El Museo Thyssen-Bornemisza celebra el veinte aniversario de su apertura con una exposición muy especial. Gaugin y el viaje a lo exótico descubre como el viaje hacia mundos supuestamente más auténticos produjo una renovación del lenguaje creativo y en qué medida esta experiencia condicionó la transformación de la modernidad.

“Gaugin empezó un nuevo rumbo para el arte”, afirmó Paloma Alarcó, comisaria de la muestra, que explicó que con su pintura “quiere romper con los orígenes y volver a empezar, como intentan todos los artistas de la modernidad”.

Experimentaciones artísticas
La muestra tiene la huida de Paul Gauguin a Tahití como hilo conductor y recorre un itinerario que comienza con las experimentaciones artísticas del pintor en los Mares del Sur y continúa con las exploraciones de artistas posteriores como Emil Nolde, Henri Matisse, Wassily Kandinsky, Paul Klee o August Macke, con el objetivo de dar a conocer la impronta de Gauguin en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX.

La exposición reúne 111 obras cedidas por museos y colecciones de todo el mundo, entre las que destacan Matamoe (Muerte. Paisaje con pavos reales) (1892), Dos mujeres tahitianas (1899) o seis acuarelas del artista de la serie Nativos de los Mares del Sur (1913-1914).

Primitivismo y modernidad
El interés de los artistas por viajar a tierras lejanas surgió a finales del siglo XVIII fruto de la pasión romántica por la aventura y de la curiosidad científica de los ilustrados. Los creadores buscaron explotar sus posibilidades formales y su potencial antimimético, esencial en la evolución de los lenguajes artísticos de las vanguardias. Si hay un artista que personifica mejor que ningún otro este impulso es Paul Gauguin. “El primitivismo exótico y hedonista de Gauguin seguirá con los expresionistas”, aseguró Alarcó.

La exposición aborda tres cuestiones que van interrelacionándose. La primera es la figura de Gauguin, cuyas pinturas icónicas, creadas a través del filtro de la Polinesia, no sólo se han convertido en las imágenes más seductoras del arte moderno sino que ejercieron una poderosa influencia en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX, como el fauvismo francés y el expresionismo alemán. La segunda trata del viaje como escape de la civilización, que servirá de impulso renovador a la vanguardia, y el viaje como salto atrás a los orígenes, a ese estado edénico, utópico y elemental que anhelaba el primitivismo. La tercera, y última, se refiere a la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía.

Mujeres de Argel
El recorrido arranca con la obra Mujeres de Argel en un interior (1849), de Eugène Delacroix, uno de los primeros artistas en viajar al norte de África en busca de lo exótico, y del que Gauguin era gran admirador. La muestra continúa con la estancia del artista, junto al pintor Charles Laval, en Martinica en 1887. Esta primera experiencia artística ante la espesura tropical y el encanto de las gentes de la isla cambiará definitivamente su lenguaje pictórico.

En Oceanía, Gauguin se volcó en la representación de la deslumbrante naturaleza y de la cultura maorí en proceso de desaparición. Con su particular estilo sintetista, construido mediante grandes superficies de color, pinta Matamoe (Muerte con pavos reales) (1892), Dos mujeres tahitianas (1899) o Mata mua (Érase una vez) (1892); todas ellas son ejemplos paradigmáticos de las pastorales tahitianas, escenas que recrean un mundo de antaño, perdido para siempre, en el que los hombres vivían en armonía con la naturaleza.

Universo de la selva
El mundo de la jungla se convirtió en uno de los motivos recurrentes de la temática moderna. Ese universo bajo las palmeras ofrecía a los artistas el impulso fundamental para superar la crisis de valores estéticos, morales y políticos, y para instaurar un nuevo paradigma artístico. Gauguin había convertido la analogía entre arte y sueño, propia del simbolismo, en ensoñación; en Tahití, al integrar lo primitivo y lo salvaje a esas ensoñaciones, logró acrecentar su creatividad. Como le ocurrió a Gauguin, la relación con la naturaleza salvaje, real o imaginaria, se convirtió para otros artistas como Henri Rousseau, Franz Marc, August Macke, Emil Nolde, Otto Müller o Henri Matisse, en el modo idóneo de recuperar la inocencia y el verdadero sentido del arte.

La exposición se cierra con la estancia de Henri Matisse en la Polinesia francesa en 1930, donde coincide con el rodaje de Tabu. Una historia de los Mares del Sur (1931) del director de cine expresionista alemán Friedrich Wilhelm Murnau. Durante el rodaje en Tautira, Matisse realiza varios dibujos del paisaje y algunos retratos de la actriz principal que se muestran en esta sala. Si Gauguin había planeado su viaje como una huida de la civilización, Matisse lo había proyectado como un viaje de placer, pero terminó convirtiéndose en el punto de arranque de una nueva etapa artística. Los recuerdos y ensoñaciones de Tahití se tradujeron en las experimentaciones de sus años finales con los papiers découpés, reverenciados como la culminación de su carrera y también como el último soplo de la utopía de las vanguardias.

Gauguin y el viaje a lo exótico
Del 9 de octubre al 13 de enero
Museo Thyssen-Bornemisza
De martes a domingo, de 10.00 a 19.00 horas
Sábados de 10.00 a 23.00 horas
Comisaria: Marta Ruiz del Árbol
Entrada general, 15 euros

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