Del 13 de mayo al 6 de julio
Sensualidad, erotismo y desnudez se unen en las obras de Rodin

La Edad de Bronce, El beso, Manos de amantes, La avaricia y la lujuria, o Balzac, entre otras obras maestras de Rodin


La exposición está compuesta por 33 esculturas y 90 dibujos pertenecientes a las colecciones del Musée Rodin de París, que en estos momentos acoge la exposición Camille Claudel, que co-produjo Fundación Mapfre y que se pudo ver en estas mismas salas de exposiciones de Madrid en noviembre de 2007.

Rodin puede considerarse el último gran escultor, que marca la transición entre los grandes talleres clásicos y las vanguardias históricas. En este sentido, su obra se inscribe en una tradición en la que la representación del cuerpo desnudo constituye el tema fundamental de la escultura. A lo largo de toda la historia del arte, la escultura clásica ha “des-erotizado” el cuerpo humano a través del canon: al introducir el cuerpo en un “molde” de proporciones, se desmaterializa la carne.

Sin embargo, para todos parece evidente que Rodin es el escultor de la voluptuosidad. La tensión que establece entre el desnudo tradicional y la introducción del deseo e, incluso, de una supuesta obscenidad en muchas de sus obras, ponen de manifiesto cómo Rodin subvierte para siempre la tradición clásica del desnudo.

Una de las primeras cuestiones que llaman la atención al acercarnos a las esculturas de desnudos de Rodin es que, en general, carecen de tema. A lo largo del siglo XIX, el desnudo necesitaba revestirse de un pretexto, disfrazarse de diosa de la mitología para ser aceptado por la sociedad bienpensante. Sin embargo, Rodin elimina la narratividad de sus desnudos – aunque incluso los llame Andrómeda o Danaide – para resaltar, por encima de todas las cosas, la carnalidad de los cuerpos: “… para él solo cuenta el modelado”, decía Rilke.

La Edad de Bronce resulta, en este sentido, una obra emblemática, ya que Rodin representa a un hombre desnudo, “a la manera clásica”. Sin embargo, la voluptuosidad del cuerpo destaca por encima del resto de las cuestiones y, de hecho, cuando el artista la presentó en Bruselas y en París en 1877 fue acusado de haber realizado la escultura a partir del molde de un cuerpo vivo.

La superficie se convierte entonces en punto de encuentro entre el empuje interno de la obra y la mano del artista, una de las grandes obsesiones de Rodin –como muestra Manos de amantes o los cajones llenos de manos de todos los tamaños que guardaba en su estudio de Meudon–. “ (…) Es carne de verdad (…)”, decía Rodin a sus amigos cuando mostraba sus esculturas. Es algo que parece evidente cuando observamos obras como La Tierra o Torso de Adèle.

Junto a estas obras, algunos grupos escultóricos clásicos, como El beso o El eterno ídolo subrayan la importancia del deseo sexual en la obra de Rodin, así como su papel en el proceso creativo. Son esculturas que tienen rostro, que tienen personalidad.

Frente a este tipo de figuras, Rodin aborda en grandes esculturas una serie de posturas tradicionalmente consideradas obscenas, al mostrar abiertamente el sexo femenino. Iris, mensajera de los dioses o Mujer en cuclillas son quizá las más conocidas. En Iris, la apertura del sexo y la ausencia del rostro y de uno de los brazos concentra toda la narratividad en el cuerpo, eludiendo al máximo la anécdota. Rodin representa “un gesto determinado de un cuerpo”. La belleza del cuerpo femenino se profana a través de la decapitación, de la mutilación, de la revelación de las partes secretas… Iris no representa el sexo femenino, sino la propia idea de la sexualidad femenina triunfante y, al mismo tiempo, profanada por la ausencia de mirada.

Como muestran estas obras, Rodin fue, ante todo, un transgresor. De forma paralela a Iris, que supone una auténtica revolución en la concepción del cuerpo humano, Rodin concibe muchas obras “de gabinete”, que representan faunos y “faunesas” en posturas sugerentes o que muestran su fascinación por la homosexualidad femenina. Estaban destinadas a los “vieux messieurs”, según la expresión de la época, pero también ponen de manifiesto la conexión de Rodin con los ámbitos decadentes finiseculares que alentaron este tipo de representaciones. También introduce, a veces, cierto contenido erótico en obras de asunto religioso. Esa buscada tensión entre lo profano y lo sagrado constituye un rasgo específico del erotismo de fin de siglo, tanto en las obras artísticas como en la literatura, lo que contribuye a contextualizar de manera evidente las esculturas de Rodin.

La selección de esculturas que se exponen recorren toda la producción del artista, mostrando las diferentes facetas a través de las que Rodin expresa su fascinación por el cuerpo desnudo. Sin embargo, salvo escasos bocetos preparatorios, los dibujos no aparecen en la obra de Rodin hasta su madurez. Cuando ya ha cumplido los 60 años, Rodin comienza a dibujar de manera casi obsesiva, automática… Observa a las modelos que pasean desnudas por su taller, les pide que se muevan libremente hasta que, de pronto, descubre una pose especial. Entonces, las detiene y las plasma rápidamente en el papel, sin mirar el dibujo, sin despegar la vista de su modelo. En una fase posterior, retoca estos dibujos con toques de aguada, de acuarela. El cuerpo desnudo de la mujer brota entonces cargado de erotismo, dotado de una enorme fuerza que, tal vez, le sea conferida, en parte, por la serena economía de medios con la que el artista concibe estas obras.

Salvo algunos muy concretos, los dibujos eróticos de Rodin no formaron parte de su gabinete privado –de su museo secreto– sino que el artista los mostró con toda naturalidad, confiriéndoles el estatus de gran obra. A partir de 1900, cuando Rodin comienza a realizar exposiciones retrospectivas en las grandes capitales europeas, expone sistemáticamente estos dibujos junto con sus esculturas. Para mostrarlos, diseña unos marcos especiales -que recuperamos para esta exposición–, una ubicación concreta –en la parte baja de los muros, cerca del espectador– y unas sillas muy simples, para que el espectador pudiera sentarse y deleitarse con estos dibujos.

Frente a este discurso situado en los muros, sus grandes esculturas ocupaban, majestuosas, la mayor parte de las salas de exposiciones. La muestra que hoy presentamos pretende, en parte, recuperar este espíritu.

Rodin. El cuerpo desnudo presenta, por primera vez en Madrid, las grandes esculturas de Auguste Rodin (La Edad de Bronce, El beso, Manos de amantes, La avaricia y la lujuria, o Balzac, entre otras), en las que se incide en la relación que se establece entre el gran escultor y el cuerpo desnudo.

La exposición muestra dos discursos paralelos: uno relatado a través de las esculturas y otro a partir de los dibujos. Son dos historias diferentes, inevitablemente conectadas, que cuentan cómo un gran artista transformó para siempre la representación del cuerpo humano.

Con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que reúne a un importante grupo de especialistas que aportan un conocimiento profundo y una visión renovada sobre la figura del escultor. La publicación se abre con dos textos generales que ayudan a contextualizar la obra del artista francés, seguidos de otros que analizan cómo la escultura y el dibujo de Rodin muestran una nueva interpretación del desnudo.

Datos de interés:
“Rodin. El cuerpo desnudo”

Del 13 de mayo al 6 de julio

Fundación Mapfre

General Perón, 40, de Madrid.

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