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Nueva disposición de las salas dedicadas a Velázquez en el Museo del Prado

Coincidiendo con la entrega del Premio Velázquez a Doris Salceceo por parte de Los Príncipes de Asturias, el Museo presenta las nuevas salas dedicadas al pintor sevillano, sometidas durante los últimos meses a una completa remodelación. Además de la renovación de las propias salas, que ha incluido una mejora de la iluminación de las mismas y la  sustitución de los tres entelados distintos de las paredes por pintura de un único tono, ensayado durante la presentación de la exposición «Fábulas de Velázquez», la colección del artista ha sido reordenada en su totalidad siguiendo un criterio cronológico y temático. Al margen de los cambios introducidos en la gran sala basilical, tradicional escenario del acto de entrega de los Premios Velázquez, que continúa siendo presidida por Las meninas y dedicada ahora en exclusiva a “El retrato real”, entre las novedades más destacadas merece especial mención la nueva presentación de Las hilanderas, situadas en una sala contigua con un montaje especial que restituye la obra a su tamaño original ocultando el añadido posterior que desvirtuaba la composición dada a esta pintura por Velázquez, y la instalación de La rendición de Breda (o Las lanzas) y otros cuadros del artista dedicados al tema de “La guerra” en el corazón de la gran galería central del Museo.

Nuevo avance del proyecto La Colección. La otra ampliación

Con la nueva ordenación, la colección de Velázquez ha quedado distribuida en 7 salas que agrupan sus obras bajo los siguientes títulos: “Velázquez y el Naturalismo” (sala 10), “Velázquez. El viaje a Italia” (sala 11), “Velázquez. El retrato real” (sala 12), “Velázquez. Pintura religiosa” (sala 14), “Velázquez. Enanos y bufones” (sala 15), “Velázquez. Pintura mitológica” (sala 15ª) y “Velázquez. La guerra” (sala 27).

Criterios de la nueva ordenación y presentación de las salas de Velázquez
Con la ampliación arquitectónica del Museo del  Prado se asocia un proyecto de  incorporación de nuevos espacios para la exhibición de la colección permanente, adecuación de los ya existentes y una nueva disposición de ésta. Este proceso se inició con la ubicación de la colección de esculturas de los Leoni en el claustro, continuó con la apertura de las salas dedicadas al siglo XIX, y su último episodio ha sido la reciente apertura al público de los espacios que acogen la pintura española de la Edad Media y el Renacimiento.

Dentro de ese proceso le ha tocado el turno a Velázquez, que seguirá siendo el eje que articulará la disposición de las colecciones de la planta principal del Museo. La intervención ha consistido principalmente en tres aspectos:

–    Adecuación de las salas a las nuevas necesidades técnicas y museográficas, y su redecoración. Ésta última ha consistido en la sustitución de los tres diferentes tipos de telas que existían en ese espacio por una pintura de un sólo tono, en cuya selección se ha buscado que potencie la extraordinaria variedad y riqueza de los valores cromáticos de la obra velazqueña.

–    Asignación de nuevos espacios. La sala 12 sigue siendo, como desde 1899, el lugar principal que acoge la obra de Velázquez, pero se añaden dos salas (10 y 11) en su zona septentrional, y una (27) en la occidental, mientras que la sala XVI, que exponía los cuadros del Salón de Reinos, se dedica a otros usos. Con esta operación, la colección de Velázquez gana en superficie expositiva y se dispone en un espacio más adecuado a su variedad y características. Además, la expansión hacia el norte y hacia el oeste permitirá (cuando esté completada la reordenación)  enlazar de una manera orgánica la pintura de Velázquez con  el discurso sobre la tradición colorista veneciana y flamenca que articulará la galería central, y con el discurso sobre la pintura española del Siglo de Oro que se formará en las salas interiores, paralelas a ésta.

