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La hija del ministro

¿Por la senda de Foxá?

Andrés Merino Thomas

Que España vivió durante el primer tercio del siglo XX el más trágico proceso de desilusión colectiva es serio aserto en el que coincide, con independencia de su orientación ideológica, el mayor número de escritores e historiadores. En no pocas ocasiones unos y otros han intercambiado en cierto modo sus papeles proponiendo al lector novelas históricas con las que trasladarnos a una época triste en la que no sólo una de las grandes naciones de Occidente se precipitó, sin remedio, a la más cruel guerra civil, vivida tanto en sus orígenes como en sus casi cuatro años de duración con una ferocidad tal, en cada uno de sus hechos y heridas, que aún hoy sigue causando asombro a quien se acerca a contemplar aquel pasado. Miguel Aranguren es un joven narrador que ya cuenta con varios éxitos en su haber, entre los que destaca “La sangre del pelícano” (Libros Libres). De su fértil imaginación contamos ahora con el fruto de un excepcional relato, “La hija del ministro” (La Esfera de los Libros), centrado en los recuerdos de una vida que termina, la de Elvira Bossana, marcada por los acontecimientos de la agonía de la dictadura de Primo de Rivera, la caída de Alfonso XIII, la República y la Guerra Civil.

A finales de la difícil década de los veinte, en ese Madrid bullicioso, que se desperezaba pero aún quería permanecer, a ratos, inconsciente, que aún no sabía que lo peor estaba por llegar, el autor retrata en un lienzo a una familia de aristócratas. Lo hace con habilidad. La mayor parte del linaje del duque de Paraná sigue creyendo en la polisemia de la palabra nobleza. Ciertamente, diálogos y descripciones muy bien trazados, en los que cada personaje ha sido construido con detalle, componen una trama que literalmente atrapa. No deja vía de escape. Ese es, sin duda, el mayor éxito de la novela, que no permite abandonar su lectura casi desde su comienzo. El lector juzgará si Aranguren ha acertado con la novedad del planteamiento, que en ocasiones hubiera podido recordar a esquemas de aquél “Madrid, de corte a checa” de Agustín de Foxá, de cuyo fallecimiento acaba de cumplirse medio siglo. La diferencia es clara. Si Foxá apuntaba casi directamente desde la ironía hacia lo mordaz sin estación de parada, ahora no parece haber tanto espacio para el sentido del humor. Aranguren va a hacernos testigos de un drama, sin medias tintas. En una España rota no había espacio para la felicidad. No había derecho a la felicidad. Y nadie podía esperar lo contrario. En realidad, nadie podía esperar nada. Por eso, todo lo que sucediera, en realidad, casi contenía… la bondad de lo novedoso. Los odios y esperanzas que se acumulan sin solución de continuidad no son sino el retrato de un bosque que se consume en un fuego inacabable. Asistimos atónitos a cómo es posible que los seres humanos den lo mejor y lo peor de sí mismos. El autor ha conseguido mantener el equilibro del interés que despierta la joven Elvira como personaje principal y su familia, su ciudad, su patria entera como mundo coral que representa, bailando acompasado, una dolor de proporciones exponenciales. Porque fue así. Una suma de millones de tragedias íntimas, de heridas sin cerrar que nunca curaron.

Hay un aspecto de la novela de Aranguren que llama poderosamente la atención. En medio del importante esfuerzo de documentación histórica que el autor ha realizado, que se aprecia incluso en exclamaciones aparentemente intrascendentes de personajes secundarios, en las que fácilmente podrían detectarse anacronismos o desconocimiento del ambiente histórico, se ha deslizado alguna preferencia o desenfoque apenas perceptible que, en confianza, vamos a abordar.  Que en una siempre imaginada -¡es novela!- conversación del ministro duque de Paraná con Alfonso XIII, en pleno 1930, se ponga en boca del monarca la frase “Lo mío no es la labor de estado, con sus deslealtades y sobresaltos, sino la diversión, las cacerías y los amigos ¿Por qué me tendrán que suceder estas cosas?”, revela algo más que una cierta toma de postura sobre la figura del polémico soberano. La más objetiva historiografía ubica los errores de aquél rey como una de las causas del advenimiento del régimen republicano, pero eso no justifica la inclusión de tan frívolo párrafo. Ante algo tan poco imparcial, confundir la ubicación del comedor de los Infantes en el Palacio Real de Madrid en el delicioso pasaje en el que invitan a desayunar a la protagonista del relato y a varios de sus hermanos, desde el que, por cierto, no podía contemplarse el Campo del Moro, no es un error, sino mera licencia literaria. Con todo y sinceramente, “La hija del ministro”, es uno de esos libros que no deberían faltar entre los detalles de buen gusto con los que obsequiaríamos en fechas próximas a tantos amigos y familiares amantes de la buena lectura.

“La hija del ministro”

Miguel Aranguren Echevarría

Madrid, La Esfera de los Libros, 506 pág.

ISBN: 978–84–9734–814–0