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Boris I, rey de Andorra, de Antoni Morell.

Nueve días de artística estafa.

Por Andrés Merino.

El actual Embajador de Andorra cerca de la Santa Sede no es sólo diplomático, sino historiador y escritor sagaz que recrea en interesantes novelas el pasado de la vieja nación de los Pirineos. Quizá una de las más logradas sea “Boris I, rey de Andorra”, escrita hace dos décadas pero publicada ahora en castellano por Ediciones Destino, que la ha recogido en un volumen junto a otra de sus composiciones, “Siete letanías de muerte”. La primera recoge uno de los más desconocidos episodios del pasado andorrano: en junio de 1934, un aventurero ruso se proclamó soberano del principado y consiguió ser tratado como tal durante nueve días por los campesinos y labradores lugareños, hasta que fue conducido a la frontera por una patrulla de la Guardia Civil enviada desde la Seo de Urgell.

Morell nos propone el retrato psicológico de un embaucador, pero también el análisis de un pueblo entonces inculto, que se deja cautivar por primarias promesas de desarrollo económico, reafirmación nacional y fastos sin límite. A través de descripciones sencillas, casi primarias, conocemos a un maestro en el arte de la estafa, capaz de envolver sueños en papel de periódico y de rodearse de una parafernalia básica que le acerca y le aleja a la vez de sus pretendidos súbditos. Hablamos de un arte, porque aunque el autor no ha optado por detenerse en el extraño ambiente de los treinta, con cientos de rusos exiliados recorriendo el viejo continente afirmando descender de las mejores familias reales o nobiliarias y muchos más miles de europeos dispuestos a creerles, sus páginas destilan la descripción de un calculado procedimiento de embustes. Son mentiras tan aparentemente bien construidas que llegan a hacer pensar que Boris de Skossyreff las creyó de verdad. Quien escribe estas líneas tuvo ocasión de hablar una vez con alguien que se presentó como Sergio Jesús de San Marcelo y Vassallo-Paleólogo (con dos eses) y sostenía descender del último soberano de un supuesto reino de Epiro, que afirmaba constituido al sur de Albania tras la primera Guerra Mundial. Que pretendiera con ello obtener la suscripción gratuita de una revista cultural despertó primero una sonrisa, pero al oír que desempeñaba desde su residencia en una localidad de Zamora la Regencia en el exilio el desconcierto fue mayúsculo.

Quizá sin pretenderlo, Morell trazó al escribir su Boris I un conjunto de síntomas a medio camino entre la patología psicológica y las más depuradas capacidades de manipulación humana. Sólo desde esas premisas se entiende la magnífica descripción de la entrada-comedor de la posada en el que el autoproclamado monarca andorrano se alojó, para a continuación convencernos de que el reducido espacio quedó convertido de aquellas nueve singulares jornadas en todo un salón del trono. El engaño como arte, en todos sus pasos: lograr la confianza, presentar supuestos avales dinásticos para la reclamación de una corona, avanzar un formidable programa de progreso económico, anunciar sustanciosos apoyos internacionales…

Al final, el informe policial detallado, realizado tras la detención del aventurero, no deja lugar a dudas sobre la consistencia de sus pretensiones. Imaginen, como nos recuerda el libro, la cara del funcionario que tecleó, en aquellas máquinas de escribir “No desiste de apoderarse de Andorra y dice que si Francia se opone, Inglaterra y Norteamérica harán a su favor una demostración naval en el Mediterráneo”. No se hable más, pero lean el libro si quieren pasar un buen rato.

“Boris I, rey de Andorra”.
Antoni Morell.

Barcelona, Ediciones Destino, 219 pág.