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La emperatriz Isabel

Cómo rescatar a un personaje de su leyenda

Andrés Merino Thomas

Entre las singularidades de la Monarquía de España en la Edad Moderna contamos con la especial personalidad de la práctica totalidad de las consortes de los soberanos, de las aun hoy se acusa una notable falta de biografías que presenten con profundidad su verdadero papel como consortes en el trono. La editorial Actas nos ofrece ahora un extenso perfil de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V y madre de Felipe II. Obra de Antonio Villacorta, uno de los mayores especialistas en las relaciones dinásticas entre España y Portugal en el siglo XVI, nos encontramos ante un meritorio esfuerzo de investigación histórica. Con Isabel de Portugal el problema era claro: su imagen dinástica había pasado a la posteridad muy beneficiada por un manto tejido de leyendas de personalidad apacible y proverbial belleza, aumentada en pinceladas postmortem por un Tiziano siempre formidable en retratos y homenajes epígonos. La profunda reverencia con la que sus hijos, nietos y otros descendientes se refirieron siempre a ella engrosó brumas que la envuelven en el pasado familiar de los Austria.

Villacorta se ha propuesto –el lector decidirá si lo ha conseguido- situar al personaje como consorte del más importante trono de la Europa de su tiempo. Por un lado, Isabel se identifica plenamente con los objetivos políticos, dinásticos y religiosos de un Carlos V ya entregado al reforzamiento de sus estados en medio de un complejo sistema de equilibrios siempre inestables. Cuando cruza como Infanta de Portugal, pero ya casada por poderes con el Emperador, la frontera por Badajoz, la nueva reina de España no sólo se dispone a proporcionar herederos a la Corona, sino a servir de apoyo sincero al su primo, con quien compartía abuelos maternos, los Reyes Católicos. Y a integrarse en cuerpo y alma en la cúspide del gran proyecto carolino, lo que suponía un conocimiento cercano de la situación de sus reinos de adopción, en la medida que le correspondiera como fiel consorte, atenta a los deseos del soberano, para el que debía desplegar sus mayores esfuerzos primero de esposa y posteriormente de madre entregada. Ante sus súbditos, por supuesto, su propósito consistió en alcanzar el equilibrio entre la magnificencia soberana y la prudencia y piedad de la soberana de una monarquía católica. Un amplio repaso por todos estos aspectos constituyen los aciertos del autor: haber compaginado una visión íntima y pública de la biografiada que proporcionan una imagen muy completa de una vida y una época atractiva como pocas en nuestra historia.

La mejor huella de la Emperatriz fue sin duda su papel como gobernante. Porque también lo fue, algo relativamente poco conocido, mientras Carlos V pulía su brillante estrella y construía su fama en los campos de batalla europeos y del Norte de África. Bien asesorada en los campos de la meseta castellana, su mujer, a la que no faltaron habilidades sociales ni don de gentes, se hizo cargo con buen criterio de los reinos peninsulares. Es difícil hoy en día calibrar en su justa medida el enorme peso que pudo suponer para aquellas mujeres, por mucha instrucción que recibieran en aquella época de primacía de los varones, recibir el encargo de llevar riendas del estado en ausencia de monarcas, en calidad de reinas regentes o gobernadoras, como viudas, o en periodos transitorios por cortos o largos viajes de sus maridos defendiendo los intereses de la Corona. A Isabel de Portugal le correspondió matrimoniar con el soberano español más viajero. Las estancias de Carlos V fuera de las península duraron varios años (la más larga superaría un lustro). No es de extrañar que tras la muerte de la reina y emperatriz, acaecida en Toledo el 1 de mayo de 1539, el soberano se retirase a llorar su ausencia al monasterio de Sisla y aún casi dos décadas después, en Yuste, añorase su presencia y consejo al fallecer teniendo ante sí un retrato de la que había sido su fiel esposa.

 

“La emperatriz Isabel. Su vida al lado de Carlos V, su mundo, su época”

Antonio Villacorta Baños-García

Madrid, Actas, 606 pág.

ISBN: 978–84–9739–096–5