La flor del poder

Andrés Merino Thomas

Desde el relato bíblico del paraíso hasta las más modernas tendencias paisajísticas, el jardín ha formado parte de la historia del arte no sólo como escenario para la presentación de personajes y circunstancias, sino protagonizando las más bellas composiciones pictóricas que reivindican un papel individual, un extraordinario microcosmos con vida propia. La colección Diccionarios del Arte, de Electa, ha dedicado uno de sus volúmenes a tan singular género artístico, en el que puede comprobarse como pocos la variedad en la evolución de los gustos estéticos de cada etapa del pasado creativo de la humanidad.

Desde los inicios de la arquitectura como expresión artística y cultural, el hombre comenzó a modelar la naturaleza circundante a las edificaciones en las que llevaba a cabo su vida cotidiana o las ceremonias propias de sus relaciones con sus semejantes, con otros pueblos o la propia divinidad. Por ello, se nos propone una clasificación inicial entre jardines sagrados y profanos de las primeras civilizaciones. Su representación avanza desde los primitivos diseños egipcios, griegos o romanos a la rigurosa geometría del Islam. La larga Edad media es sin duda un paso obligado por los jardines monacales, marco sublime de paz para la conservación de la cultura miniada de las bibliotecas conventuales que conservaron el saber clásico que reverdeció en el jardín renacentista. Pero sin duda el principal atractivo del volumen, en el que la profusión de ilustraciones corona el interés de su contenido, es la identificación de una idea que subyace en la iconografía del jardín entre los siglos XVI y XIX en toda la pintura occidental. Nos referimos a la propia jardinería como medio de plasmación de poder.

Aunque muchas de las páginas del estudio de Lucia Impelluso han sido dedicadas directamente a los jardines como extraordinarias representaciones de soberanía política, la mayor parte del volumen que nos ocupa se refiere al poder en un sentido antropológico. Que Luis XIV decidiera imponer el entorno del palacio de Versalles en lo que era un inhóspito paraje pantanoso, lo que escandalizó a los miembros de la Corte que se desplazaron a visitar la zona antes de la construcción de los jardines, es hoy una anécdota. Entonces resultó una tragedia, pero sobre todo, una cuestión de poder, no sólo político, sino una obcecación personal, una obstinación. Algo casi obsesivo. Incluso en los capítulos finales destinados a las tipologías de jardines simbólicos o literarios, más cercanos a una idea de pasión, mitología o elementos psicológicos del arte, se nos acerca a la noción del hortelano o héroe que ha domado la naturaleza, que somete a los elementos para, según su capricho, ofrecer a su amada, a su propio ego o a su pueblo un paisaje de complacencia. Que en medio de tales distinciones se aprenda a distinguir, por ejemplo, que el estilo francés aboga por someter los rosales al dictado de las líneas rectas y curvas, que el inglés aparenta respetar la liberal naturaleza que crece o que el austríaco prefiere el seto bajo enriquece la formación artística y cultural. Demos por tanto la bienvenida a un diccionario muy especial.

“Jardines y laberintos”
Lucía Impelluso
Traducción de Patricia Orts
Barcelona, Electa, 381 pág.
ISBN: 978-84-8156-426-6

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2 COMENTARIOS

  1. Muy bien; pero sin olvidar el humilde jardín de cualquier señora o señor que
    dispone de unos metros cerca de su casa y cuida, riega y mima con máximo
    esfuerzo para una satisfación muy personal.
    Gracias.
    Gonzalo Cuesta.

  2. Qué interesante!
    Además como Laterza es buena Editorial de Arte estará bien editado.
    El tema de los jardines (y el de los laberintos en ellos ) es apasionante y no hay tanto traducido.
    Esperemos que tenga muy buena acogida.

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