Una presidenta y una ex presidenta; una reina en ciernes, la princesa heredera de la más adinerada saga bancaria y una emperatriz del erotismo; una primera dama que susurra canciones de amor y una milady que gobierna en el mundo de la cultura; la anfitriona del poder socialista y aquella niña pobre que renunció a seguir siendo la estrella de cuento de hadas del franquismo; la más sensual y rompedora de las artistas latinas y la más inteligente de las top models mundiales. ¿Qué tienen en común Esperanza Aguirre, Ana Botella, Letizia Ortiz, Ana Patricia Botín, Sophie Evans, Carla Bruni, Elena Foster, Elena Benarroch, Marisol, Shakira o Inés Sastre? La ambición. La ambición más profunda. Ese deseo ardiente de ir más allá; conseguir más; poder, riqueza, dignidades, fama. Ser las mejores. Rozar la perfección. Son mujeres que en este libro cuentan su vida en voz baja. De tú a tú. Un retrato que se completa con el testimonio de los que mejor las conocen. Amigos y enemigos. Siervos y amantes.

Carla Bruni abre una cerveza en su nido de amor parisiense y comienza a desgranar sus pasiones; la Princesa Letizia hace un relato de sus alegrías y tristezas que nunca se podrán entrecomillar; Elena Benarroch describe fiestas indescriptibles en su casa en las que Zapatero comparte mesa y risas con Almodóvar, Isabel Preysler y Bibiana Fernández; Elena Ochoa, lady Foster, habla de arte y artistas cruzando el Estrecho a bordo de su avión privado; Sophie Evans describe la pornografía desde el templo europeo del porno; Shakira, con la cara lavada y una gorra de béisbol, lucha por alcanzar el tono más alto en completa soledad. Esperanza Aguirre relata su largo camino hasta acariciar el poder en un mundo de hombres; Pepa Flores explica por qué lo dejó todo para convertirse en un ama de casa malagueña. Son las mujeres más deseadas y envidiadas. Ellas explican cuál es la clave del éxito.

Son retratos íntimos. De mujeres a las que no siempre es fácil acceder. Blindadas. Únicas. Irrepetibles. Que han dejado y dejarán huella en sus respectivas parcelas de poder. Con las ideas claras. Apenas se conocen entre ellas. Son diferentes en edad y posición. Pero, aunque ellas mismas no lo sepan, forman parte del Club de las Mujeres Ambiciosas. El club más selecto del mundo. Esta es su vida.

EL AUTOR
Jesús Rodríguez. Madrileño. Licenciado en Ciencias de la Información por la Complutense de Madrid. Tras algunos titubeos con el periodismo económico, aterrizó en El País como reportero en 1988. Especializado en grandes reportajes y perfiles de personajes. Todos los artículos de este libro fueron publicados en El País Semanal y El País Domingo. Ha realizado reportajes sobre territorios en conflicto como Bosnia, Kosovo, Pakistán y Afganistán, y realizado retratos y entrevistas del Príncipe Felipe, Javier Solana, Mariano Rajoy, Rodrigo Rato, Alberto de Mónaco, Alejandro Sanz, Norman Foster, Alberto García Alix y muchos más. Fue Premio Ejército y Premio Reina Sofía contra la Drogadicción, entre otros.

PRÓLOGO DEL AUTOR
Estábamos en la cocina de Madame Sarkozy. Bebíamos cerveza mexicana. Encendió un cigarrillo. El sol de la tarde se filtraba por los ventanales normandos de su recóndito hogar del XVI parisiense. En el jardín jugaba su hijo. Sobre la vivida mesa de madera, la correspondencia del Presidente. Y una bella caja de habanos regalo de Fidel decorada con la imagen del Che. Carla pegó un trago sin ceremonias y respondió: “Se equivoca, no soy una niña mimada por la vida; no soy la imagen del éxito; soy la imagen del trabajo. Podría haberme conformado con lo que tenía cuando nací. Y era mucho. Pero lo que me hace feliz es el trabajo que he hecho desde que tenía 18 años. Todo lo que he conseguido con mi esfuerzo”.