–    Las variaciones en las superficies asignadas a Velázquez conllevan un cambio en la disposición de sus obras, y en el discurso a través del cual se organizan. Se han combinado criterios cronológicos y temáticos, con la voluntad de que el visitante pueda conocer adecuadamente tanto el estilo que cultivó el artista en los sucesivos periodos de su carrera como la manera como se enfrentó a los diferentes repertorios narrativos. Las dos salas de carácter cronológico están dedicadas a su etapa naturalista y a su primer viaje a Italia, respectivamente; mientras que las iconográficas tienen como tema la religión, la mitología, los retratos de bufones y la pintura relacionada con la guerra, campos todos ellos en los que se mostró como un artista poderosamente original. La sala 12 se dedica a su producción como retratista de la familia real, que fue la actividad a la que se dedicó de forma preferente desde 1623 hasta su muerte en 1660.

En la disposición de las salas se ha puesto especial empeño en crear las mejores condiciones para la percepción, el disfrute y la comprensión de la obra de Velázquez, y se ha tratado de dar un tratamiento diferenciado a algunas de sus obras maestras. Así, La fragua de Vulcano o el Cristo crucificado se muestran aislados, presidiendo sendas salas; y se ha buscado una ubicación para Las lanzas (sala 27) que potencia el efecto de perspectiva aérea que tan bien logró el pintor. Un caso especial en este sentido es el de Las Hilanderas, obra maestra sobre la que se ha actuado en cuatro direcciones distintas:

–    Se ha ubicado en una sala dedicada a la pintura mitológica, que es el género al que pertenece.
–    Se ha hecho una instalación que oculta los importantes añadidos que se hicieron al lienzo durante el siglo XVIII y que alteraban profundamente la lectura formal de la composición, y, con ello, enmascaraban su contenido narrativo. En esa operación no se ha intervenido sobre la superficie pictórica: simplemente se ha creado una “ventana” por la que sólo asoma lo que pintó Velázquez.
–    Se ha colgado en la misma sala El rapto de Europa de Rubens, que copia una composición de Tiziano que también aparece al fondo del cuadro de Velázquez, y que es crucial para la comprensión del contenido de éste.

Se han instalado dos de las esculturas de carácter mitológico vinculadas al segundo viaje del pintor a Roma, al menos una de las cuales llegó a Madrid gracias a su intervención directa.

Nuevos textos de sala

DIEGO VELÁZQUEZ (1599-1660)

La carrera de Velázquez se suele describir a través de los tres escenarios principales en los que transcurrió su vida: Sevilla, Madrid e Italia. En la primera se formó y dio sus primeros pasos como pintor independiente, dando muestras ya de una notable seguridad técnica y gran originalidad compositiva, características que le acompañarían siempre. En Madrid vivió entre 1623 y su muerte en 1660, con dos cortos paréntesis italianos. En la corte, al servicio de Felipe IV y en contacto con la pintura internacional, desarrolló una carrera vinculada sobre todo al retrato pero con incursiones en el campo de la mitología y la historia sagrada. La sofisticación del ambiente literario y artístico de la corte española propició las condiciones necesarias para que un artista seguro e inteligente como Velázquez desarrollara un estilo original y singular, en el que se llevaban a sus últimas consecuencias las enseñanzas de la tradición colorista veneciana y flamenca, muy bien representada en las Colecciones Reales. A Italia viajó entre 1629 y 1631 y entre 1649 y 1651, y esas estancias fueron muy relevantes para la evolución de su estilo y su promoción profesional.

Velázquez y el Naturalismo (sala 10)
Las obras tempranas de Velázquez se relacionan con las corrientes naturalistas que se estaban difundiendo por Europa a comienzos del siglo XVII tras la revolución pictórica de Caravaggio (1571-1610). Esta etapa transcurrió durante sus años de formación y despegue profesional en Sevilla y en el primer lustro de residencia en la corte madrileña (1623-29), y se caracteriza por el uso de una gama cromática limitada, con predominio de tonos pardos, el empleo de una técnica descriptiva muy precisa y la utilización de modelos humanos aparentemente inspirados en la experiencia cotidiana. Esa técnica y ese ideario estético fueron puestos al servicio de una amplia variedad de asuntos que convierte a Velázquez en uno de los pintores españoles más versátiles de su tiempo.

