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"Valores del diseño. La utilidad en el diseño"

Del 13 Marzo al 27 Abril


Círculo de Bellas Artes de Madrid

Valores del Diseño

La Sociedad Estatal para el Desarrollo del Diseño y la Innovación (DDI) y el Círculo de Bellas Artes presentan la tercera muestra del ciclo de Valores del Diseño, que destaca la utilidad como rasgo específico del diseño de objetos de uso cotidiano, que deben atender no sólo a requisitos estéticos, sino también a factores prácticos.

¿Quién ha dicho que la utilidad esté reñida con el diseño? Existe una gran relación entre ambos conceptos. A pesar de ello, la calidad de los objetos y además su diseño, aparecen a menudo como cualidades muy distintas y a veces, opuestos.

La muestra que ahora se puede ver en el Círculo de Bellas Artes hasta el 27 de abril abrirá las puertas a otra exposición que llevará el como título «Innovación» Comisariada por Gabriel Songel que se mostrará de mayo a junio. Y para terminar el ciclo los comisarios Emili Padrós y Ana Mir (Emiliana Design Studio) explicarán la última de las muestras «Proceso» que tiene prevista mostrarse de julio a septiembre. Este ciclo dedicado al diseño comenzó con la exposición «Coticiano» y «24X236 Diseño gráfico para la comunicación pública» que hace unos días se clausuró.

La utilidad en el diseño
Existe una relación de necesidad mutua entre utilidad y diseño. Los objetos prácticos son la razón de ser del diseño y además la calidad de su utilidad se forja en los procesos de diseño. Sin embargo, a menudo utilidad y diseño aparecen como valores muy distintos, cuando no opuestos.
La confusión se produce porque la forma se percibe como algo que atañe solo al estilo, algo distinto a la utilidad. Se olvida que en el diseño la forma concierne tanto al estilo como a la estructura técnica, a los procedimientos y materiales, a la comunicación y a todas aquellas decisiones susceptibles de transformarse en el tipo de beneficios prácticos que esperamos obtener de un producto.

En esta exposición se han seleccionado algunos objetos de tipo, sector y procedencia muy diversa: menaje de cocina, herramientas de ferretería, mobiliario urbano, productos de limpieza, periódicos, envases, sistemas de transporte, etc. Podemos encontrar innovaciones que han salido al mercado hace unos pocos meses y otras que llevan en él más de treinta años, artículos minoritarios y productos de gran consumo, diseños de autor y diseños realizados por equipos de la empresa… Esta diversidad ejemplifica el carácter transversal que tiene la búsqueda de mejoras utilitarias en los procesos de diseño y en el desarrollo de nuevos productos.

A través de los productos seleccionados puede constatarse como los objetivos de utilidad práctica han guiado la creatividad de los diseñadores y han movilizado los recursos empresariales. La exposición introduce al tema presentando, brevemente, la historia de una invención y su introducción e incidencia social:

Historia de un útil

Cinco dimensiones de la utilidad que el diseño pone en acción:
Apropiado a un fin
De acuerdo al cuerpo
Fáceil para todos
Según la necesidad
Para durar y reciclar

Función, utilidad y uso: Tres términos para la teoría y práctica del diseño

Un argumento apócrifo que ha circulado con frecuencia en el ámbito del diseño dice que vivimos en un mundo sin carencias materiales, en el cual pierde sentido que el diseño se ocupe de los problemas funcionales como antaño. Las necesidades prácticas están ampliamente satisfechas -prosigue la argumentación- y de lo que se trata es de dirigir los esfuerzos del diseño allí donde se detecta el mayor déficit de nuestra vida material, a saber: la carencia de un plano emotivo que nos relacione a los artefactos. Como suele ocurrir con aquellas ideas que para lograr espacio social requieren de una negación y de una exageración, el razonamiento resulta más sugerente que verdadero. Aun si cambiamos “mundo” por “sociedades opulentas”, para ser más precisos, resulta poco convincente afirmar que los problemas prácticos están resueltos; ni parece que lo estén a escala social y colectiva, ni tampoco en el quehacer del día a día.