A primer golpe de vista es posible que el lector encuentre escasas similitudes entre las protagonistas de este libro; entre la gran emperatriz del porno y la reina en ciernes de una vieja monarquía; entre esa Primera Dama que susurra tonadas de amor y la heredera de la más poderosa saga bancaria europea; entre la irreverente anfitriona del poder socialista y los dos grandes iconos femeninos de la derecha española; entre la más rompedora y comprometida de las estrellas latinas y una milady gallega que agita la dorada coctelera de la cultura; entre aquella niña pobre que eligió y luego renunció a ser la estrella de cuento de hadas del franquismo y la más cerebral de las top models placeada en la Sorbona. Y suma y sigue. ¿Qué tienen en común Esperanza Aguirre, Paulina Rubio, Letizia Ortiz, Ana Botín, Sophie Evans, Ana Botella, Carla Bruni, Elena Foster, Pepa Flores, Katrina Bayonas, Shakira, Elena Benarroch e Inés Sastre para morar juntas para la eternidad en estas páginas?

Más de lo que puedan imaginar. En la biografía de todas ellas late un ardiente deseo de forjar su destino. Escapar del carril donde las colocaron al nacer. Alto o bajo, no importa. Ellas querían ir más allá. Escapar de la pobreza, la dictadura o los rancios salones burgueses. La razón de su vida ha sido encontrar ese camino y ser las primeras en alcanzar la meta. Sin bajar nunca la guardia. “Soy una obrera de la música”, me contaba Shakira una tarde calurosa en Barcelona. Se cubría los ojos con una gorra de béisbol y miraba con humildad al suelo. “Soy una hormiga que coge cada día su terrón de azúcar y lo arrastra despacito hasta el hormiguero. Unas veces no me cuesta nada; pero otras, es demasiado pesado. Y me entra miedo de no dar la talla. Y me angustio. Y lo paso mal. Esa es mi vida”.

Ambición. Ambiciosas. Conseguir más; poder, riqueza, dignidad, fama, reconocimiento. El aplauso de los de arriba o los de abajo. De todos. Ser las mejores. Rozar la perfección. Coronar el podio. El cuento de nunca acabar. Contra ellas y contra el mundo. Y que nadie ose aproximarse un centímetro. Adelante. Aunque les provoque exigencia, ansiedad y mariposas en el estómago, como coinciden en su infantil definición del estrés Paulina Rubio e Inés Sastre. “Me duele la tripa”, dicen. Siempre adelante. Aunque les complique la vida familiar y sentimental. Les cree enemigos. Y sea para ellas más difícil que para ellos. Son mujeres. Están obligadas a demostrar lo que valen. Más todavía si actúan en los tradicionales cortijos del género masculino: la política, la empresa, el show business. Algunos aún se fijan más en su peinado que en lo que hay debajo. Que se anden con cuidado.

Ambición. Se tiene o no se tiene. Ellas la tienen. No es un insulto. ¿Por qué habría de serlo? ¿Por qué un hombre público, cachondo, ambicioso y aventurero representa un compendio del éxito y una mujer pública, cachonda, aventurera y ambiciosa es lo peor que uno se puede echar a la cara? Nuestras 13 protagonistas son ambiciosas; y también inteligentes, brillantes y libres. Se gustan. Gobiernan equipos de hombres y mujeres. Crean imagen y riqueza. Escriben la historia. Para empezar, la suya. Y no se averguenzan. No temen el éxito. Lo persiguen. Cada una a su manera. Desde la búsqueda del estricto anonimato de Pepa Flores, a la exhibición absoluta de Sophie Evans; desde los discretos pactos financieros de Ana Botín al descaro millonario en escena de Paulina Rubio; a los sudores en campaña de Ana Botella y Esperanza Aguirre hasta apurar el último voto; a la batalla continua de Katrina Bayonas para que sus pupilas, Penélope Cruz, Monica Bellucci o Elena Anaya se conviertan en las más grandes de Hollywood. Aunque las patadas las reciba ella. Todas persiguen el éxito sin coartadas. Su reino sí es de este mundo.

