Modelos femeninos

María Jesús Burgueño

A finales del siglo XIX y principios del XX la mujer comienza a gozar del protagonismo que ha  desembocado en la situación actual. Aquellas figuras delicadas, indefensas, sin licencia para pensar, se ven envueltas en el  torbellino de la revolución social. El mundo laboral reclama urgentemente mano de obra y  es entonces cuando la mujer se incorpora activamente viéndose obligada a doblar su jornada laboral dentro y fuera del hogar. En otros casos, y conviviendo en el tiempo, surge la mujer fatal, deseosa de mostrar sus encantos y de servirse de ellos. Para aquellas mujeres que comparten el lujo de la clase burguesa, la noche se muestra alegre, ruidosa y festiva. Se empeñan en mostrarse improductivas, entregándose al mundo del placer. La pintura y la literatura de este periodo reflejan y difunden los estereotipos femeninos. El simbolismo impregna los cuadros que los grandes artistas dedicaron a las mujeres de hace cien años. Lienzos de interiores con espacios íntimos, puertas entreabiertas, habitaciones con un estudiado desorden que aluden a una doble percepción de la mujer íntima y distante. Estas figuras femeninas son magníficamente tratadas en las manos de los escultores de las criselefantinas, al tiempo que los pintores costumbristas reflejan la otra realidad, la de la mujer trabajadora, cansada, sin tregua entre la fábrica y el hogar (Art Déco).

El tránsito del siglo XIX al XX destaca por la proliferación de lienzos en los que aparecen mujeres de la aristocracia ricamente ataviadas o en actitudes lascivas o provocativas. Incluso algunas mujeres muy elegantes de Romero de Torres, sin ser desnudos, han alcanzado fama por su fuerte contenido erótico. En España destacan en esta época pintores de ascendencia catalana como Casas cuyas figuras muestran un aire costumbrista o Anglada-Camarasa que pinta el ambiente de la noche. Las mujeres misteriosas, atractivas e independientes de pintores como Zuloaga, Romero de Torres y Solana han marcado tendencia. Junto a estos autores de fama universal también hay que destacar las obras de Rusiñol y Hugé. En pintura erótica el maestro es Picasso. También hay que tener en cuenta el tratamiento de la figura femenina en Pruna, Masriera, Iturrino, Pichot y Sunyer.

La figura femenina ha sido para los artistas motivo de inspiración, de esta forma el número de obras realizadas donde la figura femenina de cualquier edad ha sido motivo principal o secundario se ha visto multiplicado con respecto a cualquier otro. Museos como el Reina Sofía tomaron la figura de un cuadro de Julio Romero de Torres como cartel de la exposición “La noche española. Flamenco, vanguardia y cultura popular 1865-1936” en donde la mujer era la estrella. La obra de Julio Romero de Torres estuvo vinculada a partir de 1907 con la creación de un tipo de mujer fuerte, atractiva y misteriosa. En la primera década del siglo se dio a sus pinturas un gran valor, lo que no comprendían ni los maestros de la generación anterior, como Aureliano de Beruete y Joaquín Sorolla, que las detestaban, como harían, después, los artistas más modernos. El retrato va a representar la posición social, los numerosos encargos de la alta sociedad hacen ricos a los mejores pintores como a Casas o Sorolla, que aprovecharán para dejar constancia de su ascenso en la escala social retratando no sólo a sus clientes sino también a su entorno más cercano, a sus hermanas, mujeres e hijas.

En 2009, el Museo del Prado mostró otro tipo de mujer bajo el título “La bella durmiente. Pintura victoriana del Museo de arte de Ponce” presentó una escogida selección de pintura británica del siglo XIX del Museo de Arte de Ponce, fundado por el coleccionista Luis A. Ferré (1904-2003). En la exposición se mostró pinturas de artistas como Millais (1829-1896), Rossetti (1828-1882), Burne-Jones (1833-1898), Seddon (1821-1856) y Holman Hunt (1827-1910) pertenecientes a distintas etapas de la Hermandad Prerrafaelita, que aspiraba a la inocencia estética de los primitivos italianos anteriores a Rafael. La muestra contará con obras clave como Sol ardiente de junio, la pieza más famosa de Lord Leighton (1830-1896), o El sueño del rey Arturo en Avalon, la obra maestra de Burne-Jones.

