hizo esperar.

Arte

“Algo antes habíase producido una verdadera revolución en este arte de los
códices, caracterizada por la espléndida aunque bárbara serie de los
Comentarios al Apocalipsi, escritos por Beato de Liévana [sic]”
(Manuel Gómez-Moreno, Iglesias mozárabes, 1919)

La preeminencia del texto del Comentario al Apocalipsis en el libro medieval dio paso, dentro del ámbito académico, a la valoración del aparato visual de los manuscritos iluminados. En el caso del corpus de los Beatos, fue a principios del siglo XX cuando cuajó esa lectura icónica de sus expresivas, coloridas y extrañas imágenes con las que se explicaban el Apocalipsis y otros textos religiosos.

Las primeras indagaciones dentro de este terreno abordaron el interés arqueológico de esas imágenes para reconstruir la cultura material de la Alta Edad Media hispánica. No tardó en entrar en escena la identidad de escribas e iluminadores: a la cabeza, la supuesta pintora Ende del Beato de Gerona o Maio, de Escalada, a quien GómezMoreno consideró “inventor probable de la ingente serie de códices de Beato”, y quien sigue siendo aún hoy protagonista, rivalizando incluso en autoría con el propio Beato de Liébana.

La historiografía del arte medieval se llenó de atenciones hacia este corpus y las salas de exposiciones persiguieron exhibirlos abiertos. Autores como Wilhelm Neuss, John Williams y Peter K. Klein los consolidaron en esta disciplina. Los Beatos habían entrado en la Historia del Arte, para ya no abandonarla.

Públicos

— “¡Oh! ¡El Beato de Liébana! Esto, Adso, es una obra maestra (…) A nadie
debería prohibírsele consultar estos libros con toda libertad”
(Jean-Jacques Annaud, director, El nombre de la rosa [película], 1986)

La versión cinematográfica de la novela de Umberto Eco (1980) ponía estas palabras en boca de Guillermo de Baskerville (Sean Connery). Junto con su pupilo Adso (Christian Slater), acababa de encontrar una extraordinaria biblioteca. La cámara enfocaba uno de los códices: un Beato. Para la ocasión, se reproducían algunos folios del Códice de Fernando I y Sancha. Era su primera rematerialización, aunque manipulada. El mensaje de la cinta sigue siendo actual: el creciente interés por los Beatos ha ido acompañado de un incremento de públicos.

El Beato de Fernando I y Sancha ha sido expuesto en decenas de muestras a lo largo del siglo XX. A falta de reproducciones —más allá de las fotografías mayoritariamente en blanco y negro en libros especializados—, la apertura de manuscritos permitía su estudio y cotejo; a su sombra se celebraban congresos y se publicaban catálogos.

El desarrollo de las técnicas de copia permitió diversificar el acceso y los públicos. Nacía una fuerte demanda de manuscritos medievales y, con ello, los facsímiles y el coleccionismo de “casi-originales”. Todos los códices y fragmentos de los Beatos han sido así copiados.

Finalmente, la digitalización ha democratizado y facilitado su consulta, alcanzando un detalle de registro invisible al ojo desnudo. Nuestro compromiso, hoy, es asegurar su disfrute a cuantas más personas mejor, en el presente, pero también en el futuro.

Patrimonio

“En un solo día vendrán todas sus plagas, muerte, duelo y hambre, y será
consumida por el fuego”
(Apocalipsis 18:8)

El siglo XX, que vio florecer el valor icónico de los Beatos, se enfrentaba a uno de los grandes retos de la humanidad: la protección del patrimonio cultural. El objetivo era tan necesario como difícil. En una centuria marcada por la capacidad destructiva del armamento militar, los bienes culturales se convirtieron en blanco estratégico de la diana enemiga. El Códice de Fernando I y Sancha fue testigo de esa urgencia.

Por el beneficio que la cultura reporta, debe ser accesible al presente, pero salvaguardada para las generaciones futuras. La definición, no obstante, de qué bienes integran el patrimonio cultural cambia y depende de los valores que la sociedad les atribuye. El siglo XX catapultó el corpus de los Beatos entre esas obras necesarias. Las primeras décadas del XXI han precipitado que su significado trascienda más allá de lo español, e incluso de lo ibérico.

La existencia de facsímiles de códices y fragmentos, la digitalización y el acceso en abierto en repositorios de archivos, bibliotecas y museos, así como la exhibición de originales en escenarios como el presente, son herramientas que generan conocimiento y conciencia social de su singularidad.
Sandra Sáenz-López Pérez

Datos de interés:
Beato de Liébana. La fortuna del Códice de Fernando I y Sancha
Biblioteca Nacional de España, BNE. Paseo de Recoletos 20-22, Madrid
Antesala del Salón de lectura María Moliner
Fechas: 16 de marzo al 27 de agosto de 2023
Horario: De lunes a viernes, de 09:30 a 20:00 h. / Sábados, de 9:30 a 14:00 h. Domingos y festivos cerrado.
Entrada: gratuita y libre hasta completar el aforo. Se recomienda la reserva de entradas.
Aforo: 15 personas

Organiza: Biblioteca Nacional de España
Colabora: Gobierno de Cantabria
Comisaria: Sandra Sáenz-López Pérez, Universidad Autónoma de Madrid
Diseño: Enrique Bonet
Obras que participan en la exposición: 25 obras todas de la BNE y un facsímil del Beato de Fernando I y Sancha, para consulta del público visitante, gentileza de Moleiro Editor.

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