Santo Tomás Moro

o el arte de escribir


Por Andrés Merino

Sólo una pequeña parte de las cartas que firmó Santo Tomás Moro han llegado hasta nosotros, pero es suficiente para conocer las más íntimas inquietudes de uno de los principales humanistas del Renacimiento. La lingüista italiana Anna Sardaro ha analizado la mayor parte de ellas, ofreciendo un estudio general lleno de interés, al que siguen veinte de las epístolas en su idioma original –latín o inglés- y su correspondiente traducción al castellano.

El comienzo del volumen incluye ya una relevante precisión terminológica. En el lord Canciller de Inglaterra no podemos hablar propiamente de un “epistolario”, al modo de los preparados con esmero por su amigo y coetáneo Erasmo de Rótterdam, siempre consciente de que escribía para la posteridad. Tan sólo puede emplearse el término recopilación, porque el político nunca tuvo interés de editar sus cartas con fines estilísticos o literarios, sino que fueron otros los que reunieron las que fue posible encontrar después de su muerte. Pero eso no quiere decir que pueda plantearse un acercamiento a fondo de su contenido y estilo, que permite afirmar con solidez que entronca directamente con el modelo de Cicerón. La correspondencia de Moro se recrea en un universo de inmediatez y confidencia personal, que nace de una confianza ya asentada o de la voluntad de que reine en quien la recibe. Puede dirigirse a Enrique VIII o a su sucesor en la privanza del monarca, Thomas Cromwell, para expresar hábilmente fidelidad al Estado junto a una firme reivindicación de lo verdadero y lo justo. Puede escribir a sus hijos, exhortando a su esfuerzo y formación en los clásicos –un auténtico avanzado que consiguió que las mujeres de su familia leyesen en latín y escribiesen correctamente en la lengua ciceroniana-, para dedicar a continuación tiernos elogios de padre de familia satisfecho.

Es difícil seleccionar las “mejores” epístolas del patrón de los políticos. Quizá las que firmó en sus últimos años, ya retirado o prisionero en la Torre de Londres, tienen la impronta de ser líneas escritas por quien no tiene ya nada que perder pues ha ganado todo: la solidez de conciencia. Pero hay cartas anteriores, como la dirigida a la Universidad de Oxford, el 29 de marzo de 1518, defendiendo el cuestionado estudio del griego, cuya lectura es la comprobación deliciosa de un prodigio de sutileza y energía argumental. Moro es consciente de la necesidad de defender los estudios clásicos, de la importancia del estudio de la Biblia y de los Santos Padres sobre sus textos originales, y manifiesta como mejor sabe, presentándose como un humanista más, sin ofender personalismos, con inteligente ironía.

Como bien recogió la mejor película filmada hasta hoy sobre nuestro personaje, “Un hombre para la eternidad” (Fred Zimmerman, 1966), fue Margaret Moro la persona más cercana en lo espiritual –quizá incluso en lo cultural- a su padre. Casada con Tomas Roper, recibe los consejos de un hombre cuyo final sabe cercano. Pero en medio de las confidencias, Moro, consciente de la revisión completa, por parte de sus carceleros, de todo texto escrito o dirigido a él, deja bien sentados los más aleccionadores criterios de libertad de conciencia. En definitiva, de la más excelsa libertad humana.

FICHA TÉCNICA
“La correspondencia de Tomás Moro.
Análisis y comentario histórico-crítico”
Anna Sardaro
Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 297 págs.

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