La mujer de  la “jet” del XIX se divierte y derrocha siguiendo los cánones de la moda que imponen los modistos parisinos con figuras estilizadas que serían una constante en la época. El ambiente “chic” del teatro, los bailes nocturnos o el hipódromo son los espacios escogidos para exhibir el derroche del que hacen gala numerosos lienzos de este periodo. La Barcelona del cambio de siglo que tan magníficamente reflejaría Ignacio Agustí en su trilogía literaria que tiene como protagonistas a la joven Mariona Rebull y al viudo Ríus, desde el afloramiento de la nueva burguesía hasta la época prerrevolucionaria que culminaría en la Semana Trágica, ha llegado hasta nosotros en la pintura gracias, sobre todo, a los pinceles de Anglada-Camarasa y Ramón Casas quienes se inspiraban en las protagonistas femeninas de este mundo mitad burgués, mitad libertino, para plasmar la crónica social de la época. Pintan mujeres elegantemente vestidas, muy escotadas y con enormes tocados, adornos espectacularmente llamativos para asistir a los espectáculos donde eran visiblemente observadas y luego llevadas a los lienzos de los grandes maestros de la pintura de aquellos días ya que los palcos de los teatros fueron un escenario privilegiado para los impresionistas de la época como Renoir, Cassatt o Bonnard.

Mujeres que se mostraban orgullosas de ser moderna e independiente, despreciando el trabajo productivo, querían dejar de ser aquellas mujeres que sabían hacer del hogar un lugar de encuentro familiar, el orden en torno a la mesa, la cocina perfecta, las labores propias del ama de casa no entraban en sus ideales de vida. Se esforzaban en mostrarse incapaces de realizar aquellas labores hasta entonces asignadas al género femenino. Por lo tanto debían de vestir con ropa elegante, incluso excéntrica, cara y sobre todo estar siempre preparada para asistir a cualquier fiesta, asistir a un concierto, acudir a tertulias, pasear… La mujer se debatía entre dos siglos. Mientras las sufragistas insistían en la necesaria emancipación de la mujer, los estilos se volvían más femeninos que nunca y esa feminidad consistía precisamente en aumentar los obstáculos a cualquier actividad útil por parte de la mujer. Los paseos por la playa de las mujeres de Sorolla, o los retratos de las damas de la alta burguesía reflejan este arquetipo de mujer en los que el compendio de la elegancia consistía en vestidos con prendas superpuestas que resaltaban las formas femeninas al tiempo que dificultaban el movimiento. Enormes sombreros, guantes y, sobre todo, la coacción a la figura que producía el corsé, distinguían a la dama de la mujer.

Santiago Rusiñol pertenece a la mejor escuela catalana que culmina su formación en París en donde conoció a los más famosos pintores del momento. Tras establecerse en Sitges a su regreso a España fue conquistado por el tipismo andaluz, concretamente por Granada. De este artista podemos destacar otro tipo de mujer frágil y enfermiza que se reflejará en una paleta fría de blancos y negros, al tiempo que utiliza el amarillo para dar la sensación de fiebre y resaltar esa ambigua y obsesiva atracción simbolista por la enfermedad y los estados de paroxismo. Por su parte Zuluoaga, uno de nuestros retratistas más universales, depurará esta técnica tras pasar por Roma, Londres y París y establecerse por una larga temporada en Sevilla. Los gitanos y tipos populares adquirirán una especial fuerza en su paleta que se convertirá en crisol de rostros recios del color de la tierra de Castilla tras su estancia en Segovia. Las mujeres de la alta burguesía se disputaban sus pinceles, ya que deseaban ser pintadas con mantones, trajes escotados y luciendo ricas joyas.

Una mujer fuerte, símbolo de su tiempo, podría servir para justificar también, bajo ese punto de vista, los tipos del primer Valentín Zubiaurre y de Miguel Viladrich. El tema de la mujer autosuficiente también se plasmó durante el fin de siglo en el clásico motivo de la mujer ante el espejo. Obras como “El maquillaje” o “Los espejos” de Sunyer, artista catalán que se forma en París y evolucionaría hacia el cubismo, mostraban con estudiada delicadeza la lentitud de paso del tiempo cuando las mujeres se acicalaban. Casas, Sorolla o Pichot pintan mujeres elegantemente postradas abandonando un libro mientras dejan vagar su mirada o esbozan de forma displicentemente unas pinceladas en un lienzo ataviadas más para un baile que para un trabajo intelectual. Cualquier señorita debía tener ciertos conocimientos de pintura y música. La producción se cambia por la abstracción e incluso por el surrealismo que supo plasmar Dalí utilizando la figura femenina para crear paisajes imaginarios. Por su parte Pruna dota por su parte de un aire elegante a los retratos eligiendo los mínimos elementos para lograr una mayor atención.

