Estimado Don Rafael, queridas amigas y amigos:

Sé bien que Don Rafael Sánchez Ferlosio no es amigo de homenajes. He leído cómo tras el éxito de El Jarama organizaron uno en el café Varela. Pasó una vergüenza horrible y no pudo articular ni una sola palabra cuando le tocó intervenir; tal fue el impacto que abandonó la idea de ser novelista, o al menos la de ocupar, según su propia expresión, “el grotesco papelón del literato”.

Hoy nuestro Premio Cervantes 2004 y Medalla de Oro de las Bellas Artes 2015, no puede escapar de este homenaje que sus amigos y lectores le rendimos con motivo de sus nueve décadas porque la vida de un escritor no tiene destino. Otros transitamos por las páginas del calendario marcándonos horizontes a alcanzar: trabajamos, dejamos nuestras obras –las mejores y las peores- y nos vamos retirando del primer plano como también se retira y caduca la autoría de los logros que hayamos podido conseguir.

El escritor, de algún modo, escribe siempre para la eternidad. Su juventud resucita cada vez que alguien palpa sus libros en algún rincón del mundo. La vida de un escritor no pasa nunca. Cuanto más prestigio atesora, cuantos más lectores y mejores críticas acumula, más viva está su memoria y su juventud, sea cual sea el momento de su vida.

En Villa Borghese, en el monumento a Lord Byron se recogen unos versos de éste que parecen escritos pensando en Don Rafael

But I have lived, and have not lived in vain
My mind may loose its force, my blood is fire,
And my frame perish even in conquering pain.
Bur there is that that within me shall live
Torture and Time and breathe when I expire

Por tanto, Don Rafael tiene, con toda seguridad, bien garantizada ese bien inexpugnable que es la memoria. Todo lo escrito por él, todo lo que de él se ha escrito, su aportación literaria e intelectual, las “obras completas” –si me permiten la expresión- de estos 90 años son indiscutibles, hartamente conocidas, y siempre, como decía antes, volvemos a ellas y encontramos nuevos matices.

Siempre ha sido además, un autor sorprendente y desconcertante, en el mejor de los sentidos, y eso hace que sus lectores le acompañemos en el viaje con esa extraña emoción de la primera vez; tanto en su prosa novelística como en sus ensayos, o en su valiosa aportación al debate y a la reflexión desde el artículo periodístico.

No obstante, en esta celebración tan emotiva, yo hoy no querría profundizar en su obra y sus méritos e ilustres galardones literarios, como tantas otras veces, sino agradecer –y creo hacerlo en nombre de todos los españoles- el conjunto de su trayectoria, su dedicación, su esfuerzo, su audacia; en una palabra, su vida, consagrada a las letras y al pensamiento.

En uno de los pasajes de El testimonio de Yarfoz, Don Rafael relata la historia de los babuinos mendicantes. Cuando los habitantes de un pueblo, desahuciados por una inundación, intentan separarse en grupos y desprenderse de los monos que complican su búsqueda de un futuro mejor, los babuinos no se quedan con el grupo más numeroso, como habían previsto en su plan de disgregación. Para los babuinos, «para ellos», escribe Don Rafael, «el centro era uno de los hombres solos, precisamente el más viejo de los once, que a él era a quien fundamentalmente estaban vinculados».

«Los babuinos», prosigue, «permanecieron impasibles al verlos alejarse y se apiñaron afectuosamente alrededor de su hombre tutor y protector». Incluso después de la muerte de aquel hombre, los babuinos siguieron pidiendo limosna en el mismo lugar y de la misma forma en la que lo hacía su tutor.

Cuando imagino la escena, me viene a la cabeza la letra de aquella ranchera de Juan Gabriel:

Por eso aún estoy
En el lugar de siempre
En la misma ciudad
Y con la misma gente …

Tengo la impresión de que en este relato de gran belleza, de impasibilidad y sencillez, hay mucho del propio autor. Hay mucho de esa forma de vida, a la vez apasionada y desapegada, solitaria y multitudinaria –a fin de cuentas un autor de éxito nunca está solo-… esa forma de vida, entre quijotesca y machadiana, en donde Sánchez Ferlosio se ha refugiado hasta hoy, al margen de modas e intereses, con una independencia que a veces resulta heladora, y dejando entrever siempre un enorme amor por el lenguaje, por las letras, por la cultura, por las humanidades.

Nos habla a menudo con ejemplar sencillez, de cómo sus padres y su hermano mayor escuchaban atentamente cuando, de joven, les leía algunas páginas del Alfanhuí y recuerda lo mucho que les divertía y le empujaban en su incipiente vocación de escritor.

Luego vino todo lo demás: un camino que ha ido trazando con valentía, a veces, con desdén, otras, pero siempre con esa pasión latente por escribir, por enseñar, por instruir e instruirse, que es la gran lección que aprendemos de él cada día.

Rodeado desde niño de escritores y literatura, durante estos 90 años la literatura ha crecido alrededor de Don Rafael, porque Don Rafael ha crecido también en ella.

Por esa valiosa y honrada lección de amor a las letras también le estamos hoy singularmente agradecidos.

Y si hablamos de agradecimiento, de honradez intelectual, de amor a las letras y al pensamiento, quiero volver a los versos finales de la ranchera de Juan Gabriel que evoqué anteriormente y que explica el lazo indisoluble que une al escritor y a sus lectores

Para que tú al volver
No encuentres nada extraño
Y sea como ayer y nunca más dejarnos.

Eso es lo que haremos los lectores con Don Rafael quien hoy aquí, sobre su cabeza, ha visto juntarse el gran arco de colores.

Íñigo Méndez de Vigo y Montojo
Ministro de Educación, Cultura y Deporte y Portavoz del Gobierno

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