El precio de matar a una reina ungida

Por Andrés Merino

Tres son los rasgos biográficos más notables de María Estuardo. Reina de Escocia a los pocos días de nacer, en 1542, como hija y heredera de Jacobo V y María de Guisa, la enérgica mujer perteneciente a la poderosa familia francesa que definió la política gala durante varias décadas del siglo XVI. El segundo, su matrimonio con el entonces heredero al trono de San Luis, que alcanzaría brevemente con el nombre de Francisco II, de la que fue soberana consorte unos meses para convertirse pronto en Reina viuda. Y por fin el tercero, su legendaria muerte en el cadalso en la Inglaterra de Isabel I, en la que se había “refugiado” diecinueve años antes por una revuelta de lores escoceses. Es precisamente el turbio proceso que condujo a su ejecución, que marcó para siempre la historia de las Islas Británicas, uno de los aspectos más sobresalientes del ensayo que le ha dedicado John Guy, recientemente publicado por Edhasa.

La tesis central parece ser que la caída y muerte de María se debió a la acción del todopoderoso valido inglés William Cecil, que consideró siempre a la reina escocesa como uno de los pilares de una supuesta conspiración católica internacional para acabar con su propia soberana, Isabel I. Guy presenta a Cecil como un político obsesionado con la seguridad del reino, sin ocultar la contradicción palmaria que vivió: María Estuardo era la sobrina más cercana a Isabel, y por tanto su sucesora natural. Por ello, en algunos momentos resulta chocante detectar un hilo conductor que pretendería justificar o desdibujar la responsabilidad de la hija de Enrique VIII y Ana Bolena, presentándola como muy consciente de la gravedad del asesinato de una reina. A ello se une el retrato de un protestantismo fanático simbolizado en el predicador Knox, creador en Edimburgo de la inquietante teoría teológica por la que una mujer católica no podía acceder a un trono por ser naturalmente propensa a un deseo sexual desenfrenado, lo que no impidió al fundador de la iglesia reformada de Escocia su casamiento a los cincuenta años con una niña de quince.

El esfuerzo investigador de Guy es abrumador. El nivel de detalle con que describe ceremonias, relata conversaciones o transcribe documentos justificaría que su biografía de la soberana se convirtiera pronto en un clásico en la historiografía británica. Quizá uno de los principales atractivos de su obra sea la inclusión final de un extenso anexo bibliográfico que, huyendo de generalidades, muestra sus preferencias por determinadas fuentes asociándolas a los capítulos y pasajes del libro. Especialmente brillante es su relectura de las denominadas Cartas Casket, en cuya tendenciosa y manipulada trascripción se basó la acusación de implicación de María Estuardo en el asesinato de su segundo esposo, Henry Darnley. Es una lástima que todo ello conviva con incómodos errores en la traducción al español, como el de destinar la expresión “Consejo de Trento” al gran concilio que marcó la historia europea en la segunda mitad del siglo XVI.

María Estuardo adoptó en su juventud el emblema heráldico de su madre, el ave fénix, asociado al lema “En mi final está mi comienzo”. En parte fue así, porque su dinastía venció después de su muerte. Cuando en 1603 su tía falleció aislada y amargada, Jacobo VI, el hijo que María había sido obligada a abandonar con sólo diez meses de edad, acudió a Londres a recoger la herencia dinástica, la Corona vacante, unificándose Inglaterra y Escocia. La herencia política envenenada de Isabel se hizo presente un siglo y medio después, cuando se recordó en la ejecución de Carlos I que no era la primera vez que se ordenaba la muerte de un soberano ungido y coronado.

“María Estuardo. La reina mártir”
John Guy
Barcelona, Edhasa, 799 pág.
ISBN: 978-84-350-2681-9

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