Por otra parte la mujer trabajadora es tema de preocupación para la sociedad en la que vive. Tanto en el ámbito social como en el artístico, la figura de la mujer trabajadora se hace patente e imprescindible con la llegada del capitalismo industrial. No eran pocos los que manifestaban sus ideas sobre las terribles consecuencias sociales que traería la incorporación femenina al mundo laboral.  Protestas y manifestaciones tanto femeninas  como  masculinas.  Sorolla y Rusiñol pintaron a las mujeres en las fábricas. Honoré Daumier por el contrario refleja el sacrificado esfuerzo por abrirse paso en el mundo, destacando el cansancio no ya físico sino también psíquico. Joaquín Sunyer retrató a las lavanderas de París. Por su parte Julio Romero de Torres desemboca en el simbolismo con lienzos de gran formato en los que mezcla la realidad con paisajes idealizados en los que las mujeres hacen ostentación de una fuerte carga erótica. La mujer de Romero de Torres tuvo una gran difusión tanto en ambientes cultos como populares durante toda la vida del pintor, a pesar de que sus obras de mayor interés son anteriores a 1915.

Algunas obras de Anglada-Camarasa, muestran mujeres cuyos ojos miran fijamente al espectador tendidas sobre un sofá, una de las posturas preferidas por los pintores de la época, mujeres en actitud de abandono, entregadas a la pereza y la desgana. «La Gata Rosa» recuerda a Egon Schiele y Gustav Klimt. Pertenece a la segunda etapa parisiense del artista (1904-1914), caracterizada por el retrato femenino y por sus obras de gran envergadura, algo habitual en exposiciones y salones de la época.  La modelo es Georgette Leroy, mujer del compositor y pianista argentino Ramón Laberto López Buchardo, que se trasladado a París en 1907 para ser alumno del pintor. Adán Diehl, amigo de Ramón Laberto, adquiriría poco después la obra por 20.000 francos. Esta pintura de tonos pasteles se vendió en la Sala Christie´s en septiembre de 2008 por 1,3 millones de euros. Dos años antes la obra de Anglada Camarasa “El Casino de Paris”, batió record en España al alcanzar los 2,9 millones de euros en la misma sala.

Masriera pinta “Joven descansando” (1894), cuadro que podemos contemplar en el museo del Prado. “Fatigada”, otro famoso cuadro de este autor de la colección de Exposición Nacional de 1906 (Barcelona) abunda en esta temática de decoración preciosista propio de la mejor pintura burguesa de la época en la que se refleja el alegre agotamiento de elegantes damas al volver de los bailes en la madrugada. La trágica decadencia de la mujer en el burdel es otro de los clásicos de la pintura que marca el tránsito del siglo XIX al XX. A estas mujeres de la vida, antes alegres ahora tristes y enfermas, las destroza la sífilis que los pintores reflejaban convertida en un incitante y venenoso clavel rojo en la boca o la fiebre, representado por el color amarillo. La obra desgarradora de Rusiñol “Morphine” describe el sufrimiento de una joven mujer postrada en la cama. Ramón Casas también destacaría a la hora de plasmar ese mundo escabroso de la inocencia rota, prostitución y muerte en “Vividoras del amor (Fondos de Arte de la Caja Canarias) fue rechazada por inmoral en la Exposición Nacional de 1906. Lo que molestó al jurado fue la intensa mirada (habitual en sus obras del momento) que tres de las prostitutas clavan en el espectador.

Francisco Iturrino, bilbaíno recriado en Salamanca compañero de Picasso y Zuloaga en París, dejó su visión de estas mujeres de vida alegre y cruel con cuerpos estilizados, desnudos y fundidos entre el paisaje colorista que convierte a las prostitutas en musas de la naturaleza. En este sentido las mujeres más idealizadas las pinta Jorge Owen Wynne Aperley en el cuadro “Las siete ninfas”. Dentro del ámbito novecentista se da una derivada regionalista del Postsimbolismo. Entre los que más se separan del naturalismo, destaca el propio Romero de Torres en Andalucía, Evaristo Valle en Asturias, los Zubiaurre y Arteta en las Vascongadas (y también en Castilla), Viladrich en Aragón y Cataluña y Xesús Corredoyra en Galicia.

