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¡Scripta manent!

Andrés Merino

La Real Academia define escribir como la acción de representar las palabras o ideas con letras u otros signos trazados en papel o en otra superficie. La sociedad actual, en exceso pragmática, da por descontada la existencia de esos códigos de comunicación, cuando para su creación y asentamiento ha sido necesario el transcurso de buena parte de la historia de la humanidad. En el sentido más moderno del concepto, la escritura apareció alrededor del año 4.500 antes de Cristo. Su aparición en Mesopotamia se ha vinculado a que cronológicamente ese periodo coincide con el surgimiento de asentamientos humanos (lo que convencionalmente puede denominarse ya como “ciudades”), y por tanto la aparición de lo que podemos llamar necesidades administrativas. Urbanismo y administración son dos de las condiciones, según Louis-Jean Calvet, necesarias para el desarrollo de la escritura. El profesor de Sociolingüistica de la Sorbona nos propone en “Historia de la escritura”, editada en España por Paidós, un sugerente recorrido por el modo en que cada época y cultura han buscado, de manera más o menos original e ingeniosa, respuestas a las necesidades de comunicación por este medio.

En realidad, el autor no sólo propone un recorrido por la evolución de las formas escritas, sino también un panorama de gran interés sobre cómo filósofos y lingüistas se acercaron a un hecho cultural de tal magnitud. Muy buen ejemplo de ello es recordar la triple clasificación que en pleno siglo XVIII Rousseau realiza de las “tres maneras clásicas de escribir”, una propuesta científica que Calvet clasifica como “brutal” e “ideológica”. El pensador proponía un primer tipo, el que describe no tanto sonidos como ideas (pensando en jeroglíficos egipcios o grifos aztecas); un segundo estadio corresponde a la representación de palabras y proposiciones con caracteres convencionales aceptados por el común (citando como ejemplo la escritura china), y un tercero, la composición de palabras por medio de un alfabeto. En el ensayo se critica abiertamente que Rousseau vinculase esas tres maneras, respectivamente, a tres estadios diferentes de evolución: el dibujo de los objetos corresponde a pueblos salvajes; los signos de palabras y proposiciones a pueblos bárbaros y el alfabeto a los pueblos civilizados.

Calvet presenta otros muchos acercamientos, aclarando por doquier errores como los de considerar todo grafismo primitivo como “prefiguración” de una escritura. Quizá su aportación más interesante es la de acercarse, en nuestra opinión de forma acertada, a tres rasgos históricos comunes de la escritura que es verdaderamente difícil cuestionar: cualquier escrito supone la idea de “arañar”, hacer incisión o grabar, es decir, dejar huella. En segundo lugar, toda escritura une, reúne sensaciones, nociones, impresiones, conceptos… Y en tercer lugar –y no por orden de importancia-, la escritura lleva aparejada desde sus inicios una idea de secreto, de misterio, de función de codificación. En definitiva, la escritura nos acerca a una noción “antropológica” de poder. Si al principio de los tiempos su alcance abarcaba el mito o las primitivas formas de dominación social y atravesó por etapas en las que la posesión de instrumentos de grafismo suponía la incorporación a una elite, hoy la escritura es un medio habitual y universalizado de acercamiento humano, pero a la vez de independencia personal para interpretar el mundo que nos rodea. Una magnífica profesora universitaria de Literatura me ha comentado con frecuencia que leer y escribir hace más libre, es decir, nos otorga más poder sobre nuestra propia vida para hacerla plena y única. Libros como esta “Historia de la escritura” pueden ayudarnos a entender el motivo.

“Historia de la escritura. De Mesopotamia a nuestros días”

Louis-Jean Calvet

Barcelona, Paidós, 300 pág.

ISBN: 978-84-493-2043-9

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