Por supuesto, hoy observamos múltiples manifestaciones del diseño, acaso las más visibles en los medios de comunicación, que subrayan el diseño en sus aspectos formales, ingeniosos, decorativos, divertidos, emotivos, etc. El estilo y los juicios de estilo ocupan un lugar preeminente en la apreciación de nuestro entorno y en la elección de nuestros consumos cotidianos. Pero el intenso proceso de estetización del consumo que caracteriza nuestro tiempo no indica que el valor utilitario haya dejado de ser relevante, de ocupar a los diseñadores y de afirmarse en los productos. Al dirigir nuestra mirada a la utilidad no retrocedemos a los planteamiento funcionalistas, lo que hacemos es renovar, sin prejuicios, la pregunta sobre el papel del diseño.

La utilidad, entre la función y el uso
Hablar de utilidad en el diseño requiere algunas clarificaciones y desbrozar un poco la maleza que ha crecido en torno a este y otros términos vecinos. Advirtamos, de entrada, que el concepto de utilidad desborda en amplitud al ámbito del diseño. Baste recordar que la utilidad ha constituido la piedra angular de un sistema filosófico y moral como el utilitarismo, que acompañó los primeros pasos de la modernidad del siglo XIX. Por otro lado, lo útil se ha confrontado o asimilado a lo bello, según los autores y las teorías estéticas, y ocuparnos de ello requeriría su tiempo. Además, la utilidad también ha jugado un papel en la economía clásica y neoclásica, y de manera muy especial a partir de la obra de Alfred Marshall. La riqueza del término nos impone rehuir la digresión y centrarnos en rescatar la idea de utilidad para el diseño, convencidos como estamos que resulta imposible hablar de diseño sin hacerlo a la vez de la utilidad.

Concebimos la utilidad como una cualidad o potencia que reconocemos en las cosas pero que solo se realiza mediante el uso. Una herramienta que no se usa, carece de utilidad. En cambio, una estatuilla decorativa de bronce usada como pisapapeles, deviene extraordinariamente útil. En los objetos, la utilidad es un potencial sujeto a realizarse o a desvanecerse en razón del uso. Definido así, lo útil es un valor reconocible en todo tipo de objetos, sean prácticos, simbólicos, decorativos, o lo que fueren. La utilidad de un objeto ceremonial durante el rito es, de hecho, indiscutible. No obstante, en su sentido restringido, útil se asocia a las operaciones prácticas y a las necesidades materiales.

¿Dónde situar, entonces, la función? Aunque los clásicos hablaron de utilidad en relación a la belleza, y lo hicieron para referirse a aquella cualidad de las cosas que las hacían aptas para una finalidad, la modernidad prefirió para este registro semántico el término función. La idea que encierra la palabra función es la de una facultad que se dispone como una acción para un fin, se refiera a un órgano fisiológico o a un elemento mecánico. En el contexto del diseño, la función (o las funciones) identifican el propósito, mayormente práctico, que se define en relación al objeto diseñado o alguna de sus partes. Así pues, mientras que por utilidad entendemos una cualidad latente, sin preguntarnos de donde proviene, por función se identifica una acción que ha de ejercer un efecto sobre el uso. La utilidad puede pensarse, pero no diseñarse. La función sí.

Por su parte, el uso dota de sentido a la función, activa la utilidad y la realiza. Pero las prácticas ordinarias pueden desarrollar una utilidad prevista –la función- o también cualquier otra que los usuarios sean capaces de otorgarle a un objeto. En este sentido, baste recordar como ejemplo de esta discrecionalidad, la forma como los usuarios de los medios informáticos han puesto en jaque las previsiones de uso programadas por las grandes compañías. Los mensajes escritos de móvil a móvil no eran más que un servicio complementario antes que los jóvenes lo transformaran en una forma de comunicación preferente, por no hablar de fenómenos como la Wikipedia, nacidos gracias a la creatividad social de los usuarios.

