Paisaje íntimo para un secreto

Andrés Merino Thomas

Cuando en 1879 Jacob Abraham Camille Pissarro preparó y seleccionó de entre sus pinturas cuáles formarían parte de la que pasaría a la historia del arte como la cuarta exposición impresionista pensó en un curioso lienzo de vida rural, pero de paisaje casi íntimo. Es cierto que sus escenas del parisino barrio de Montmartre le harían célebre, pero la magia de sus pinceles había llegado de forma especial a una pieza de mediano formato que, siglo y medio después, ha sido incluida entre las noventa que, con motivo de la muestra “Impresionismo. Un nuevo Renacimiento”,  se ofrecen en las salas de la Fundación MAPFRE, en Madrid, procedentes del parisino Museo Orsay. Nos referimos a “Camino en el bosque”.

No es el cuadro que más llamará la atención, ni el mejor ubicado en las salas. En lo que a técnica se refiere, tampoco aporta más nociones que otros a la lección magistral sobre el impresionismo como corriente estética. Se integra perfectamente en la monumental concentración de obras que pueden contemplarse en un recorrido imprescindible en estos días para cualquier amante del arte. Pero por favor. Créanme. Este cuadro tiene un secreto. Al llegar a él parar es un imperativo categórico. Al principio, la memoria traslada en el tiempo a las primeras nociones escolares o bachilleres sobre la necesidad de distinguir entre el vistazo cercano, de pinceladas sin sentido ni orden, para ir alejándose dos o tres metros y apreciar la aportación sublime del Impresionismo a la historia de la pintura. Hasta este momento, todo normal. Es grato comprobar que la composición cobra sentido, que la materia toma cuerpo, que figuras y objetos se individualizan, se crean y recrean en un todo armónica y deliciosamente dispuesto. Incluso nos permitimos insistir en el éxito que supuso para aquellos revolucionarios basar su éxito en la pintura de hechos cotidianos, y no en mitológicos o históricos academicismos. Pero enseguida apreciamos el secreto. El secreto de Pissarro. Un camino que se cierra al fondo, entre centenares de delicadas pinceladas que han construido hojas, de hojas que han reflejado luz de un encuentro entre dos individuos, uno de ellos a pie, otro a lomos de un borriquillo.

El bosque del pintor no parece pretender ser una visión revolucionaria de la naturaleza. Es un cofre, un baúl de tesoros, una caja para esconder secretos. Dos seres cruzan una palabra, dos, quizá concluyen, o comienzan, una conversación. La sombra de las ramas nos informa con detalle: regresan de su labor diaria, al atardecer, de una jornada en el campo, de una rutina de labranzas. Sólo la vegetación, testigo mudo, presencia la escena. Pero Pissarro no se ha limitado a pintar lo que vemos. Pissarro pintó nada más y nada menos que el viento que agita, de forma tenue, las hojas de los árboles. Un protagonista que no vemos. Ese es el secreto impresionista. Esa es la “pintura de impresiones”, el milagro de pintar lo cotidiano, la complicidad que envuelve, apasiona y enamora a quien contempla entusiasmado de la mano de una corriente estética excepcional. Pissarro fue el único de los pintores que participó en las ocho exposiciones históricas del grupo de los impresionistas, entre 1874 y 1886. “Chemin sous bois” llegó al Orsay a través del inicial legado de Gustavo Caillebotte al Museo del Luxemburgo, en 1894.

“Camino en el bosque” (1877)

Camille Pissarro (1830-1903)

Óleo sobre lienzo (81 x 65,7 cm)

París. Musée d’Orsay

Exposición Impresionismo. Un nuevo Renacimiento.

Producen: Fundación MAPFRE (Instituto de Cultura) y Musée d’Orsay (París)

Comisarios: Stéphane Guégan y Alice Thomine

Sede: Fundación MAPFRE (P. Recoletos, 23. Madrid)

Del 15 de enero al 22 de abril de 2010

Entrada gratuita

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