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Los dioses de mármol blanco

Andrés Merino

Entre las numerosas esculturas que, Augusto II el Fuerte, Rey de Polonia, mandó adquirir en Roma en 1728, figuraba una imponente estatua de Zeus procedentes de las colecciones del príncipe Chigi y el cardenal Albani,  que fue valorada entonces en mil quinientos “scudi”. Dos años después la obra ya lucía entre las situadas en el Palacio del Gran Jardín, en Dresde, formando parte del núcleo fundacional de una de las principales colecciones históricas de escultura clásica europeas. No es extraño que al convertirse el Albertinum, a finales del siglo XIX, en museo de esculturas y reproducciones artísticas, la colección pasara enseguida a ocupar varias de sus salas. De manera excepcional, casi una cincuentena de éstas ha viajado al Prado, donde junto a otras dos decenas de esculturas de nuestro principal museo lucen en la más importante exposición sobre el arte clásico organizada en España en las últimas décadas.

El Zeus de Dresde no era sólo una majestuosa representación del más conocido de los dioses griegos, sino una lección práctica de la adopción entusiasta del arte heleno por parte de los romanos. Aunque se trate de una fidelísima replica del primer tercio del siglo II d.C., como recuerda en su magnífico estudio sobre la pieza Stefan F. Schröder, comisario de la muestra, no es posible atribuir directamente la autoría de su original a Fidias. El motivo aducido es que la escuela del más conocido escultor griego, a pesar de su novedoso diseño en materiales y poses, no dejaba excesivo margen a rasgos individuales de sus discípulos y seguidores. En todo caso, los cabellos de cabeza y barba, muy rizados, recuerdan que aunque la escultura se reprodujo al estilo de las series de dioses de la última etapa de la construcción y decoración del Partenón ateniense, se atendió también a las formas de moda en la época del emperador romano Adriano, tan generosas con los pliegues de los ropajes. Entre los atributos que la mitología regaló al rey del Olimpo y dios del cielo y el trueno figuraron, lógicamente, el rayo, pero también el toro, el águila o el roble. Es de suponer que la mano y antebrazo que el tiempo nos ha hurtado portaran el primero de los signos, pero tampoco pueden descartarse otras opciones. La sola pose del dios, en pie y no sentado majestuosamente, como aparece en otras idealizaciones, invita a pensar en ello, pero también la excepción reinó en la construcción estética de los dioses mitológicos.

Como toda selecta pieza en la Historia del Arte, nuestro Zeus estuvo a punto de sucumbir a la barbarie, aunque afortunadamente fue protegido en los sótanos del Albertinum el 13 de febrero de 1945, durante el histórico bombardeo de Dresde. Trasladado a la Unión Soviética como trofeo de guerra, como las demás piezas de la colección, no fue devuelto hasta 1958. Hoy, con motivo de la rehabilitación de las salas del museo, puede contemplarse en Madrid nada más acceder a la primera de las diez salas que componen una exposición que nadie puede perderse.

“Zeus de Dresde” (réplica romana 120-130 d.C.)

Escuela de Fidias (430-420 a.C.)

Mármol blanco (212 x 104 x 56 cm)

Skulpturensammlung (Dresde)

Exposición “Entre dioses y hombres. Esculturas clásicas del Albertinum de Dresde y del Museo del Prado

Organiza: Museo Nacional del Prado y Staatliche Kunstsammlungen Dresden

Patrocina: Fundación de Amigos del Museo del Prado

Colabora: Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior

Sede: Museo del Prado (Madrid), del 4 de noviembre de 2008 al 12 de abril de 2009

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