Se trata de dos construcciones muy distintas y separadas en el tiempo, pero les une el estado de abandono total en el que se encuentran y el riesgo que presentan de colapso. Son las pinturas murales góticas de la ermita de Nuestra Señora de la Concepción y San Sebastián, en Riva, y la casa torre de Diego Cacho, en Laredo, ambas en Cantabria. Su pésimo estado de conservación les ha llevado a ser incluidos en la Lista Roja del Patrimonio que elabora la asociación Hispania Nostra (www.listarojapatrimonio.org) y que recoge cerca de 850 monumentos españoles que corren el riesgo de desaparecer si no se actúa de inmediato.

La ermita de Nuestra Señora de la Concepción y San Sebastián está en un estado de deterioro progresivo con hundimiento de cubierta y grietas en las paredes. Las pinturas en una capilla sin cerramiento se van, asimismo, deteriorando, habiéndose perdido totalmente algunas de ellas. No gozan de ninguna protección legal específica.

Se trata de una construcción de la segunda mitad del siglo XV, de la que únicamente queda la capilla mayor, antecedida por arco toral apuntado y cubierta por bóveda de crucería de cinco claves -dos con estrellas, una con cruz, otra con escudo y la central con una flor de lis- nervios cruceros, terceletes y ligaduras, apoyando sobre ménsulas. En el siglo XIX se pintó en azul añil. Una ventana ajimezada en arco apuntado de tracería lobulada permitía la entrada de luz natural para la celebración eucarística en el presbiterio.

A mediados del siglo XVIII se hizo un retablo de madera, de estilo barroco y policromado, procediéndose al encalado de los muros. Con el paso de los siglos, el retablo se fue deteriorando hasta desaparecer y unido a la falta de mantenimiento del edificio, dio lugar a la caída de los encalados y repintes, reapareciendo las imágenes originales góticas.

En el año 2000, ya muy deterioradas, se conservaban en el testero unas interesantes pinturas murales góticas, de fines del siglo XV, con la representación de San Jorge y el dragón, reconociéndose entonces las figuras relativas al martirio de San Sebastián y a una doncella rescatada por un caballero o arquero (¿alegoría de la Inmaculada Concepción?). Así las describe Campuzano Ruiz (2013):

“En el muro del testero, hacia el lado de la Epístola, sobre un fondo pictórico de falsa sillería, hay una representación de un San Jorge, con armadura y a caballo, alanceando a un dragón del que se conserva la cabeza y la cola, habiéndose desprendido las piedras sobre las que estaba pintado el resto del cuerpo. Encima, hay una figura femenina: doncella de frente pero con los pies de perfil, calzando borceguíes (…) Se aprecia su juventud en los cabellos largos y dorados y en el propio vestuario blanco de finos pliegues como de seda, que descienden paralelos y se atan con un cinturón. Las manos parecen estar juntas delante del pecho. A su izquierda aparece una ventana por la que se asoma un personaje femenino, y quizás otro masculino, que podría corresponder a los reyes, padres de la doncella (…) por la posición que ocupa la doncella sobre el dragón, también es posible entender la escena como alegoría de la Virgen, según la visión de San Juan en el Apocalipsis, la mujer vestida de sol a punto de dar a luz, a la que acosa el dragón, que luego será interpretada como la Inmaculada Concepción.”

En este mismo muro del testero, hacia el lado del Evangelio, se representa el martirio de San Sebastián: “Un hombre de perfil vestido al uso medieval, tensa una ballesta cuyas flechas se dirigen hacia una figura semidesnuda que aparece, -en lo que deja ver los repintes y desconchados del muro, atada delante de un árbol. Sus dimensiones son sensiblemente superiores a las del arquero. Se aprecian algunas flechas clavadas en sus piernas y torso”.

En el muro lateral, se resiste a desaparecer en su totalidad otra pintura, en forma de friso (5,50 m. de ancho), que representa la Última Cena: “En el centro de la composición se encuentra Cristo, con larga melena que mira hacia su derecha en actitud de hablar con San Pedro, caracterizado por su
cabeza redonda, barba e incipiente calva. (…) A continuación aparecen otros cinco apóstoles. A la izquierda de Cristo se encuentra, recostado en su pecho y sobre la mesa su discípulo amado, Juan. El resto de las figuras se encuentran aún bajo una gruesa capa de repintes”.

La casa torre de Diego Cacho, en Laredo, tampoco goza de ninguna protección legal específica y presenta un estado de abandono y deterioro notable. Se han producido derrumbes en la techumbre que ponen en peligro la estabilidad del inmueble.

Casi enterrada por la maleza y la descontrolada vegetación, se conserva la casa de verano que perteneció a Diego Cacho Sierra, ubicada en un alto desde el que se divisaba el movimiento portuario entre la villa laredana y la ría de Santoña, protegida por el monte Buciero, su playa, el fuerte de San Martin y el monasterio de Montehano, asomando también la villa de Escalante.

Una doble muralla abraza todo el entorno de la casa principal y capilla, así como los restos de otras edificaciones secundarias, cuyos usos estuvieron sin duda relacionados con los servicios propios de la hacienda.

Don Diego Cacho, nacido en 1686 y vecino de Laredo, recibió su certificación de armas a principios del siglo XVIII. Hijo de Don Diego Cacho de la Sierra y Doña Francisca de Rada y Ribas, era descendiente de la casa de Cachupín por vía materna.

Llevada a cabo sobre los restos de una antigua fortaleza perteneciente al siglo XV, fue construida en el siglo XVIII para Diego Cacho Sierra, convirtiendo el edificio en un volumen regular, cúbico, de dos alturas, cubierto por tejado a cuatro aguas, hoy en un lamentable estado de abandono. Su fachada principal, absolutamente simétrica, se compone de un arco de medio punto dovelado en sillería sobre el que se abren dos pequeños vanos abocinados que parecen sostener la imponente pieza armera que luce los apellidos del fundador, Cacho Sierra. Este eje que guarda los restos de la antigua fábrica medieval, se amplió en anchura hasta conformar un edificio de planta cúbica, abriendo sendos vanos cuadrangulares a ambos lados del cuerpo central de la fachada, que estuvo encalada ocultando el sillarejo de sus muros, dejando ver, tan solo, la noble sillería que remata sus esquinales y sus vanos.

De esa misma época es la capilla que hoy se encuentra muy deteriorada y que se emplea de almacén. Un arco de medio punto similar al de la casa principal nos permite acceder al interior. Tiene planta longitudinal, de nave única de dos tramos cubiertos por bóveda de crucería de cinco claves, con nervios cruceros, terceletes y ligaduras. Apean sobre pilastras con ménsulas, todo ello labrado en sillería. El mampuesto y sillarejo de los paramentos aún conserva parte de su original encalado.

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