La obra invitada… hasta el 3 de abril

Sara Rivera Dávila, Conservadora del Museo, explica todos los secretos que guarda doña Juana La Loca tras el lienzo de Francisco Pradilla que se conserva en el Museo del Romanticismo, sala XVIII (Literatura y Teatro). (c/ San Mateo, 13, Madrid)

Doña Juana La Loca recluida en Tordesillas, de Francisco Pradilla, 1907

Sara Rivera Dávila

El tema de doña Juana la Loca fue especialmente atractivo para los intelectuales del Romanticismo. Reunía en sí varios de los asuntos que incendiaban la mentalidad romántica: suponía el elogio al amor desmedido, los celos arrebatados, el desencuentro, el amor no correspondido, la locura por desamor, la muerte (por otro lado, en circunstancias inciertas), el abandono de lo mundano y el alejamiento de las convenciones sociales por la Reina, ajena ya a toda realidad.

Todos estos factores presentes en Juana la Loca fueron, a su vez, pasados por el tamiz del gusto de la época por la recuperación de los acontecimientos de la tradición histórica, ya que la temática permitía ser interpretada desde un punto de vista literario dentro del marco de la pintura de Historia, configurando lo que algunos autores han denominado una “Historia de carácter sentimental”. El género histórico fue considerado el más elevado durante el Romanticismo y vive su prolongación en el Realismo de la segunda mitad del siglo XIX, desarrollado en ambos periodos desde una estética academicista. Esta interpretación de Pradilla responde a últimas versiones del tema que abordó tantas veces a lo largo de su trayectoria artística, ya que fue el que le proporcionara su mayor reconocimiento y una carrera exitosa.

Agotado el género de las grandes “máquinas históricas”, de gran aparato y escenografía grandilocuente, ya a principios del siglo XX se revisitan los mismos temas adaptados a la pintura de “tableautin”.

Francisco Pradilla tuvo su primera formación artística en su Zaragoza natal, en el estudio del escenógrafo Mariano Pescador, lo que sin duda influiría en su posterior concepción teatral de la pintura. Formado después en la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, y en la de San Fernando a partir de su traslado a Madrid en 1866, recibe pensión de número para la Academia de Roma como pintor de Historia. El envío del cuadro Doña Juana la Loca, Museo del Prado en 1877 supuso su temprana consagración, marcando un hito en el devenir del género. La obra se inspira en la “Historia de España” de Modesto Lafuente, que recoge un episodio de las crónicas de Pedro Mártir de Anglería, en el que se refiere el traslado del cadáver del Rey don Felipe el Hermoso desde la cartuja burgalesa de Miraflores a Granada. Recibido en Madrid, obtuvo enorme éxito en la Academia, ratificado al presentarlo en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1878, en la que obtuvo Medalla de Honor al igual que en la Exposición Universal de París el mismo año y la Universal deViena en  1882.

Semejante éxito explica que Pradilla abordara esta temática desde diferentes perspectivas. Por los mismos años, realizó otros bocetos con el tema Doña Juana la Loca en los adarves del Castillo de la Mota, y Cacería de la Infanta doña Juana en su viaje a Flandes, ambos estudios en torno a 1876.

También existen dibujos como Doña Juana la Loca abriendo el féretro del rey Felipe el Hermoso, así como numerosos bocetos para el estudio del cuadro definitivo, pues todas las fuentes destacan la amplia documentación sobre la época y la indumentaria que utilizaba el pintor para componer sus obras de Historia. Pero fue Doña Juana la Loca recluida en Tordesillas la serie sobre la que más trabajó, realizando diversas interpretaciones.

La presente versión del Museo del Romanticismo, pintada en el año 1907, habida cuenta de la importancia del pintor Francisco Pradilla en el panorama artístico zaragozano, se encuentra depositada desde 1987 en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza, acompañando a la obra de gran formato que le sirve de origen, y ahora tenemos ocasión de presentarla como Obra Invitada.

Doña Juana la Loca recluida en Tordesillas conoce su primera versión en el año 1906, como boceto, al principio representada con su hija la Infanta Catalina. Perteneció a la familia del Marqués de Valderrey, siendo recogido durante la Guerra Civil por la Junta de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Nacional, y después devueltos al Duque de Hernani en 1940. En esta composición ya aparecen definidas las claves de toda la serie de cuadros con esta temática, de la que tenemos constancia de otros dos bocetos, uno dedicado y custodiado en la colección del Marqués de Perinat, el otro en la colección Ocharán.

