Enérgica reina consorte

Andrés Merino Thomas

Probablemente no llega a diez el número de las mujeres que en la historia europea han ceñido como consorte dos o más tronos. Pero sin duda una de las que se recuerda con más personalidad y carácter es Leonor de Aquitania, ejemplo de independencia personal y sagacidad política femenina, en la medida en la que se podían ejercer tales cualidades en pleno siglo XIII. Y sobre la que se tejió pronto, por tanto, una leyenda de pasiones y ambiciones encendidas. Primero reina de Francia por su matrimonio con Luis VII y posteriormente, tras la anulación del primer enlace, de Inglaterra, como esposa de Enrique II, Leonor aportó a ambas alianzas títulos y extensas posesiones territoriales, que heredó y prestigió como nadie hasta entonces. Acantilado ha presentado una cuidada edición del perfil biográfico que Régine Pernoud (1909-19098) trazó de la soberana, todo un clásico que supuso en 1965 un replanteamiento del papel de la mujer en la corte y en los círculos del poder en el mundo medieval. 

Casi medio siglo después de ser escrito, el libro tiene el vigor perenne de las páginas bien escritas. Su autora administra bien elementos cronológicos y de contexto: sitúa a la perfección el valor dinástico de la joven huérfana de unos quince años, pieza de ajedrez en el estratégico tablero de los Capeto franceses. Pernoud se eleva pronto por encima de las esperables habilidades de todo buen biógrafo. Era necesario encontrar el origen del fabuloso despliegue de influencia y poder del personaje, que llegará a desafiar al emperador, al mismo papa, logrando la anulación de su primer matrimonio regio. La clave la encontró en su infancia. Su padre, Guillermo X de Aquitania, se había encargado de educarla en las artes de la lectura y escritura. En la cetrería. En la caza. Incluso en la milicia. Casi como a un varón. Cuando su progenitor falleció durante una peregrinación a Santiago de Compostela, dejándola al frente del condado de Poitiers y de los ducados de Gascuña y Aquitania -ahí es nada-, la joven sabía interpretar perfectamente en aquellos rudimentarios mapas que sus posesiones llegaban nada más y nada menos que hasta los pirineos. Y no llegó como una princesa más a la corte de un esposo caprichoso, ni se sometió a los deseos de consejeros o advenedizos. El libro no deja resquicio a la duda. La formación de Leonor hizo posible que desplegase a la vez un sutil juego de habilidad y encanto personal. Su legendaria belleza e inteligencia la convirtieron en un ser excepcionalmente dotado para el mando que no pudo dejar indiferente a los cronistas de la época. Pero cuando hizo falta, empleó con tesón su habilidad para imponer su criterio.

Régine Pernoud recuerda que Leonor de Aquitania fue, como esposa de Enrique II de Inglaterra, la primera y enérgica reina consorte de los Plantagenet. No es un mero dato genealógico. Hace pocas semanas se ha estrenado en las salas españolas una nueva versión cinematográfica de Robin Hood, donde por fin se ha concedido a los espectadores la gracia de recordar que ella fue madre del segundo yel tercer monarca de la misma dinastía, los también legendarios Ricardo Corazón de León y Juan I. En unas pocas escenas se la presenta haciendo frente al segundo tras la muerte del primero. En vivo diálogo, una ya anciana soberana afea su conducta a que pasará a la historia como Juan Sin Tierra y acabará dotando a los ingleses, por cierto, de su Carta Magna. Un pálido reflejo en el celuloide de la energía vital de una mujer que brilló como pocas en plena Edad Media.

 

 “Leonor de Aquitania”

Régine Pernoud

Traducción de Isabel de Riquer

Barcelona, Acantilado, 332 pág.

ISBN: 978–84–92649–10–5

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