Programas selectivos de formación literaria

Por Andrés Merino

Un amigo que acaba de rebasar con muy buena salud la cincuentena sigue leyendo con voracidad. Puede sumar ocho libros al mes. Al comentarle el título que iba a ser objeto de reseña en estas líneas –que, por cierto, tenía previsto adquirir- comentamos como entretenimiento el número de obras que podría leer aún si alcanzase los ochenta con buena visión, concluyendo que podrían ser más de dos mil quinientos los volúmenes que le quedan por abordar. El frío dato estadístico nos inquietó, porque supera con creces las ciento treinta y tres obras que Clifton Fadiman y John S. Major nos proponen en “Un plan de lectura para toda la vida”, el clásico bibliográfico editado en España por Planeta que sienta las bases de un auténtico itinerario de formación literaria. Aunque ambos escritores no afirman con rotundidad que propongan un programa de mínimos, el compendio de oportunidades intelectuales que ofrecen es, con luces y sombras, una atractiva propuesta cultural cuyo sólo enunciado hace posible un debate enriquecedor.

Los autores han escogido el método cronológico, agrupando las obras por el orden de nacimiento de sus creadores, un criterio que no los sistematiza precisamente, de forma estricta, en escuelas o corrientes. Si lo hubieran hecho quizá la presentación y “digestión” de su obra habría adoptado la rigidez de las clasificaciones académicas, por lo que anotaremos en su haber la intención de dotar al libro de una frescura y agilidad muy de agradecer.

La mayor parte de los nombres de la literatura universal que postulan son indiscutibles, y en muchos es claro que ha sido difícil escoger su obra de mayor brillo o repercusión en historia de la cultura. El problema aparece, curiosamente, al concluir la lectura del elenco. Sorprende comprobar que si bien en los primeros capítulos se ha realizado un notable esfuerzo por lograr un equilibrio geográfico en los autores, constatando que la Antigüedad proporcionó tesoros bibliográficos de las más dispares procedencias y culturas, la oferta sistematizada desde el siglo XVI adolece de una auténtica preferencia por la escritura anglosajona, con ciertas concesiones a los maestros centroeuropeos y algún lugar aislado para los escritores hispanoamericanos, como Gabriel García Márquez. No se trata de un trasnochado chauvinismo ni una reivindicación de la literatura española, porque echamos en falta igualmente escritores italianos o franceses cuya influencia en la historia de la Literatura ha sido y es innegable. Tampoco pensamos que pueda argüirse que se trata de una mera propuesta de selección, una especie de compendio de botones de muestra, algo negado desde las primeras páginas. ¿Qué ha sucedido, por tanto? Quizá un ensayo de respuesta sea tener muy presente ese cinematográfico medio de acercamiento docente a los libros en los centros de estudios medios y superiores norteamericanos, basados en la lectura dramatizada de textos, la mayor parte de los cuales se nos proponen ahora. Su debate comprometido por parte de alumnos y profesores, al que sin duda están acostumbrados los autores de “Un plan de lectura para toda la vida”, explica –no justifica – su preferencia por ellos. Confiemos en que algún día le toque a Quevedo o Góngora, dos significativas ausencias.

“Un plan de lectura para toda la vida”

Clifton Fadiman y John S. Major

Madrid, Planeta, 426 pág.

ISBN: 978-84-08-07699-5

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