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Exposición de la fotógrafa Imogen Cunningham

Desde el 18 de septiembre de 2012 al 20 de enero de 2013, se podrá visitar, en AZCA (General Perón, 40), la retrospectiva de la fotógrafa norteamericana Imogen Cunningham (Pórtland, Oregón 1883 – San Francisco, 1976), una pionera de la fotografía moderna. La muestra presenta la más completa panorámica de la artista realizada en Europa en los últimos veinte años.

Cunningham fue una fotógrafa visionaria con una larga trayectoria artística y un gran reconocimiento por la calidad e innovación constante de su obra. Trabajadora incansable, siempre estuvo dispuesta a explorar diferentes técnicas fotográficas para acometer nuevos proyectos, lo que le llevó a crear una producción artística prolífica y original.

La exposición ofrece una nueva reflexión sobre su obra y examina la amplia gama de facetas creativas que han dado forma a una trayectoria artística y vital que recoge más de setenta años de trabajo: desde sus primeras imágenes de estilo pictorialista bajo la influencia de Gertrude Käsebier y sus reveladoras composiciones abstractas de plantas y flores, hasta su fotografías de desnudos de carácter intimista o sus icónicos retratos de artistas, bailarines y actores tomados para la revista Vanity Fair.

Esta amplia producción artística esta representada en la exposición a través de una selección de doscientas fotografías, algunas de ellas expuestas por primera vez, procedentes principalmente de su propio legado, el Imogen Cunningham Trust, que ha aportado obras tan destacadas como Diseño de agave, una composición única de cuatro positivos realizada en los años veinte. Asimismo, están presentes en la muestra otras importantes obras como Invierno en Cowen Park, Seattle (1907), un positivo a la goma bicromatada que formó parte de la Internacional Film und Foto Ausstellung de Stuttgart en 1929 o un retrato de Guendolen Carkeek Plestcheeff (1917), ambas provenientes de la George Eastman House de Rochester y el Seattle Art Museum, respectivamente.

Imogen Cunningham tuvo una vida casi centenaria, marcada por los acontecimientos históricos transcurridos en los Estados Unidos en el tránsito del s. XIX al XX y las innovaciones técnicas desarrolladas en el ámbito de la fotografía. Su trayectoria artística, influida por destacados fotógrafos de su generación como Alfred Stieglitz o Edward Weston, sorprende tanto por su dilatada carrera, como por su inagotable anhelo de experimentación que manifiesta a través de una gran variedad de motivos y técnicas.

Nacida en Pórtland, Oregón, Cunningham estudió Química en la Universidad de Washington en Seattle, la disciplina más cercana a la fotografía en ese momento. Compró su primera cámara fotográfica en un curso por correspondencia y en 1906 comenzó a practicar en el campus de la universidad. Allí tomó uno de sus autorretratos más conocidos en el que se muestra desnuda al aire libre tendida sobre la hierba; una imagen que nos revela claramente sus dotes artísticas a la vez que anuncia un espíritu independiente y un prematuro interés hacia la representación del cuerpo humano, algo poco frecuente en aquella época.

Durante sus años en la universidad trabajó en el estudio fotográfico de Edward S. Curtis, donde aprendió la técnica de la platinotipia y a retocar negativos. En 1910 viajó a Dresde para completar sus estudios en la Technische Hochschule bajo la tutela de Robert Luther, un destacado experto en fotoquímica que le propuso hacer un estudio comparativo entre los distintos métodos de la platinotipia. Esta excelente formación académica se traduciría en la publicación de su tesis doctoral, en 1910, bajo el titulo Sobre el desarrollo de la platinotipia para tonos marrones (Selbstherstellung von Platinpapieren für Beaune Töne). Su manuscrito original, procedente de la George Eastman House (Rochester), se presenta por primera vez en esta exposición.

De regreso a Seattle en 1910, Cunningham abrió un estudio fotográfico. Sus primeros retratos fueron encargos de personajes de la alta sociedad, lo que evidencia el prestigio que la artista se estaba forjando dentro de la comunidad local. Al mismo tiempo estableció sólidos lazos con el mundo artístico de la época y, bajo la influencia de Gertrude Käsebier, creó la mayoría de sus exquisitas imágenes de estilo pictorialista. Su amplia experiencia en el positivado le permitió elaborar obras de gran belleza, logradas a partir de filtros especiales y retoques manuales. Tal es el caso de El bosque más allá del mundo (1912), una copia al platino que representa un paisaje bucólico, de clara influencia simbolista, donde dos figuras femeninas desvanecidas entre formas arbóreas parecen emerger de un paraíso perdido.

En 1917, tras casarse con el artista y grabador Roi Partridge, se traslada a California, donde nacen sus dos hijos gemelos, Rondal y Padraic. A pesar de que la maternidad supuso una pausa temporal en su trabajo, Cunningham no dejó de fotografiar su entorno más cercano al mismo tiempo que se mantenía al tanto de las nuevas tendencias del arte y la fotografía a través de revistas como Camera Work o Vanity Fair.

