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Arquitectura religiosa en Cantabria (1685-1754)

  

 

 

Cimientos para un turismo de excelencia

 

Andrés Merino Thomas

 

A finales del siglo XVII el Barroco aún no se había extendido, en cuanto a lo arquitectónico se refiere, por toda España. Un buen ejemplo era la Montaña cántabra, a la que comenzaron a regresar, por distintos motivos, maestros constructores que se habían desplazado a zonas como Asturias o, al sureste, las Montañas Bajas del Arzobispado de Burgos, donde habían conocido y aprendido nuevas propuestas y técnicas. Comenzaron entonces a edificarse templos e iglesias en el interior de Cantabria, quedando diseminado lo que es hoy un rosario artístico por decenas de localidades en el que conviven varias tendencias cuyo recorrido, ya sólo en lo turístico, es un regalo de excelencia visual. A un profundo análisis de su origen y significado desde el arte y la historia dedicó Isabel Cofiño buena parte de su tesis doctoral, publicada con el título “Arquitectura religiosa en Cantabria (1685-1754)”.

 

La historiadora subraya un panorama no uniforme. La construcción de edificaciones de uso religioso en el periodo que estudia fue un periodo plural, porque en él convivió, como hemos referido, una renovación con la propuesta de trazas barrocas, pero no faltaron talleres fieles a la tradición gótica y renacentista. Cofiño pone de relieve la pequeña revolución que hubo de suponer la llegada de arquitectos como Francisco del Pontón Setién, Bernabé de Hazas (cuya fecha de regreso, 1685, jalona simbólicamente el comienzo del periodo objeto de examen), que se decidieron a fundar los talleres de cantería que alcanzaron mayor prestigio en el momento (los de Ribamontán al Mar-Güemes y la Junta del Cesto). Además, los maestros no se limitaron a aportar la renovación barroca. Asimilaron, como en otros lugares de España, los principios de Vitrubio.

 

El verdadero atractivo de la obra no es, a pesar del laborioso trabajo que revela, el estudio geográfico de zonas de influencia y labor de talleres de cantería, maestros y encargos de parroquias, sino el nutrido catálogo de templos, descritos con todo detalle, de los que se aportan no sólo descripciones históricas de su construcción sino sus planos. La planta de cada iglesia no sólo proporciona información sobre la orientación en torno a sus naves o la existencia de capillas, la nervadura de la sus bóvedas o la eventual técnica o complejidad con la que se dispusieron sus materiales. Cada traza es una huella viva de la riqueza artística que permanece escondida a la vuelta de carreteras quizá poco transitadas de nuestro país, con un patrimonio histórico, religioso y cultural que libros como el de Isabel Cofiño contribuyen decisivamente a poner en valor. La autora concluye su estudio en 1754, fecha en que se erigió el obispado de Santander. Para entonces, el Neoclasicismo había hecho su entrada en todos los órdenes del Arte. Pero esa es ya otra historia, para otros momentos e investigaciones. Con la que hemos comentado hoy es más que suficiente para preparar muchos fines de semana en la Montaña, recorriendo lugares donde pequeñas iglesias barrocas reivindican un pasado esplendoroso que podemos compartir en el presente.

 

 

 “Arquitectura religiosa en Cantabria (1685-1754)”

Isabel Cofiño Fernández

Santander, Univesidad de Cantabria, 326 pág.

ISBN: 84-8102-374-4