Este cronista no es protagonista. Este confesor no tiene rostro. Está escondido tras la tupida rejilla de su confesionario en un sombrío rincón del templo. Cada perfil es un pedazo vivo de la vida de estas mujeres. De lo que se ve y no se ve. El territorio que las rodea; la gente que trabaja a su lado; sus rivales y aliados; maridos y amantes. Peajes. Frustraciones. Evolución. Pasado y presente. Y en algún caso, una osada ojeada a su futuro a través de un reto a esas brujas de Macbeth, a las que Esperanza Aguirre confiesa que nunca consulta (es demasiado supersticiosa). En algún caso, como en el de Ana Botín, la pitonisa se mostró certera. Al día siguiente de aparecer mi artículo en EL PAIS sobre la princesa heredera de los Botín, fue obligada a dimitir de todos sus cargos ejecutivos en el entonces Banco Santander Central Hispano. La fusión entre las dos entidades financieras estaba en juego. Y Ana Botín fue la víctima propiciatoria que engrasó el acuerdo y rompió recelos. Resucitó tras un lustro de dorada travesía del desierto. Hoy es la primera mujer en la historia de España en presidir un gran banco y tiene todas las papeletas para seguir la estela de sus padre, abuelo y bisabuelo al frente del poderoso Santander. Esa es su ambición; nunca lo dirá. Desde nuestros discretos contactos no ha vuelto a conceder ni una entrevista. Como su padre; como su abuelo. Ha aprendido la lección.

Su dimisión fue un accidente. He tratado de retratar sin traicionar. La causa del periodismo no es herir. Sino relatar. Poner la información, toda la información, al servicio del lector y que él juzgue. Y saque conclusiones. Hace años, tras compartir varios días con Alejandro Sanz en su hogar de Miami, junto al mar y su familia; con sus vinos y albóndigas; despertares tardíos y canastas de baloncesto, este periodista reflexionaba en el momento de esbozar el perfil del cantante español más conocido del mundo: “Entrevistar a un famoso en su casa no es sencillo. Planea sobre el periodista la duda de qué puede y qué no puede contar. Qué parte es información y qué parte traición. En esta mansión tono albero de North Bay Road, bañada por el Atlántico y a pocos metros de la de Lenny Kravitz, vive una estrella que ha vendido millones de discos. Pero también una familia. Y por lo que parece, “razonablemente feliz”. Y eso no lo puede olvidar nunca el periodista. La traición no tiene sitio en estas páginas.

Punto primero: no hacer daño. Segundo, respetar las reglas del juego. Algunas de las entrevistas de este libro se realizaron bajo un sólido acuerdo de off the record; algunas de estas protagonistas accedieron a contarme su historia a condición de que sus palabras no aparecieran entrecomilladas. De no revelar nunca que habíamos estado juntos. Entrevistas que no ocurrieron. Este periodista nunca estuvo allí. El pacto se cumplió. Quedaron en la sombra. Con otras, la confianza mutua a lo largo de los días abrió las espitas de sus vivencias y sentimientos. Contaron más de lo que hubiesen querido contar. O mostraron más de lo que hubiesen querido mostrar. Jamás lo contaré. Ya me he olvidado.

Tercero, la construcción de cada perfil ha seguido distintos procedimientos. Tras la febril documentación, algunos retratos se han ido componiendo de un modo coral. Con multitud de fuentes sumadas al testimonio de la protagonista. Separando con esmero el grano de la paja. Las buenas de las aviesas intenciones. Los rayos de luz de las cortinas de humo. En ese sentido es curioso recordar como en el caso de Ana Botella y Esperanza Aguirre, fueron en muchas ocasiones sus propios camaradas de partido los críticos más inclementes de estas dos mujeres amparándose en su cómodo anonimato. Confirmaban así el viejo adagio político, atribuido al democristiano Konrad Adenauer: “En el mundo

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