El cuadro definitivo está firmado en 1906 y pertenece al Museo del Prado, al igual que una segunda versión de 1907, también depositada en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza, y una tercera de las mismas fechas, en colección particular. Finalmente, Pradilla realizó el cuadro del Museo del Romanticismo, procedente del legado al Estado español de Manuela Samaniego Soto, en depósito en Zaragoza, que constituye un fragmento de las composiciones anteriores.

La obra representa el momento en que su padre, don Fernando el Católico, apoya el retiro de la Reina en Tordesillas, asumiendo la Regencia del Reino a partir de 1509. Con Juana se albergaron los restos de don Felipe el Hermoso, residiendo ella en la parte palaciega del Convento de Santa Clara, y depositado el féretro en la zona conventual.

Ella pasaba las horas en una estancia desde donde podía contemplarlo, de tal manera que permanecieron juntos hasta la muerte de la Reina en 1555, momento en que ambos fueron trasladados al Panteón de la Capilla Real de Granada.

La escena primigenia se sitúa en ese interior palaciego, con un ventanal al exterior y una apertura a la estancia con los restos mortales de don Felipe el Hermoso. El interior está inspirado en el palacio del Duque de Frías en Ocaña, que conocemos por un grabado de Bernardo Rico y Ortega sobre dibujo de Pradilla, copia de otro dibujo de Bécquer de 1866, publicado en la revista La Ilustación de Madrid en 1871.

En el cuadro del Museo del Romanticismo, toda la atención se concentra en la figura de Juana la Loca. Se reduce la escena al espacio junto a la ventana, que sirve de foco de luz desde el lateral derecho, y en cuyo alfeizar se describe un bodegón con gran realismo y minuciosidad casi arqueológica, al igual que la indumentaria, y una breve referencia espacial hacia el fondo de la composición, que parece insinuar la estancia donde se vela el cadáver del esposo.

A pesar de su realismo, los objetos, soberbiamente descritos, no parecen estar exentos de cierta capacidad simbólica propia de la mentalidad romántica: la vela, tradicionalmente representada en las “vanitas”, alude al carácter efímero de la vida, diluida como el humo; igualmente las tijeras podrían aludir a las parcas en relación a la muerte. El rosario con la cruz, las vestiduras con la toca de viuda, y la silla de caderas completan esta descripción histórica, recuperada para la imaginación romántica a través de la representación de la Reina, con el rostro enajenado y la mirada perdida, caracterizada como una heroína trágica.

Juana la Loca es presentada como heroína, subrayando asimismo su condición femenina. Acorde con la mentalidad de la época, se reivindica su rebeldía, su oposición a las normas, su actitud irreverente en defensa de su amor desmedido, que le lleva a renunciar incluso asus obligaciones como Reina. A través de este cuadro podemos hacer lectura de otros tópicos románticos en torno a la mujer, como la mujer en la ventana, recluida en un interior, un entorno privado, frente al exterior, de dominio eminentemente masculino, aunque en esta ocasión la propia mujer es quien decide su encierro. También se ensalza así su carácter intuitivo y emocional, en contraposición al hombre, que se mueve en el ámbito de la razón.

En efecto, Juana la Loca es tratada en la pintura como un personaje dramático. La literatura decimonónica encumbró la figura del amante, del amor inalcanzable, debatiéndose entre la fantasía y el sueño que llevan de cerca a la locura, y desarrollan argumentos en los que los amantes están sometidos a un final trágico, en los que el amor solo tiene cabida después de la muerte. Es entonces cuando se alcanza el concepto de lo sublime, envuelto en lo mítico y lo misterioso, que deriva en un estado de ánimo lunático, último estadio del yo poético para el imaginario romántico. En los temas literarios, la idea amorosa aparece inseparable del dolor, que desemboca en un desenlace trágico. Dentro de la sensibilidad romántica incluso aparece el amor al cadáver, los celos atormentados, en definitiva, la complacencia en el amor imposible. Son innumerables las piezas teatrales donde se imbrican el amor y la muerte: Don Álvaro o la fuerza del sino, escrita por el Duque de Rivas, Los amantes de Teruel, de Juan Eugenio Hartzenbusch y la emblemática Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, por citar las más conocidas. En este sentido, no es de extrañar que la literatura romántica se ocupara repetidas veces del tema de Juana la Loca: autores como Eusebio Asquerino y Gregorio Romero estrenaron la obra Felipe el Hermoso, y Emilio Serrano compuso la ópera Doña Juana la Loca. Pero sin duda, la pieza más afamada y que mejor concentró la concepción romántica del asunto, fue Manuel Tamayo y Baus con el drama Locura de Amor, estrenado en 1855.

