En junio de 1840 el conde de Rambuteau, prefecto del Sena, encargó a un consagrado artista decorar la capilla de la Virgen de la parisina Iglesia de Saint-Denis. Aunque del escogido, uno de los pintores más representativos del Romanticismo francés, no se han subrayado tradicionalmente sus composiciones religiosas, éste preparó una Anunciación, óleo sobre papel que hoy forma parte de la más completa exposición ofrecida sobre él en España. “Delacroix. De la idea a la expresión (1798-1863)”, reúne en Caixaforum Madrid 130 piezas, conformando una prolongada invitación a adentrarse, más allá de sus cuadros más célebres y reproducidos hasta la saciedad en láminas y postales, a comprender su universo estético. Precisamente por eso hemos escogido presentar ante nuestros lectores una composición de tema sacro, en línea a lo que hemos entendido es una de las grandes propuestas de la iniciativa: superar el mito del pintor galo como sobresaliente notario de un siglo XIX de griegos dolientes ante los turcos, de filosofías de heroísmos fatalistas o exotismos coloniales de harenes marroquíes.

Cuando Delacroix pintaba, en sus propias palabras, lo que provocaba su emoción ante el lienzo eran sus valores plásticos. Materia. Luz. Color. Más allá que las escenas que reproducía. Su Anunciación no nos hace vibrar por el contenido del pasaje evangélico, aunque la contemplación de algunos de los detalles del cuadro sean especialmente llamativos, como haber situado al Arcángel Gabriel, que desciende de un remolino de nubes, casi a la misma altura que la Virgen. O la estancia en la que sitúa a Nuestra Señora. Y eso que puede respirarse, incluso, el aroma de la influencia de Rafael, del Renacimiento italiano. No es que sus pinceles hayan huido de la estructura rotunda, de la normativa neoclásica de las grandes composiciones de tema histórico de David. Es que ni siquiera parecen haberse a la comodidad que podría ofrecerle un pasaje intimista, con la presencia del enviado ante María. Es cierto que la tradición ha sido respetada: las vestiduras de la Virgen son como dispone el arte occidental desde tiempo inmemorial, rojo para la túnica y azul para el manto. Y un libro aparece junto a la doncella de Nazaret. Pero Delacroix despreciaba el academicismo. Con su Anunciación, boceto que nunca culminó en obra definitiva en la iglesia de Saint Denis –fue una Piedad la que ornó sus muros-, el maestro consagra la paradoja del movimiento romántico, la dispersión entre sentido y forma, traducida aquí en ese reto a la sacralidad que sus contemporáneos rechazaron, como sucedió con sus crucifixiones, también representadas en la exposición.

Con todo, hay en esta visión de la visita del arcángel una exquisita sesión práctica de historia del Arte. Delacroix ha escogido un marco teatral para una Anunciación burguesa. La Virgen ora en el interior de una estancia, en la que el dosel de una cama ya hecha, a pesar de la luz temprana que anuncia que aún no ha amanecido, preside no sólo el lecho del descanso de la que será Madre de Dios, sino el pasaje del Sí de María. El pie de la cama parece de madera, material que acoge visualmente y nos proporciona sensación de hogar, como la puerta apenas entreabierta. Pero a ese entorno burgués, Delacroix añade dos ángeles levantando una pesada cortina, a modo de teatro, haciendo convivir los modos del Rubens más ceremonial con el intimismo de la sublime escena. Preferimos no pensar que aludiría al este recurso del flamenco quien atribuyó al autor de nuestro cuadro aquella terrible frase… “A veces hay que estropear un poquito un cuadro para poder terminarlo”. Lo cierto es que, cuando Baudelaire se acercó a la pieza por primera vez, escribió: “Ví una pequeña Anunciación de Delacroix, en la que el Ángel visitando a María no estaba sólo. Lleva, en ceremonia, otros dos. El efecto de esta corte celestial es poderoso, encantador…”.

Andrés Merino Thomas

 

A mano alzada /// Los orígenes familiares de Ferdinand Eugène Victor Delacroix son verdaderamente intrigantes. Nacido el 26 de abril de 1798, fue hijo de Victorie Oeben, hija a su vez del más célebre ebanista de Luis XVI, Jean-François Oeben, y de Charles Delacroix, político francés que sería ministro de Asuntos Exteriores durante el Directorio… y votó a favor de la decapitación del monarca. Pero la leyenda sostiene que su verdadero padre fue otro ministro del mismo ramo, Charles Maurice de Talleyrand, mucho más famoso por su capacidad de sobrevivir a los cambios políticos.

 

“La Anunciación” (1841)
Eugène Delacroix (1798-1863)
Óleo sobre papel (31,2 x43,7 cm)
Museo Eugène Delacroix, Paris
 
Exposición: “Delacroix. De la idea a la expresión (1798-1863)
Organiza y patrocina: Obra Social la Caixa
Colabora: Museo del Louvre
Sede: Caixaforum Madrid. P. del Prado, 36 (Madrid)
Comisario: Sébastien Allard, Conservador Jefe del departamento de Pintura del Museo del Louvre
Madrid, 19 de octubre de 2011 a 15 de enero de 2012
http://www.obrasocial.lacaixa.es/nuestroscentros/caixaforummadrid/eugenedelacroix_es.html
Artículo anteriorEl Gran Museo del Mundo: el Hermitage se expone en El Prado
Artículo siguienteReproducciones digitales para el Monasterio de Poblet

1 COMENTARIO

  1. Gracias por su comentario. Nos ayuda a entender más a Delacroix. Conocía a este pintor de nombre y como parte de la historía del arte, pero no había tenido la oportunidad de encararme con su pintura. Y me ha resultado muy gratificante. Por lo que vi en la exposición no era un pintor de temas religioso e incluso un hombre muy religioso. Con respecto a este cuardro, creo que la composición está bastante equilibrada, en ese sentido clásica, no así la atmósfera. Un descubrimiento para mí, Delacroix. La vida, por fortuna, siempre te está sorprendiendo. Lástima que no pueda acudir a las conferencias programadas por la tarde ¿hay algún libro divulgativo para conocer más Delacroix o algún artículo especializado que ahonde en la modernidad, que dicen que tiene Delacroix?
    Gracias de nuevo Sr. Merino Thomas

Los comentarios están cerrados.