Como retratista supo crear en Sevilla obras de la complejidad y la rotundidad de Francisco Pacheco o Sor Jerónima de la Fuente, y consiguió adaptarse en Madrid a las características del retrato cortesano. Como pintor religioso, el uso de modelos extraídos de su propio entorno familiar le permitió crear una Adoración de los Magos veraz y emotiva al mismo tiempo. Finalmente, como autor de pinturas mitológicas supo actualizar el mito antiguo y dotarlo de nuevos contenidos.

Velázquez. El viaje a Italia (sala 11)
En 1629, con treinta años, Velázquez emprendió su primer viaje a Italia, probablemente estimulado por Rubens. Su principal destino fue Roma, y en los dos años que permaneció allí su estilo pictórico experimentó un cambio profundo, al contacto con la escultura antigua y la pintura moderna. Fue el momento más “clásico” de su carrera, en el que se produjo un equilibrio entre la precisión descriptiva de su etapa anterior y la fascinación por el color que desarrollaría más tarde.

Fruto de ese viaje fue La fragua de Vulcano, una historia mitológica que le sirvió para plantear problemas de construcción pictórica y de expresión de las emociones, que era uno de los temas que más interesaban a los artistas activos en Roma. Su comparación con Los borrachos (sala X) es muy útil para comprobar el enorme salto cualitativo que experimentó el estilo de Velázquez en el plazo de dos o tres años. En Roma pintó también las dos Vistas de Villa Médicis, que son el resultado de llevar el interés por el natural al ámbito del paisaje y constituyen sendos hitos en la historia del género por su espontaneidad y porque en ellos la luz y la atmósfera se convierten en motivos pictóricos.

Velázquez. El retrato real (sala 12)
Desde que se asentó en Madrid en 1623 hasta su muerte en 1660, Velázquez trabajó para Felipe IV, y la tarea a la que se dedicó con mayor frecuencia fue a la de retratista del monarca y su entorno. Su punto de partida fue la tradición del retrato cortesano que se remontaba a Tiziano y Antonio Moro y que en Madrid habían continuado Alonso Sánchez Coello o Juan Pantoja de la Cruz. De ella proceden algunas fórmulas compositivas y, sobre todo, el gusto por la gravedad y por una distancia comunicativa que se consideraban atributos de la majestad real.

Velázquez supo mantener esas características al tiempo que renovaba las viejas tipologías y las adaptaba a la evolución de su propio estilo pictórico. La factura cuidadosa y detallada de los primeros retratos reales dejaron paso, en las efigies ecuestres y de cazadores de mediados de los años treinta, a una mayor libertad de factura, un notable interés por la descripción del medio natural y una gama cromática más libre que desembocó en la suntuosidad de los retratos de los años cincuenta como el de Mariana de Austria. Por último, en Las meninas demuestra hasta qué punto su condición de retratista real formaba parte primordial de su identidad personal y creativa.

Velázquez. Pintura religiosa (sala 14)
Una de las cosas que distinguen a Velázquez de la mayoría de sus colegas españoles es lo poco que cultivó la pintura religiosa tras establecerse en la corte en 1623. Entre ese año y 1640 apenas hizo media docena de cuadros de ese género, al que no volvió durante los últimos veinte años de su carrera. Esas pocas obras son, sin excepción, de gran calidad y fueron pintadas muy cuidadosamente, y en ellas supo tratar la historia sagrada con gran originalidad.

