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Para quemar la noche

Versos de finitud e inquietud

Andrés Merino Thomas

El pasado 24 de noviembre, en el Palacio Real de Madrid, S.M. la Reina Doña Sofía entregaba el premio de Poesía Iberoamericana que lleva su nombre, en su XIX edición, a Francisco Brines. Como es habitual, con motivo de la concesión del galardón, la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional patrocinaban también la publicación de un libro antológico sobre el autor distinguido, cuya introducción, edición y selección ha corrido a cargo del profesor Francisco Bautista Pérez, secretario del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana en la misma Universidad. Con el título “Para quemar la noche”, un cuidado volumen recoge poemas seleccionados que se inscriben entre 1960, año de la aparición del primer libro del premiado, hasta 1995, fecha en que se publicó su última obra, un dato significativo a la hora interpretar la concesión del galardón, claro homenaje a la trayectoria de un creador atípico de difícil clasificación entre nuestros literatos.

Francisco Brines Baño (1932) ha sido incluido por algunos especialistas entre los poetas de los 50, junto a Gil de Biedma o Valente. Poco amigo de grandes fuegos articiales, sus versos, como esplica Bautista “se ofrecen al lector como una invitación, como una aventura, no como un valor de culto que se le impone”. Brines no quiere arrasar lo ajeno, rechaza la polémica. Es quizá uno de los rasgos que permiten clasificarle ya como un clásico, pues no ha quedado parapetado tras una estética que pueda emplearse como arma arrojadiza desde la trinchera de una moda literaria. No parece prisionero de ninguna corriente y por eso difícilmente puede verse arrastrado. Su poesía no es agua. Nunca será agua estancada. Quizá sea viento. Unas veces brisa que se recrea en la palabra. Otras, huracán expresivo. La dificultad estriba en saber hacia donde conduce su fuerza en el manejo del lenguaje.

Muchas son las ideas, nociones, signos que navegan en los poemas de la selección.  Brines escribe difícil. No es que sea pesimista. Es que pregunta a la existencia humana cosas que la realidad, por si misma, no ha contestado ni a poetas, ni a filósofos, ni a escritores… durante milenios. La obra de Brines es el fruto de un choque constante entre vida y tiempo. Finitud e inquietud. Un olvido buscado de continuo para todo aquello a lo que aún no se ha encontrado una justificación plena. Brines no avanza. Escapa. Corre hacia donde puede a formular despedidas. A veces parece encontrar claros en el bosque, estanques, lagunas o cumbres. Y para un momento a escribir epitafios de sueños. Cursillos acelerados sobre huidas de la realidad. Pero asombra comprobar que su capacidad estética no vaya acompañada, cruel paradoja, del más mínimo atisbo de esperanza en un algo distinto a lo presente, a lo que se acaba, a lo que vaya más allá de uno mismo. Porque precisamente la capacidad de crear algo bello es una prueba de que el hombre puede salir de sí. Qué extraño.

“Para quemar la noche”
Francisco Brines

Introducción, edición y selección de Francisco Bautista Pérez

Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional, 272 pág..

ISBN: 978–84–7800–171–2 y 978–84–7120–450–9