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Gesto y símbolo en Van Dick. Un retrato familiar de 1620

En 1770, el embajador de Catalina de Rusia ante Luis XV adquiere para la emperatriz en París un lienzo de Van Dyck. Retrato de una familia salió hacia el Palacio del Hermitage, en San Petesburgo. El comprador conocía bien los gustos artísticos de la soberana, pues el lienzo, aunque de extraordinaria calidad y avalado por la fama del autor, correspondía a su etapa juvenil en Amberes, pero suponía una auténtica ruptura con la tradición de la retratística flamenca. El cuadro puede ser admirado ahora en el Museo Nacional del Prado, en el marco de la gran muestra “El joven Van Dyck”, la primera en España centrada exclusivamente en su obra. La exposición se ha concebido en un itinerario conceptual y pedagógico muy llamativo, pues entre los quince y los 21 años, el artista realiza unas 160 obras, probando no sólo gran precocidad creativa, sino una inteligente mezcla de autocontención y libertad compositiva. Como alumno del gran maestro Rubens y experimentando entre la ambición estética, la contradicción y el éxito, las 92 obras reunidas nos presentan un panorama amplísimo del sello personal de uno de los principales pintores del XVII europeo.

No hay acuerdo sobre quienes son los tres retratados en el cuadro que nos ocupa. Durante más de dos siglos, se afirmó que el varón, ligeramente inclinado hacia nosotros, bien podría haber sido un pintor, al que acompañan esposa e hijo. ¿Frans Snyders o, como se dijo décadas más tarde, Jan Wildens? Jonathan Brown acabó descartando a éste último en 1999. Es fundamental hacer referencia al estudio sobre la posible identificación de los personajes, recogida en la correspondiente ficha del catálogo de la exposición, realizada por Teresa Posada Kubissa, para intentar aportar no tres nombres concretos, sino una vía por la que quizá puedan continuarse nuevas investigaciones. Nos atrevemos a sugerir que difícilmente sea la familia de un artista. La suma de varios indicios, por sí solos no concluyentes, nos anima a pensar, por ejemplo, en la de un rico burgues… cuya fortuna provenga, en parte o en todo, acaso del matrimonio -y consiguiente dote- con una serena dama de alta alcurnia. Una esposa que es quien posa, sentada, erguida, consciente de su posición, sin duda acostumbrada a ser retratada, con el cabello perfectamente recogido y la gola recién almidonada, una quietud en plenitud que aun le permite dejar descansar con naturalidad su mano, jugueteando con la tela que protege de infantiles manchas los faldones de su primogénito. Al caballero le han podido las prisas o la impaciencia. Quizá la amistad con Van Dyck, o el interés por contar con un retrato digno de la familia cuyo prestigio se preocupa por consolidar, le han hecho levantarse de la silla que ocupaba, permitiendo que apenas distingamos lo que parecen ser unas armas nobiliarias en el respaldo de cuero. Su mano derecha puede tapar lo que puede ser el un pomo en la parte superior, pero no la preferencia del pintor por recoger texturas físicas toscas en el cuerpo humano, tan lejos de las idealizaciones de los retratos de Rubens, pero pendientes de estilizar las formas. El caballero se adelanta ligeramente ante el pintor. Quizá quiere saber en qué fecha podrá mostrar el lienzo a sus parientes y amigos. O el precio. Pero no pierde la elegancia.

Van Dick nos da una verdadera lección de gesto y símbolo en el lienzo. Incluso en el gesto del niño, que mira hacia su padre, al que sin duda acaba de oír pronunciar unas palabras. Posada Kubissa sostiene que es un varón. Aunque no se extienda por motivos de espacio en fundamentarlo y no contar con la identificación de los personajes no podría, en ese aspecto, avalarlo, podemos entender que la pequeña gola que luce es parecida a la de su progenitor. Sus faldones, usados indistintamente en la época por niños y niñas, no contribuyen a despejar la incógnita, al igual que su tez sonrosada y el delicado mechón de pelo. Quizá un pequeño collar rojo pueda ofrecer alguna clave a expertos sobre indumentaria y costumbre infantiles, como el debate sobre el objeto que porta. Para unos, se trata de una muñeca. Para otros, sería un salero, ese objeto cotidiano con el que se fijaba la tinta en los escritos… Que no tendría especial sentido haber recogido en el retrato de la familia de un pintor, sino más bien en el de un burgués, comerciante o mecenas. Insistimos. Este lienzo es un cuadro cercano, psicológico, espontáneo. Que conserva elementos solemnes como cortina y paisaje  al fondo, pero cuyos personajes nos adentran en el atractivo nuevo estilo que aportó Van Dcyk.

Andrés Merino Thomas

A mano alzada /// Este Retrato de una familia es una de las obras de la Sección V de la exposición, probablemente en la que se distingue más nítidamente el estilo personal de Van Dyck. En todo el recorrido de la muestra se observa el esfuerzo realizado en su montaje, con interesantes retos visuales. No ha sido fácil individualizar obras en las que se aprecian vacilaciones o deseos de experimentar e impactar, debiendo además contextualizarlas en series temáticas, en su relación con Rubens o ubicarlas cronológicamente. El resultado ha sido un itinerario ordenado y bien planteado, sin dejar de ser atractivo y sugerente.  

“Retrato de una familia” (ca. 1620-21)
Van Dyck (1599-1641)
Óleo sobre lienzo (113,5 x 93,5 cm)
Museo Estatal del Hermitage, San Petesburgo
Exposición: “El joven Van Dyck”
Organiza: Museo Nacional del Prado
Sede: Museo Nacional del Prado. Edificio Jerónimos. Salas A y B
Comisarios: Alejandro Vergara (Jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte hasta 1700 del Museo Nacional del Prado) y Friso Lammertse (Conservador del Boijmans van Beuingen Museum, Rotterdam, Países Bajos)
Madrid, 20 de noviembre de 2012 a 3 de marzo de 2013
www.museodelprado.es