El Museo Nacional de Escultura muestra las mil caras del diablo a través del mundo de los Brueghel. Dibujos, pinturas, relieves, moviliario, vido instalación, un conjunto formado por 108 piezas que estarán reunidas en esta exposición hasta el 3 de marzo de 2019.

Un proyecto expositivo en torno a dos obras: Las tentaciones de San Antonio, de Jan Brueghel de Velours (1600-1625) y Los siete pecados capitales de A. Roegiers (2011). La exposición se propone como un ejercicio de confrontación y, a la vez, de diálogo entre obras separadas entre si por cuatrocientos años, que, utilizando lenguajes y medios técnicos diferentes, recrean un tema que adquirió en el arte del siglo XVI y en el ámbito flamenco un notable protagonismo y una originalidad sin precedentes.

La primera de las obras fue realizada por un gran maestro de la pintura holandesa, Jan Brueghel de Velours. Es un óleo sobre lienzo, en el que el paisaje cumple un papel esencial. En el siglo XVI, los pintores flamencos inventan una manera propia de representar el paisaje, imaginativa y seductora, en el límite entre lo real y lo imaginario. La naturaleza se convierte en un lugar misterioso, donde suceden hechos extraordinarios y pesadillas y donde la naturaleza y los seres que la habitan se confunden con las obsesiones delirantes del mundo interior. El tema de las tentaciones San Antonio o las alegorías de los pecados capitales tienen lugar en medio de bosques, colinas, rocas, ciudades, cabañas y cielos abiertos, animados como seres antropomorfos y habitados por diablos, seres híbridos y criaturas extrañas.

Otras pinturas flamencas acompañan a esta sección poniendo de manifiesto el auge y la riqueza inventiva que adquirió este mundo de los paisajes endiablados, las tentaciones y las alegorías de los pecados capitales, en la pintura europea del norte durante unas pocas generaciones.

Un papel destacado desempeña la serie de grabados sobre Los siete pecados capitales de Pieter Brueghel el Viejo, puesto que fue una de estas estampas, «El orgullo», la que directamente inspiró el cuadro de su hijo, Jan Brueghel, Las tentaciones de San Antonio, que encabeza la exposición.

La imaginación del gran Brueghel sigue siendo hoy fecunda. Pues es precisamente esta misma serie de grabados la que inspira, cuatro siglos después, al artista plástico Antoine Roegiers (Bélgica, 1980), autor de Les Sept Péchés Capitaux, un ciclo de dibujos animados en el que cobra vida y movimiento el loco universo de cada uno de los siete pecados: el orgullo, la lujuria, la gula, la envidia, la pereza, la avaricia y la cólera. Haciéndoles surgir y animarse en un movimiento repetitivo y fascinante, el artista recrea en todos sus detalles el decorado de un mundo imaginario en el que las criaturas híbridas evolucionan, como empujadas por un aliento demoniaco y da cuenta de su insospechada riqueza.

Después de un artesanal trabajo consistente en redibujar detalles de arquitecturas, personajes y paisajes fabulosos, la video-instalación parece satisfacer un deseo incumplido del propio Brueghel: abandonar la inmovilidad visual del grabado y ponerlo todo en movimiento, recorrer los escenarios, transmutarse y correr de un lado para otro, completar las historias, contarnos los secretos y las intenciones de cada figura, dilatar el panorama. Es sorprendente ver cómo dos soportes tan diferentes, el grabado y la animación digital, pueden ser tan unánimes en la finura en el detalle, el sentido del humor, la visión maliciosa del mundo y la imaginación sobre los destinos solitarios de estos seres híbridos y perdidos en el mundo.

Una temporada en el infierno
Entre 1460 y 1610, la tentación de San Antonio conquista las artes plásticas. La representación de las privaciones del santo y sus visiones diabólicas llegó a ser un artículo muy solicitado en la sociedad flamenca, ansiosa por preservarse de la condena al infierno, un temor colectivo e individual que había cobrado un nuevo auge.

Las dos grandes invenciones de estos pintores nórdicos fueron, en primer lugar, el paisaje: la ubicación de este tormento diabólico en medio de grutas, bosques, ciudades y castillos en el horizonte. No es el paisaje «heroico» de los italianos. Es una naturaleza incendiada, negra, llena de energía errática y salvaje, infectada por las fuerzas metafísicas del mal.

