OBRA ESCOGIDA

Retrato de aristócrata antes de la tormenta

Andrés Merino

El brazo derecho en jarra y en la mano sujetando una fusta. El codo izquierdo apoyado en la piedra, con un libro en cuyo interior un dedo señala una lectura quizá interrumpida para posar ante el maestro. Hípica y literatura como símbolos del noble ilustrado al que quedaban pocos años para comprobar que todo un mundo se desmoronaba. José María de Magallón y Armendáriz (1763-1845), marqués de San Adrián y de Castelfuerte, pudo contemplar durante varias horas como Goya domaba sus pinceles para retratarle en 1804. No sabemos si pidió que le pintaran con aspecto joven o con la madurez de quien ya había traducido obras del francés y llevaba diez años como académico de la Real de San Fernando. Acababa de pasar los cuarenta años y ya poseía la llave de gentilhombre de cámara con ejercicio, un derecho más para acceder a palacio. Su mirada es de conciencia de nobleza, de cierta nostalgia e indudable despreocupación. ¿Recibió Goya en aquellos años previos a la Guerra de la Independencia la petición de pintar rostros siempre serenos? Como muchos de sus primos, tíos y sobrinos, San Adrián fichó al pintor de cámara para uno de esos retratos donde fondo y personaje componen una imagen de excelencia artística en la que no falta una sublime capacidad de definir psicológicamente a su mecenas. Como en sus retratos del duque de San Carlos o de los Osuna, Goya no se privó de rasgos que definieran al personaje. ¿Escogió el navarro la pose praxitélica?, ¿se la propuso el aragonés? ¿Quién decidió el oscuro sombrero que equilibra la composición en su parte derecha?

Del delicado rostro pocos podrían deducir la peripecia vital del aristócrata. Hijo de un ilustrado que había reflexionado sobre el liberalismo económico y el comercio lanar del norte de España con Francia, a la llegada de José I se integró en la corte. El Rey Intruso le nombró maestro de ceremonias. Poco trabajo hubo en aquellos salones del Palacio Real de Madrid abandonados con prisa en dos ocasiones por el monarca. Al regreso de Fernando VII, dos tazones de exilio (por cierto, en Burdeos). Una breve visita a la capital en 1822, para casar a la hija (por supuesto, con el conde de Sástago). Y en 1827, la recuperación de su cargo de gentilhombre palatino, que ocupó hasta su muerte en 1845. En sus últimos días ya no vivían ni Goya ni Fernando VII. Y aquél retrato permaneció en la familia hasta que, en 1950, la Diputación Foral adquirió el cuadro a sus descendientes y hoy luce en el Museo de Navarra, en Pamplona. Manuela Mena se lo ha traído al Prado para su exposición “Goya en tiempos de Guerra” y luce como pocos para demostrar aquella calma chicha, también en el Arte, que precedió a la tragedia de 1808.

“El marqués de San Adrián” Goya (1804)

Óleo sobre lienzo (209 x 127 cm)
Pamplona, Museo de Navarra

Exposición “Goya en tiempos de guerra”
Museo Nacional del Prado
Organiza: Museo Nacional del Prado y Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC)
Colabora: Comunidad de Madrid
Madrid, 15 de abril a 13 de julio de 2008

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