Retrato de europeo con batalla al fondo.
Por Andrés Merino
James Fitz-James (1670-1734), hijo natural de Jacobo II Estuardo (entonces Duque de York) y Arabella Churchill, había nacido en el exilio, en la localidad francesa de Moulins. Su vida, prototipo de la propia de la alta nobleza al servicio de intereses dinásticos, transcurrió en la Inglaterra de la Revolución Gloriosa, en el entorno jacobita de los partidarios de su padre (que acabaría perdiendo el trono en 1688), en el ejército de Luis XIV de Francia, en los campos de batalla donde se decidió la suerte del trono de Felipe V de España y de nuevo en Francia, donde presenció activamente los primeros años del reinado de Luis XV. De su trayectoria vital destacan precisamente sus complicadas relaciones familiares. Precisamente uno de los hermanos de su madre, John Churchill, fue el célebre duque de Marlborough, al servicio de ingleses y austriacos. Tío y sobrino combatirían en bandos enfrentados en la contienda, lo que no evitó que mantuviesen una correspondencia personal en la que llegaron a plantear el inicio de negociaciones secretas de paz.
En un bien construido ensayo introductorio, Molas subraya varias claves personales que convierten a Berwick en modelo de servidor de intereses regios en su tiempo, como lo fueron otros personajes como el duque de Vendôme o Eugenio de Saboya. No podemos calificar sus memorias como excesivamente “psicológicas”, pues James Fitz-James parece pretender la exposición de hechos y acaso justificar con datos más o menos objetivos algunas de sus decisiones estratégicas y políticas. Pero este matiz no resta un ápice de interés a un texto verdaderamente atractivo por lo que supone como visión cercana, en primera línea, de acontecimientos que decidieron la suerte de pueblos enteros.
Nuestro protagonista forjó su capacidad militar en la reconquista de la ciudad de Buda en 1886. La toma de la capital de Hungría, hasta entonces en manos de los turcos, fue un hito en la historia militar, como lo fue al año siguiente la recuperación de Mohacs. No es extraño que Luis XIV contase con él cuando en 1701 comenzasen las hostilidades en Flandes, o que acudiera a Extremadura tres años más tarde cuando la amenaza aliada tomase cuerpo desde Portugal. En aquella ocasión apenas pudo mantener a resguardo la frontera en el Tajo, sin conseguir el pretendido avance hacia Lisboa. Pero su consagración definitiva en la historia militar europea llegó en abril de 1707, como vencedor de la batalla de Almansa, que confirmó de forma casi definitiva el trono de Felipe V y lo aseguró en los reinos de Valencia y Aragón. Molas expone de forma clara el proceso lógico que llevó al primer Borbón español a otorgar merecidas distinciones al militar, que recibió entre otros los ducados de Liria y Jérica. Berwick obtuvo los mayores reconocimientos sociales y situó a su descendencia entre las primeras familias de la nobleza francesa y española (de él desciende en línea directa, entre otros, la actual duquesa de Alba). Sus memorias demuestran que el fin de la guerra no supuso también el de su estrella política. Fue reclamado a Francia, donde tras la muerte de su mentor, Luis XIV, la complicada regencia de su bisnieto y sucesor necesitaba políticos de prestigio de acrisolada lealtad dinástica.
Cuando Berwick llegó a Burdeos en 1716, para hacerse cargo del gobierno de la región de Guyena, conoció a un jovencísimo Charles Louis de Sécondat, con el que trabó una amistad que duró hasta la muerte de nuestro protagonista, dieciocho años más tarde. Ese joven era el barón de Montesquieu, que le dedicó numerosos elogios y recomendó la edición de sus memorias sin modificar ni siquiera el estilo.
“Memorias del duque de Berwick”
Pere Molas Ribalta (ed.)
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante, 581 pág.
ISBN: 978-84-7908-915-3