En este recorrido por la figura femenina de los siglos XIX y XX no podemos pasar por alto la contribución de Pablo Picasso ya que si algo destaca a lo largo de su vida y obra es un erotismo no ya subyacente sino explícito. En el retrato femenino se manifiesta el profundo vínculo entre la vivencia del pintor ante la mujer y la propia pintura. Por ello, las obras en las que Picasso retrata a alguna de sus esposas proporcionan una clave de su relación con las retratadas en un aspecto incluso sexual. Picasso tenía la necesidad de retratar a sus amantes, que aparecen en sus cuadros incluso cuando eran clandestinas. El tema de la mujer es muy frecuente en la obra de Picasso ya desde sus primeras realizaciones. En concreto la fotógrafa  Dora Maar,  compañera del pintor durante ocho años, le sirvió de modelo en numerosas ocasiones. Fruto de ello son algunos de los retratos más emblemáticos del pintor malagueño. Un magnífico retrato entró en 2005 a formar parte del museo Reina Sofía tras haber sido aceptado por Hacienda en concepto de dación por pago de impuestos de Caja Madrid. Picasso conoció a muchas mujeres pero fueron apenas media docena quienes dejaron una profunda huella en su vida y en sus pinturas. Entre ellas Olga Kokhlova, Fernande Olivier, Marie-Thérèse Walter, Françoise Gilot, Jacqueline Roque y la pintora y fotógrafa Théodora Markovic, más conocida como Dora Maar (Tours, 1907-París, 1997) posó como modelo para Picasso  desde que la conoció en 1936, su figura se descubre en “la mujer que llora” del “Guernica” al tiempo que Dora Maar inmortaliza el proceso creativo del cuadro. Esta obra se suma a otras que el Reina posee de la fotógrafa como la que adquirió el Ministerio de Cultura por 3,3 millones de francos en 1998 en la sala Piassa y Mathias de París en 1998. En este caso la fascinación del pintor por su modelo se torna para ser fascinada la modelo por el pintor. Picasso devoraba la voluntad de sus modelos así Dora Maar, como también sucedió con otras modelos, mantuvo una tormentosa relación (1936-1944) que terminó siendo una mujer abandonada a sus recuerdos y aún así mantenía que “después de Picasso, sólo hay Dios”.

Otro tipo de mujer, fuerte y desafiante es la que pinta Zuluaga siendo el mas fiel exponente de esta visión el que se produce por la simbiosis entre el terreno áspero y el espíritu fuerte, casi indomable de la mujer castellana, mujeres que llevan siglos sobreviviendo en condiciones terribles y que Zuloaga las presenta gallardas y heroicas. En algunos de los artistas el énfasis racial en la representación de la mujer española se convirtió en un recurso al servicio de un franco erotismo. El éxito que Zuloaga obtuvo entre la clientela acomodada, sobre todo en Norteamérica, se explica a la luz de esta cuestión. Las damas querían ser pintadas como mujeres no sólo atractivas, sino tentadoras y por eso buscaban a un artista que vestía a sus modelos a la moda española y las hacía aparecer como mujeres seductoras, como Carmen de Merimée. También Alberto Arrúe y Valle cuando pinta a la mujer gitana le da un aire de grandeza, donde el color es básico.

El noucentisme, corriente político-social que se desarrolla en Cataluña a principios del siglo XX enaltecerá la vida rural como lugar de desarrollo de relaciones familiares idílicas que enraizará a la mujer con la tierra y que tendrá su influencia en el arte a través de artistas como Manolo Hugé, sus mujeres son fuertes, clásicas y arcaicas identificadas con los trabajos de la tierra catalana. También Joaquín Sunyer será uno de los impulsores de este movimiento que ensalzará la relación entre la mujer y la naturaleza siendo frecuentes las escenas pastoriles. Las escenas cotidianas de la mujer rural son reflejadas por los pinceles de Julio Vila y Prados. O seducen al espectador mientras hacen un alto en sus quehaceres como “Mujeres abanicándose” de José Villegas Cordero. La mujer también se identifica con la tierra a través de la fecundidad y ahí están los cuadros morales en los que se exaltará la relación madre e hijo. Las damas se hacen retratar con sus hijos por pintores como Agustí Esteve. Ricardo Canals, de su origen catalán y formación parisina, alcanzó fama internacional pintando escenas del folklore andaluz, con mujeres idealizadas, fuertes y robustas, que dan el pecho a niños sanos y felices.

Otras informaciones sobre este tema:

Mujeres en el Arte…

Criselefantinas. La mujer ArtDecó.  

ArtDecó

Heroínas

Imágenes:
Sol ardiente de junio, Frederic, Lord Leighton, San Juan de Puerto Rico, Museo de Arte de Ponce, exposición Museo del Prado 2009

Masriera, Museo Del Prado

Dora Maar, Museo Reina Sofía

Anglada Camarasa, Subastas Christie´s

Zuloaga, Subastas Sotheby´s