La segunda gran invención fue el carácter fantasmal y quimérico de la tentación, que se encarna en mutantes demoniacos vagamente antropomorfos, enloquecidos o seductores, en homúnculos repugnantes con signos de brutalidad, de estupidez, de malicia, que embarullan los reinos de la naturaleza: la roca de rostro humano, el pájaro-soldado, el reptil volante y, en fin, toda suerte de «disparates». No hay jerarquías y no sabemos dónde dirigir la mirada. Pronto comprendemos que la necesidad occidental de interpretar ha de ser sustituida por el placer de ver.

Bruegel el Viejo: el pandemónium de los pecados
El enigmático Bruegel vivió en una Flandes convulsa, cuando la Cristiandad se desangraba partida en dos, en medio de guerras, miserias y furia universal. Atormentadas y pesimistas, las gentes veían abrirse bajo sus pies un abismo infernal donde el demonio, cada vez más encarnizado, y la obsesión por el pecado se agrandaban, en virtud de la creciente autoridad de la Iglesia y los procesos de culpabilización individual.

Esta serie fue la que dio al joven Bruegel su celebridad de gran dibujante. Nos presenta un mundo embaucador y laberíntico en el que siempre ronda el Maligno. En decenas de microescenas, hombres, animales, demonios y criaturas de pesadilla, son mostrados, en un enredo corpóreo, desde arriba, en cuclillas, enmarañados, en posturas acrobáticas, reptantes, rodeados de centenares de cosas y detalles.

No podemos despegar la vista. Pero Bruegel no juzga; es un notario que levanta acta del desenfreno humano: estupidez, avaricia, crimen, glotonería, procacidad, envidias y muy poca bondad. Es un mundo doloroso, pero también lúdico, donde asoma el transgresor aliento de la cultura popular, fundada sobre la «carnavalización» del mundo y la risa, como compensación a la obediencia del orden establecido.

El rompecabezas de Bruegel
El magnetismo visual de la tradición flamenca conserva todo su brío nutriendo la imaginación de hoy. La experimentación que combina el lenguaje digital junto con herramientas de los viejos maestros como el dibujo, dan en la obra de un joven artista del siglo XXI como es Antoine Roegiers frutos artísticos de una fertilidad poética tan sutilmente subversiva como lo fue en su tiempo la obra de los Brueghel. Seducido por la libertad y la modernidad del maestro, Roegiers se desliza en la piel de su ilustre predecesor, con el que comparte la finura en el detalle, cierta inclinación a la perversidad, el gusto por la extrañeza y una visión maliciosa del comportamiento humano.

Su método creativo tiene mucho de artesanal. Con impecable maestría técnica, Roegiers redibuja por separado arquitecturas, personajes y geografías, como en un rompecabezas, despiezando los miembros del cuerpo, variando el punto de vista y aislando los elementos del paisaje, que le permitirán luego describir los destinos de esa miríada de seres híbridos, solitarios y perdidos.

Bruegel animado: un juego de espejos con el siglo XXI
Empujados por un soplo poético e inquietante, los extraños protagonistas de los pecados se ponen en movimiento. La gran locura flamenca cobra vida. Roegiers explora un gran hallazgo compositivo de las estampas bruegelianas: la simultaneidad de miniacontecimientos, ese patchwork de microrrelatos que ocupan el paisaje y que forman un «milhojas» de escenas superpuestas.

Es como si, centenares de años después, Brueghel viese satisfecho un anhelo entonces inalcanzable: abandonar la inmovilidad visual del grabado y contarnos los secretos y las intenciones de cada trama, completar las historias, hacer un efecto de zoom sobre el panorama.

En un movimiento repetitivo y fascinante, el decorado se anima: de una «nada vacía» surgen encapuchados o figuras que avanzan a gatas; cabezas-patas que recorren bosques; una misteriosa soldadesca que corre en pos de algo, caracoles y orugas que se arrastran sobre el terreno o se lanzan por el aire sobre su presa. El artista hace entrar al espectador en el interior de los dibujos para pasearle más allá de donde le había llevado Bruegel. Le convierte en un ávido voyeur.

Datos de interés:
El diablo, tal vez. El mundo de los Brueghel
Museo Nacional de Escultura (Calle Cadenas de San Gregorio, 1, Valladolid)
Fechas: 1 diciembre 2018 al 3 de marzo de 2019
Horario: Martes a sábado: 11 a 14 h y 16.30 a 19.30 h. Domingos y festivos: 11 a 14 h.
Visitas temáticas: Domingos a las 11.30 h. Actividad gratuita. Inscripción previa en 983 250 375 o reservas.museoescultura@cultura.gob.es

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