Francisco Pradilla, Museo del Romanticismo

Así, dentro de ese gusto por los amores históricos, los pintores de Historia utilizaron el recurso del amor y la muerte en obras de inspiración literaria, cargadas de fuerte sentimentalismo. Antes que Pradilla otros pintores plasmaron en sus lienzos el tema de Juana la Loca, destacando los cuadros de Gabriel Maureta, importante en cuanto a la codificación de la iconografía dramática del cuadro y la figura de la Reina, y otros como Carlos Giner, Lorenzo Vallés con su Demencia de doña Juana de Castilla, Juan Martínez, Ibo de Cortina, o Rodríguez de Losada, que aportó el tono melodramático habitual en sus cuadros, ahondando en la expresión de la locura. Finalmente son destacables la representación de Vicente Palmaroli, también desarrollando el tema en Tordesillas, y sin argumento definido, las diversas interpretaciones del pintor Eduardo Rosales.

En el cuadro de Pradilla, el cromatismo y los efectos lumínicos consiguen la ambientación dramática del cuadro, recreando una escena marcada por un silencio denso y contenido que transmite la locura, el ensimismamiento y la tristeza de la Reina. El detallismo y la ambientación, de criterio arqueologista, aportan un historicismo que traduce a la perfección la estética del academicismo a los cánones de la mentalidad romántica, con la pintura de Historia como máximo exponente.

Junto a esta integración estética e intelectual del tema de Juana la Loca para el movimiento romántico, se produce también una importante identificación ideológica. Si la recuperación histórica fue fundamental para el Romanticismo, en este tema se encuentran determinados paralelismos claves para el propio periodo isabelino. Aunque siempre se utilizó el referente de Isabel I de Castilla como predecesora de Isabel II, reivindicando la figura de una mujer ostentando legítimamente el poder político, Juana fue, al fin y al cabo, otra de las pocas reinas que ocuparon el trono. Son también significativos los paralelismos entre el movimiento de los Comuneros frente a los levantamientos liberales y republicanos del siglo XIX, y también la solución final de ambos conflictos con la implantación de la monarquía de Carlos V y la Restauración respectivamente, siendo en este periodo cuando Pradilla pintó este cuadro, todavía deudor de los paradigmas del movimiento romántico.

Sara Rivera Dávila

Datos de interés:

Museo del Romanticismo c/ San Mateo, 13. 28004 – Madrid
Doña Juana La Loca recluida en Tordesillas, de Francisco Pradilla, 1907
Fechas: 8 de febrero – 3 de abril  – Sala XVIII (Literatura y Teatro)

Bibliografía
– Rincón García, W., Francisco Pradilla (1848-1921), Madrid, Ediciones Antiquaria, 1987.
– Rincón García, W., Francisco Pradilla, Zaragoza, Aneto
Publicaciones S. L., 1999.
– Díez García, J. L., Pintura española del siglo XIX. Del Neoclasicismo al Modernismo, (cat. exp.), Madrid, Museo Nacional del Prado, 1992.
– Reyero, C., Imagen histórica de España (1850-1900), Madrid, Espasa Calpe, 1987.
– Reyerio, C., La pintura de Historia en España: esplendor de un género en el siglo XIX, Madrid, Cátedra, 1989.
– García Melero, J. E., Lugar de encuentros de tópicos románticos: “Doña Juana la Loca” de Pradilla, Espacio, Tiempo y Forma, Serie VII, Historia del Arte, t. 12, 1999, pp. 317-342.
– García Loranca, A., y García-Rama, J. R., Vida y Obra del pintor Francisco Pradilla y Ortiz, Zaragoza, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y La Rioja, 1987.

Imagen: Pradilla y Ortiz, Francisco (Zaragoza, 1848 – Madrid, 1921). 1907. «F. Pradilla Ortiz, Madrid 1907», (ángulo inferior izquierdo). Óleo / lienzo 56 x 44 cms.Inv. 2047

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