El próximo 21 de febrero y hasta el 22 de marzo se desarrollará, en el Museo Reina Sofía y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el ciclo “Guy Debord y René Viénet, del letrismo al situacionismo. El cine ha muerto: si les parece, pasemos al debate” organizado por ambas instituciones con el apoyo del Instituto francés, que analizará cómo el letrismo y el situacionismo se convirtieron en dos movimientos intelectuales y artísticos que vaticinaron la superación de la idea de vanguardia. Para ambos movimientos fue decisiva la reflexión sobre el cine y la cinefilia, sobre la imagen y su transformación en mercancía. Este ciclo reúne ambas corrientes en tres bloques denominados letrismo, Guy Debord y René Viénet.

En apenas un año, entre la primavera de 1951 y la de 1952, se presentaron en Francia una serie de películas y performances fílmicas que todavía hoy, retrospectivamente, pueden verse como uno de los momentos más radicales de impugnación de la institución cinematográfica. Isidore Isou, fundador del letrismo —movimiento que aglutinó buena parte de las energías de la vanguardia francesa posterior a la Segunda Guerra Mundial— presentó en el Festival de Cannes la primera versión de su película Traité de bave et d’eternité (1951), articulada a partir de una completa separación de la banda de imagen y la de sonido.

Un “montaje discrepante” según su propia terminología. La proyección desató una intensa polémica dado que el último tercio de la película consistía solo en sonido, con la pantalla en negro. Se abría así el camino para la práctica, aún más radical, de otros jóvenes cineastas: en los meses siguientes, varios letristas acometerán una investigación exhaustiva de los componentes elementales del dispositivo cinematográfico. La pantalla y la imagen fotográfica serán ferozmente profanados en L’Anticoncept (Gil J Wolman, 1952); la sala y el dispositivo de proyección en Tambours du jugement premier (François Dufrêne, 1952); y el soporte y su recepción pública en Hurlements en faveur de Sade (Guy Debord, 1952). Esta última provocará, además, una escisión en el grupo, que separará para siempre los caminos de Debord y el resto de letristas.

Aunque pocas veces llegó a ser reconocido como tal, Guy Debord quiso presentarse al mundo como cineasta. El papel central que el cine desempeñó en la sociedad de la segunda mitad del siglo XX, que él mismo describió con agudeza, le daba la posibilidad de convertirse en su único “cineasta maldito”. Para ello, Debord orientó su actividad cinematográfica hacia la negación permanente de la institución, lo que en la práctica supuso una aplicación experimental de la directriz situacionista de superación del arte. Su primera acción pública consistió en la proyección de una película sin imágenes, mientras la última radicó en privar al mundo de la posibilidad de ver sus películas, cosa que realmente ocurrió durante sus últimos diez años de vida.

La publicación en forma de libro de los comentarios contenidos en sus películas (Oeuvres cinématographiques complètes, Gallimard, 2005) o la árida versión cinematográfica de su obra más celebrada (La societé du spectacle, 1973), forman parte de una calculada estrategia de Debord para minar el pilar central de la cultura del cine y de la sociedad del espectáculo —la imagen—, favoreciendo a su tradicional adversario, el texto.

La obra cinematográfica de René Viénet presenta un contrapunto a las abstracciones y desafíos teóricos de Guy Debord en el movimiento situacionista. En sus filmes, restaurados para este ciclo, el autor lleva al extremo el détournement o la deriva, apropiándose y resignificando noticiarios, documentales maoístas y películas de kárate para cuestionar, con el humor y el juego permanente, a la sociedad burocratizada.

Del 21 de febrero al 22 de marzo

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