Funciones y usuarios
Estas distinciones encuentran su lugar en la teoría del diseño porque echan luz sobre las razones del desgaste del término función y orientan el sentido de una de las críticas a la que debe someterse. La función fue el caballo de batalla del funcionalismo e inevitablemente el concepto, aunque todavía vigente, evoca a un movimiento pretérito y arrastra consigo algunas sombras nocionales. Sobre esta cuestión, es importante recalcar que la función identifica el propósito, no el efecto y como puede inferirse, se sitúa del lado de la producción y no del consumo. Es en el momento de la producción -cuando se concibe el objeto- que se definen unos fines de utilidad que más tarde serán corroborados, o no, en el uso. Puede afirmarse que la cultura del proyecto, propia de la arquitectura y el diseño, tiende a pasar por alto esta distinción y a confundir la acción con el efecto. Es decir, que no pocas veces el diseño cree “determinar” una función cuando en realidad solo la está “proponiendo”. Como acierta a afirmar el historiador y arqueólogo Vicente Lull, la función “no escribe el destino de las cosas”, “no las predestina para un fin, sino que las predispone a ser usadas para él”

Este es el tipo de equívoco que puede reconocerse con facilidad en algunas manifestaciones del funcionalismo en diseño y arquitectura. Uno de los legados menos meritorio de esta tradición consiste en la virtual anulación del usuario como sujeto receptor del diseño. El carácter imperativo de la función funcionalista se dirigía a un “hombre nuevo” que solo habitaba en la cabeza de los arquitectos. No es de extrañar que en tantas ocasiones las órdenes de la función fueran desoídas por unos usuarios reales que preferían redefinir la utilidad con su propio uso. En el campo del diseño industrial, el funcionalismo pasaría por ser un intento en pos de la disciplinarización de la vida material cotidiana que ha alcanzo sus mayores éxitos en los objetos vinculados a actividades productivas y ha cosechado fracasos notables en todas las demás áreas.
Así pues, la función puede concebirse como un imperativo, pero en la esfera del uso es solo una propuesta, una posibilidad que se puede considerar o no de acuerdo a nuestro beneficio. Evidentemente, la distinción entre determinar y proponer, no resta un ápice de fuerza a la capacidad propositiva del diseño y al poder de predisposición que ejerce sobre los objetos. Generalmente las funciones programadas para un producto corresponden a las que los usuarios ponen en práctica. Pero también ocurre que el usuario no las acepta o no le parecen convincentes e incluso que, cuando encuentra la ocasión propicia, intente escapar al control de estas funciones. Aunque estas preferencias no han sido nunca demasiado analizadas, podrían explicar la aceptación y el rechazo de no pocos productos.

En todo caso, resulta lógico que el diseñador postule funciones, dado que son estas las que dan cuenta de las motivaciones que le animan, del “para qué” de su propuesta. Lo que es erróneo, y ha contribuido a oscurecer el concepto de función, es la relación que se le atribuye en relación a la forma. Parece claro que el par dialéctico de la función es el uso y los posibles conflictos y acuerdos se dan entre estos términos. En cambio, función y forma se buscan y “se siguen” por absoluta necesidad, pero no se oponen. Además, se siguen y se persiguen en ambas direcciones y no en el sentido intransitivo que se deduce del lema funcionalista “la forma sigue a la función”. Se trata de entidades demasiado dispares para establecer la forma como efecto de una causa que es la función. En todo caso, puede afirmarse que el propósito funcional requiere de una concreción formal, y esta puede favorecer, o no, el uso. En el mismo sentido, también puede sostenerse que la voluntad de estilo se materializa en unas formas que pueden convocar, o no, nuestra atención estética. Dicho esto, reconocer la condición probable, pero no segura, que la función desarrolle una utilidad, implica un tipo de humildad que cabe considerar necesaria y beneficiosa para el diseño. En definitiva, a lo que puede aspirar el buen diseño es a imaginar el uso, para facilitarlo, no para imponerlo. Este planteamiento más amable y comedido, a menudo abierto a una elección de alternativas de uso, es el que debería animar hoy al diseñador a proyectar las funciones.

