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Hogueras sin combustible

 

Andrés Merino Thomas

 

Solemos hablar de pintores, escritores o artistas malditos, en general, para describir a aquellos seres geniales o incomprendidos que inquietan a toda una sociedad mientras caminan decididos hacia su propia perdición. En esa carrera arrollan con frecuencia cuanto encuentran a su paso, mientras destilan no pocas dosis de amargura por un pasado enigmático o arrastran a algunos seguidores por el fango. La descripción de estos procesos de autodestrucción es francamente difícil, y sólo suelen conseguirlo con una obra que pasa a la historia auténticos maestros como un Arthur Miller en papel o un Luchino Visconti en el celuloide. Gonzalo Manglano (Valencia, 1972) ha escogido ese reto para su opera prima, “Crónicas de humo”, novela en la que ha querido describir el éxito y decadencia de un pintor al que ha bautizado con el sonoro nombre de Alphonse Masqué.

 

Es justo afirmar que estamos ante un extraño e inquietante relato que no dejará indiferente, por muchos motivos, a ninguno de sus lectores. No es difícil adivinar el esfuerzo creativo desplegado por el autor en cada una de las páginas del texto, pero es difícil sustraerse de llamativos aspectos formales a la hora de reseñar la obra. Si para perfilar al protagonista se han empleado recursos propios de la novela psicológica, como la narración en primera persona, el uso de una alter ego e incluso la confusión de identidades, en no pocas de las performances, inauguraciones en galerías o reflexiones sobre el arte que escuchamos de boca de personajes podemos haber regresado perfectamente a las más desgastadas proclamas del 68: “defendía mi actuación, mis palabras como valuarte (¡sic!) de la libertad creadora, de la lucha del arte contra el vulgar mercantilismo implantado por el poder” (p. 132). El problema es que la sensación de continua pretensión de ruptura de esquemas se hace presente hasta en la lectura de los tiempos verbales, que han sido alterados continuamente en un texto en el que la distribución de la acción, lenta de por sí, exigía un dominio tal de presentes, pasados y futuros que el resultado es decepcionante, habida cuenta de la actual dedicación profesional del autor a gran proyecto donde la redacción es… algo más que instrumental. Frente a ello, la abundante repetición de términos en un mismo párrafo no tiene precisamente una importancia relativa.

 

Manglano ha ubicado una carta sin fecha que remitió a Ernesto Sábato como pórtico del libro, a la que acompaña la respuesta del novelista, en mayo de 2003, que contiene la frase “la vida es un absoluto”. Esa idea parece planear como un mantra en la trama. Un absoluto. El relato parece compuesto a base de absolutos. Nada hay relativo en la narración ni en sus personajes. Sólo hay éxitos rotundos o fracasos humillantes. No hay rutina, ni vida cotidiana. No hay tiempo para crear, sólo para producir. No hay espacio para el amor, sólo para el sexo descarnado. No hay momento para celebrar, sino para fiestas vacías que sólo llenan envidias y rencores. Todo es blanco o negro, no hay espacio para matices. Crónicas de humo no será el mejor libro de su autor, pero cuando la inspiración llegue –que llegará, no lo duden-, estamos convencidos de que le encontrará trabajando. Pero déjennos concluir con una alabanza. Hemos descubierto en el escritor una sobresaliente capacidad para la metáfora. Y ese nos parece un comienzo muy prometedor.

 

 

 “Crónicas de humo”

Gonzalo Manglano y de Garay

Málaga, Alfama, 237 pág.

ISBN: 978-84-936662-3-1

 

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