Durante una intervención en la Biblioteca Nacional, en el Madrid de 1871, Hartzenbusch daba cuenta de la existencia de un manuscrito en francés de cincuenta y cinco páginas. Con el título “Dom Quichotte. Tome 5”, su texto continuaba las aventuras del hidalgo, haciéndole luchar en plena meseta castellana no con los populares molinos de viento, sino con un gigante real, así como inusuales leones y tigres en plena meseta castellana. El relato concluía llevando a morir a Alonso Quijano al norte de África. El escritor y filólogo identificó al autor nada más y nada menos que con el joven Duque de Anjou, futuro Felipe V, que habría escrito la narración durante sus estudios, a la edad de diez años, en 1693. Este pasaje lo refiere Maurice Bardon en la que fue su tesis doctoral, obra cumbre de los estudios cervantinos al otro lado de los Pirineos: “El Quijote en Francia en los siglos XVII y XVIII”, cuya edición en español nos propone en un magnífico volumen la Universidad de Alicante.  Aunque el erudito calificara el relato del nieto de Luis XIV como “insustancial y trivial”, propone todo un punto de partida para cualquier estudio posterior: la obra cumbre de Cervantes estuvo bien presente en la formación del que sólo siete años después alcanzaría el trono de España como heredero de los Austria. No era para menos, pues debía conocer la cultura de la nación en la que iba a reinar.

Hubo más imitadores galos de El Quijote durante los dos siglos finales de la Edad Moderna. ¿Eso demuestra que la gran obra se tradujo con frecuencia, se comentó y estudió? No fue exactamente así. La tesis fundamental del hispanista, formulada en 1931, ha llegado hasta hoy prácticamente en pie: los franceses no supieron comprender que el caballero manchego representaba la mentalidad medieval inadaptada, recreada por un escritor del Renacimiento tardío y primeros años del Barroco. En un país que se caminaba hacia el auge del absolutismo, no tenía sentido reflexionar sobre las técnicas literarias, las metáforas y diálogos mediante los que Cervantes criticaba el hidalguismo, la herida profunda de una sociedad que perdía el tiempo contemplando títulos en la pared sin poner manos a la obra para solucionar los problemas sociales y económicos que ponían fin a una época de esplendor. La mayoría de los lectores franceses tomaron sólo el aspecto cómico de la joya cervantina. No era difícil identificar a Sancho Panza con un bufón, sobre todo en la primera parte, ni el cúmulo de desgracias que sufría Quijano como buenos argumentos de comedia. Tampoco puede afirmarse que El Quijote careciera de espacio en Versalles, pero sólo entró la parte superficial, entretenida, divertida. La que podía convivir con la sátira de Molière.

El valor de la edición que nos propone la Universidad de Alicante reside no sólo en la traducción de Jaime Lorenzo Miralles, un auténtico “traductor de traductor”, pues Maurice Bardon analizó no pocas expresiones en ediciones francesas del canon cervantino  que calificó como erróneas o al menos poco fidedignas con el texto original. Haber incluido un amplio estudio introductorio y conclusiones de Françoise Étienvre nos sirven para situar con bastante precisión las coordenadas que el autor de la gran tesis trazó en su día. Por ejemplo, al subrayar que, en realidad, desde las primeras ediciones francesas, estuvo bien visto hablar del Quijote, pero que, con honrosas excepciones, pocos podían mencionar más allá de algunas de sus aventuras, y sólo el sentido lúdico que en general se otorgó al relato.

Andrés Merino Thomas

 

“El Quijote en Francia en los siglos XVII y XVIII”
Maurice Bardon
Estudio introductorio de Françoise Étienvre
Traducción de Jaime Lorenzo Miralles
Universidad de Alicante, 1025 pág.
ISBN: 978–84–7917–090–1
 
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