Las explicaciones dadas hasta aquí nos invitan a relacionar función, utilidad y uso no como meros sinónimos. El concepto de utilidad permite centrarnos en los objetos y analizar sus cualidades prácticas. La utilidad no nos decanta ni del lado de la producción ni del lado del consumo y no es un dominio del diseñador ni del usuario. Procediendo a su análisis podemos identificar las intenciones de unos y el grado de satisfacción de otros. Su neutralidad resulta proverbial para referirnos a las cosas y a sus competencias prácticas.

¿Pero acaso reivindicar el papel de la utilidad implica negar el de las otras cualidades de los objetos? Obviamente no. Atender solo a la utilidad sería muy poco razonable. Los objetos no solo funcionan, no solo “nos sirven” y no solo actúan como lacayos de nuestras necesidades. Desde la producción, el diseño perfila intenciones comunicativas, simbólicas o estéticas. Y desde el uso, podemos apreciar en el objeto muchas más cualidades que las que se consumen en la prestación de un servicio. Sugerimos que, con los objetos, entablamos relaciones de convivencia, de diálogo y de pugna que no se reducen a la mera manipulación de las cosas. La implicación emocional que se reclamaba en el argumento que hemos traído a colación al inicio de este artículo, es pertinente y probablemente siempre se ha dado. Su novedad consistiría en que ahora se identifica como una función y un objetivo del proyecto.

Hecho el matiz, la conveniencia de volver a poner sobre la mesa el concepto de utilidad en el diseño radica en que ésta se sitúa en el centro de algunas de las contradicciones de nuestro desarrollo social y tecnológico. No solo no es cierto que nuestra cultura material sea ajena al déficit utilitario, sino que ocurre precisamente lo contrario. Jamás como ahora la interrelación entre el hombre y su sistema artificial ha sido de tal intensidad y frecuencia. La calidad de vida es sumamente dependiente de nuestras interactuaciones con objetos y su usabilidad la condición de nuestra autonomía. Sin embargo, es un signo de nuestro tiempo que la complejidad del entorno tecnológico y la multiplicación de productos y sistemas que la acompañan implica un alto desgaste social y ambiental. Tener más acceso a la información, por ejemplo, no se traduce en que ésta nos sea útil. Ni disponer de más herramientas y electrodomésticos de cocina nos garantiza mayor competencia en la elaboración de alimentos. Sin embargo, nuestro conocimiento productivo se orienta a la innovación de utilidades aplicadas a bienes y servicios. La situación es paradójica ya que el incremento de funciones tecnológicas y prácticas desarrolla múltiples usos individuales pero no supone un mundo utilitariamente mejorado, solo más complejo y con más potencialidades. La utilidad del diseño podría ser la de mantener en diálogo estas dinámicas innovadoras de la producción con la lógica de los usos individuales y sociales, y procurar entre ambos polos aquellas reconciliaciones posibles.
Oriol Pibernat,
Comisario de la exposición

Juan Miguel Hernández León, Presidente del Círculo de Bellas Artes
Para el Círculo de Bellas Artes es un motivo de orgullo presentar, en estrecha colaboración con la Sociedad Estatal para el Desarrollo del Diseño y la Innovación –ddi–,un nuevo ciclo de exposiciones anuales sobre diseño en la Sala Juana Mordó. Este ciclo, que arrancó el pasado otoño con la muestra titulada «Valores del diseño: Cotidiano», trata de dar una entidad específica a una de nuestras salas de exposiciones a fin de convertirla en un lugar de referencia para el diseño. Con criterio y rigor se programan cada año cinco exposiciones, contextualizadas en su momento histórico, movimiento, corriente, influencias y escuela, con el objetivo declarado de enriquecer la lectura y comprensión críticas de esta disciplina por parte de un público que en su vida cotidiana ya disfruta de estas creaciones. Asimismo, las exposiciones se complementan con publicaciones, ciclos de conferencias y talleres temáticos. Bajo el título de «Valores del diseño», los temas expositivos que estamos tratando este primer año son Cotidiano, Comunicación social, Utilidad, Innovación y Proceso de creación.

La utilidad en el diseño, tercera muestra de este primer ciclo, subraya la existencia de una relación mutua entre los dos términos conceptuales del binomio. En pocas palabras, crear objetos prácticos es la razón de ser del diseño. Sin embargo, con frecuencia los conceptos de utilidad y diseño no solo no se complementan sino que parecen contraponerse.

