Cuatro personas se pusieron de acuerdo para morir el 22 de noviembre de 1963: el presidente de EE.UU. John F. Kennedy; el escritor C. S. Lewis; el pensador Aldous Huxley y el dramaturgo y poeta William Richard Titterton. Probablemente éste último no resulte familiar para muchos lectores, aunque dejase una curiosa trayectoria intelectual entre la que destaca su amistad con Gilbert Keith Chesterton, el gran intelectual británico del primer tercio del siglo XX, del que escribió la primera biografía en 1936 el mismo año de su óbito. Ediciones Rialp nos propone la edición en español de un texto singular, en el que se nos ofrecen los rasgos más conocidos y celebrados del protagonista: novelista, ensayista y poeta. Del “príncipe de las paradojas”, Titterton ha elegido recordar al periodista, activo testigo de la realidad, alquimista del lenguaje y agudo crítico de las trampas de la psicología humana. Esto no significa que nos encontremos ante un libro fácil. Ninguno sobre el gigante –intelectual y físico, pues llegó a medir 1,93 metros, altura muy considerable para su época- lo es. Ni siquiera pretende ser una obra objetiva. Hablar de Chesterton como el inglés más grande que hubo desde Santo Tomás Moro hasta su tiempo no es una hipérbole. Es toda una exageración, por muchos que fueron los méritos del retratado y grande el deseo de alabar al maestro filósofo. Titterton había conocido a su biografiado en 1900. Un año simbólico, bisagra de siglos pero no tanto de mentalidades. Y le debía los frutos de una amistad fecunda que reflejó en páginas bellamente escritas.

Curiosamente, la biografía no hace excesivas alusiones a la conversión de su autor, que se hizo católico en 1931, nueve años después de la conversión de Chesterton.  El dato se explica probablemente por el peculiar sentido de la intimidad británico. Pero no se entiende si hemos de tener en cuenta cómo el convencimiento de ambos por el paso dado llenará el resto de su vida intelectual. Es cierto que muchas páginas sí destilan la pasión de Chesterton por la Doctrina Social de la Iglesia, con cuyos elementos creó el distributismo, una especie de tercera vía entre el capitalismo y el socialismo que abogaba por una distribución racional de la propiedad para el cumplimiento de las funciones de la familia como unidad básica del Estado, que está obligado a defenderla (p. 46).

Es sintomático que para completar, en un bosquejo biográfico como el que nos ocupa, la noticia de una ingente producción bibliográfica, Titterton haya escogido preferentemente reproducir versos. Chesterton escribió unos ochenta libros y más de dos centenares de cuentos, además de un número ingente de ensayos, artículos y lo que se denomina obra menor. Pero como pago a un más que probable débito de honor afectivo a la imagen del amigo recién fallecido, Titterton selecciona poemas. Poemas llenos de un inteligente sentido del humos, de una inmensa capacidad de disfrutar de la realidad, sin renunciar un momento a modificar lo que hay en ella de mejorable. Poesía de observación y deleite, pero de exigencia y superación. Pero por supuesto, no faltan junto a los recuerdos del autor, un elenco de esas frases geniales de Chesterton de las que se han compuesto entretenidas antologías.

Andrés Merino Thomas

 

 

“G. K. Chesterton, mi amigo”
William Richard Titterton
Prólogo de Enrique García-Máiquez
Madrid, Rialp, 169 pág.
ISBN: 978–84–321–3875–1