El Cristo crucificado lo revela como un maestro de la descripción anatómica que, a la par, ha utilizado el vacío del fondo, la rigurosa composición triangular y el misterio que crea la caída de la melena sobre el rostro para construir una obra llena de emoción que, además, constituye uno de los puntos de referencia del imaginario religioso español. En cambio, San Antonio Abad y san Pablo ermitaño se caracteriza por una narración más complicada y sobresale por la importancia que concedió al paisaje, de una prodigiosa levedad de materia pictórica. Fue un encargo real, al igual que La Coronación de la Virgen, que fue pintada para integrarse en una serie de escenas marianas realizadas por Alessandro Turchi (1578–1649).

Velázquez. Enanos y bufones (sala 15)
Las llamadas “gentes de placer” formaban parte fundamental de las cortes europeas y también de la española. Además de ser una fuente de diversión, estos personajes constituían un atributo del poder real, y por ello fueron objeto de atención de los retratistas cortesanos, que los representaron solos o acompañando a príncipes o monarcas. Velázquez los retrató al menos en diez obras, y entre ellas Las meninas, circunstancia que se vincula tanto con su condición de retratista real como con su interés específico por ellos.

En su representación se permitió libertades compositivas y estilísticas impensables en otras efigies, pues se trataba del tipo de retrato en el que podía alejarse más de la tradición y en el que podía establecer una relación más abierta con el motivo pictórico. El resultado es un conjunto de pinturas de una audacia compositiva, una soltura técnica y una empatía con el retratado sin parangón en la historia del género. En esta sala se expone la mayor parte de ellas, pero el visitante también las encontrará en la sala XXVII, donde se muestran El bufón don Juan de Austria y El bufón Barbarroja, y en la XII, con las citadas Meninas.

Velázquez. Pintura mitológica (sala 15a)
El trabajo al servicio de la corte puso a Velázquez en contacto con magníficas obras mitológicas de las Colecciones Reales. De ellas extrajo enseñanzas técnicas y adquirió conciencia de las posibilidades inigualables que ofrecía ese género para transmitir contenidos narrativos y para demostrar la amplitud de conocimientos del pintor diestro en su arte, inteligente y culto.

Velázquez aprovechó esas posibilidades en, al menos, once cuadros; cinco se han perdido, otros tantos se exponen en el Prado y La Venus del espejo en Londres. En todos ellos se mostró como un originalísimo intérprete de la mitología, que utilizó como un campo propicio para la experimentación formal y narrativa como muestra Mercurio y Argos, una obra de extraordinaria y valiente factura. En este tipo de cuadros dio rienda suelta a su gusto por la paradoja, que está presente desde su etapa sevillana y que le llevó a representar a Marte como un guerrero melancólico y no como un héroe victorioso; o a esconder la disputa entre Palas y Aracne en el fondo de Las hilanderas, cuyo primer término está dominado por una escena aparentemente costumbrista. La referencia al Rapto de Europa de Tiziano por medio de la copia que hizo Rubens sirvió a Velázquez para reflexionar sobre la tradición pictórica a la que pertenecía.

Velázquez. La guerra (sala 27, galería central)
El tema de la guerra aparece con frecuencia en las obras de Velázquez, aunque en la mayor parte de las veces de manera indirecta. Está presente en los retratos en los que el rey porta una espada o se protege con una coraza aludiendo a sus responsabilidades militares. También aparece solapadamente en los retratos de cazadores, pues la caza real se consideraba una “imagen de la guerra”, y del dios Marte (sala XVA) nadie ignoraba su condición belicosa.

En esta sala se exponen tres pinturas relacionadas con el asunto aunque con un contenido opuesto, lo que demuestra la versatilidad de Velázquez y la sutileza y la complejidad de su pensamiento. La rendición de Breda es un cuadro de encargo en el que se transmite de manera muy eficaz la versión oficial de un prestigioso hecho bélico. En él Velázquez ha conseguido crear un arquetipo de la guerra caballeresca que se resuelve con un acto de elegancia cortesana. En el polo opuesto, Barbarroja y Don Juan de Austria son los retratos de dos bufones caracterizados como héroes de gran prestigio militar, y a través de ellos Velázquez ha creado imágenes paradójicas que sitúan a la guerra y sus glorias en un terreno ambiguo.