Como nos recuerda el comisario de esta muestra, Oriol Pibernat, «la confusión se produce porque la forma se percibe como algo que atañe solo al estilo, algo distinto de la utilidad. Se olvida que en el diseño la forma concierne tanto al estilo como a la estructura técnica, a los procedimientos y materiales, a la comunicación y a todas aquellas decisiones susceptibles de transformarse en el tipo de beneficios prácticos que esperamos obtener de un producto.

En esta exposición se han seleccionado objetos de tipos, sectores y procedencias muy diversos: menaje de cocina, herramientas de ferretería, mobiliario urbano, productos de limpieza, periódicos, envases, sistemas de transporte, etcétera. Hay innovaciones que han salido al mercado hace pocos meses y otras que llevan en él más de treinta años, artículos minoritarios y productos de gran consumo, diseños de autor y diseños realizados por equipos de empresa…

Esta diversidad ejemplifica el carácter transversal que tiene la búsqueda de mejoras utilitarias en los procesos de diseño y en el desarrollo de nuevos productos».

Quiero cerrar estas líneas expresando una vez más nuestra más profunda satisfacción por esta iniciativa, que permite al Círculo de Bellas Artes ampliar su campo de actuación en coherencia con los impulsos de rigor, curiosidad intelectual y atención a las expresiones artísticas de la modernidad que caracterizan su labor.

María Callejón Fornieles, presidenta de DDI


“La utilidad es una de las principales fuentes de la belleza […] la capacidad de cualquier sistema o artilugio de alcanzar el fin para el que fue creado otorga cierta conveniencia y belleza al resultado final, y hace agradable el hecho de pensar en él o contemplarlo”

Adam Smith. The Theory of Moral Sentiments, 1759.

Entre los muchos enfoques y valores del diseño, toca ahora abordar la utilidad, que también podría referirse como honestidad y adecuación al fin; cuando los requisitos previos –prácticos, técnicos y simbólicos– se satisfacen de la manera más lógica y eficaz y, por supuesto, más humana. Nos referimos a cuando la efectividad respecto a la experiencia del usuario, la usabilidad y la relación coste-beneficio (y no sólo en términos económicos) para el cliente persiguen la excelencia.

Esta visión –tercera tras la cotidianidad y la comunicación social– nos permite insistir en un concepto evidente para los expertos, pero poco extendido ni perceptible para buena parte de la sociedad: trascender las apariencias, el mero estilismo, para entrar a comprender y valorar la esencia misma del diseño. Desde sus orígenes históricos y filosóficos en el siglo XIX, el diseño busca solucionar problemas, llegando a la esencia de las cosas, simplificando respuestas que, aun siendo acertadas, serán en su mayoría efímeras, puesto que las necesidades de los consumidores cambian, como cambian las capacidades de los fabricantes, los diseñadores, los procesos o los materiales.

La conocida sentencia “La forma es la función” –inspiradora del movimiento moderno en el primer cuarto del siglo pasado– se aproxima al centenario y, aunque incompleta, conserva buena parte de su vigencia. La forma, dimensión y apariencia deben reflejar la función a la que atienden, de no ser así resultan superfluas, cuando no incómodas o incompletas; pero no se deduzca de esto negar la forma, su estética y valores simbólicos. No olvidemos que el diseño es también un medio de transmitir valores, ya sean personales, empresariales o institucionales. Por el contrario, el buen diseño es capaz de resolver la función, ya sea en forma de silla, herramienta, medio de transporte, zapato o interfaz digital, haciendo que ambas –forma y función– sirvan a un mismo fin: hacernos la vida mejor.

Datos de Interés
La utilidad en el diseño
13 Marzo – 27 Abril
Círculo de Bellas Artes, Sala Juana Mordó.
C/ Alcalá 42 – 28014 Madrid
Horario:
Martes a sábado de 11.00 a 14.00 y de 17.00 a 21.00.
Domingo de 11.00 a 14.00
Lunes cerrado