De vuelta a la actividad en 1920, se interesó particularmente por su entorno natural que representa a través de sus composiciones florales. Su preferencia por el estudio de las formas y el detalle anuncia durante esos años una visión claramente moderna, que reducía la naturaleza a sus formas y estructuras más simples, eliminando los enfoques suaves característicos en sus comienzos pictorialistas. Cunnigham era una aficionada de la botánica y a menudo asignaba nombres científicos a sus fotografías. Experimentó sin descanso con magnolias, calas, aloes y cactus en el jardín de su casa, convirtiéndolo en su principal fuente de inspiración. Allí fotografió algunas de sus obras más conocidas como Flor de Magnolia (1925) o Dos calas (1925), donde podemos observar cómo a partir de un enfoque ajustado y una iluminación dramática, registra cada detalle para conseguir una imagen de gran plasticidad y belleza. Unas fotografías que nos recuerdan a las composiciones naturales de Karl Blossfeldt e incluso pueden convertirse en un precedente de los trabajos posteriores del fotógrafo Robert Mapplethorpe.

Más allá de esta especialidad, Cunningham sintió cierta predilección por la representación del cuerpo humano que convirtió a través de sus interpretaciones personales en un símbolo de sensualidad en armonía con la naturaleza. Los familiares, amigos y artistas, retratados a los largo de su vida y en repetidas ocasiones, se convirtieron en sus modelos más frecuentes. Así, una serie de retratos de su marido Roi, tomados en el Parque Nacional del Monte Rainier (Washington), constituye una de las primeras aproximaciones históricas a la fotografía de desnudo masculino, un auténtico desafío a los convencionalismos sociales de aquella época. Asimismo, destacan entre sus desnudos los detalles corporales tomados en primer plano, unas composiciones de exquisita delicadeza que logra a través tratamiento de luces y sombras para articular las formas en espacios geométricos.

En 1929 Edward Weston invitó a Cunningham a formar parte de la exposición Film und Foto en Stuttgart. Esta muestra fue considerada como la primera gran exposición de la fotografía moderna europea y americana y contó con la participación de fotógrafos como Edward Steichen, Berenice Abbott o Man Ray, entre otros. Su aportación, a través de una selección de diez obras –un desnudo, un estudio arquitectónico y ocho imágenes botánicas-, le proporcionó fama internacional, especialmente por sus composiciones florales denominadas Pflanzenformen, que tuvieron una gran acogida.

En 1932 se constituyó el Grupo f/64, asociación fotográfica de la que formó parte junto con fotógrafos como Ansel Adams o Edward Weston. Pese a su corta duración –el grupo se disolvió en 1935- la impronta de f/64 marcó la trayectoria de la artista que en ese momento defendía una fotografía nítida y directa, caracterizada por una gran profundidad de campo. Sin embargo, su afán de experimentación impidió que se amoldara totalmente al concepto restrictivo de fotografía exenta de manipulación que defendía el grupo.

Durante la década de 1930, utilizó con frecuencia en sus retratos de escritores y artistas la exposición doble o múltiple, que consistía en exponer varias veces el negativo para crear una superposición de imágenes. En esta línea destacan los retratos de los bailarines Martha Graham y José Limón representados como figuras etéreas que parecen desvanecerse entre sus propios movimientos. Sus innovadoras fotografías pronto llamaron la atención de Vanity Fair y gracias a la publicación de uno de sus retratos de Martha Graham, Cunningham comenzó a colaborar de manera regular con la revista. Entre 1933 y 1936, realizó varios viajes a Los Ángeles y Nueva York donde retrató a numerosas celebridades de la época, desde los actores Cary Grant, Joan Blondel o Spencer Tracy al presidente Herbert Hoover, pasando por numerosos artistas y bailarines. En sus retratos observamos cómo prescinde totalmente de los accesorios y apuesta por la caracterización para captar la psicología de los personajes.

En 1946, en el trascurso de uno de sus viajes a Nueva York, conoció a Lisette Model. El estilo creativo de fotografía callejera que practicaba Model, con detalles dinámicos y recortados, influyó en Cunningham y la animó a investigar su nuevo entorno urbano y la vida pintoresca que encontraba en los barrios de San Francisco o Nueva  York. Este nuevo estilo que ella misma definió como “fotografías robadas” se prolongaría hasta los últimos años de su carrera. En estas imágenes encontramos claras referencias a fotógrafos como Henri Cartier-Bresson o Helen Levitt, quienes rastreaban las calles de París o Nueva York en busca de la imagen artística.

Durante los últimos años de su carrera, Cunningham ya estaba considerada como una de las fotógrafas más representativas de la Costa Oeste americana. En 1970, recibió una Guggenheim Fellowship para imprimir y restaurar algunos de sus primeros negativos. Instituciones como el M. H. Young Memorial Museum de San Francisco y la Witkin Gallery de Nueva York homenajearon a la artista por su noventa cumpleaños y su amplia trayectoria fotográfica. En 1975, fundó el Imogen Cunningham Trust, una institución privada dedicada a catalogar, investigar y preservar sus archivos fotográficos. Tras una vida de plena dedicación a la fotografía, a la edad de 92 años, comenzó su último proyecto, un libro titulado La vida después de los noventa (Life After Ninety) que recoge una excelente selección de retratos dedicado a personas que, como ella, habían rebasado la frontera de los noventa años, pero la obra quedaría inacabada al morir la artista, apenas un año después en 1976.