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El ladrón de arte

Blanco sobre blanco

Por
Andrés Merino

El robo de piezas artísticas también es historia del Arte. No es un contrasentido. La sustracción de cuadros y otros objetos constituye, para muchos expertos, una forma atípica de medir el valor de creaciones estéticas en un mercado singular. Aunque buena proporción de las desapariciones de obras en galerías, museos y templos tiene como destino su turbia reventa en círculos restringidos, una parte menor pero significativa proviene de encargos realizados directamente para la contemplación privada de lo sustraído. Ese aspecto morboso del coleccionista privado que traspasa las líneas éticas para encargar el robo de una obra centra buena parte de la última novela de Noah Charney, “El ladrón de arte”, cuya edición española, a cargo de Seix Barral, ha alcanzado gran éxito entre los lectores.

Estamos ante una buena novela. No sería excesivamente justo afirmar que, en el marco de esa clásica estructura literaria que agrupa los capítulos en planteamiento, nudo y desenlace, el primero de ellos se extienda llamativamente. El envolvente relato de las tres sustracciones –el caravaggio de la iglesia de Santa Giuliana y los Malevich de la Sociedad el mismo nombre, en París, y de la National Gallery de Londres- constituye una amena e pero intensa introducción que forma ya parte de la trama. Pero sobre todo, la formidable inclusión de dos conferencias sobre el robo de obras de arte en sendos encuentros científicos, pronunciadas por uno de los protagonistas, supone uno de los éxitos del texto de Charney. Las intervenciones, muestras sutiles de la capacidad de mezclar métodos de investigación detectivesca, historia del arte y psicología de delincuentes y coleccionistas, constituirían en sí un ensayo perfectamente separable de la trama, pero en este caso perfectamente integrado en la novela.

“El ladrón de arte” presenta una galería de personajes peculiares, en general bien trazados: la directora de la Sociedad Malevich, la de la National Gallery, el ya citado experto en robos o incluso un subastador de Christie’s lleno de recursos verbales, si bien dos de ellos se nos presentan con la mejor tradición humana y profesional de los inspectores más clásicos del género negro. Nos referimos a los investigadores Bizot y Wickenden, que desde París y Londres, respectivamente, actúan en paralelo en una trama que permite poner de largo su mejor perspicacia y no pocas habilidades para el detalle. Si los rasgos del primero son presentados a lo largo de no pocos almuerzos con el rico coleccionista que no sólo le convida y con el que mantiene una sólida amistad, sino que le proporciona valioso asesoramiento artístico, el segundo aparece bien retratado en las conversaciones con una mujer paciente ante sus manías de viejo sabueso maniático. Desde las primeras páginas, ese óleo sobre tela “Composición suprematista, blanco sobre blanco”, la obra de Malevich que hace girar el argumento, es una inteligente metáfora sobre la capacidad de crear arte sobre el propio arte, sobre el valor que se otorga a las cosas y la importancia de no sólo mirar, sino observar detenidamente. En este caso, de construir una novela interesante en la que trama y personajes son sólidos. “El ladrón de arte” envuelve e interesa.

“El ladrón de arte”

Noah Charney

Barcelona, Seix Barral, 382 pág.

ISBN: 978-84-322-3163-6