Diversas ocupaciones nos han mantenido alejados de estas páginas pero queremos dedicar unas líneas al teatro con motivo de la convocatoria del I Premio Valle-Inclán que se fallará el próximo día 26 a la sombra del diario El Mundo y bajo la presidencia en el jurado de Francisco Nieva. Hoy nos ha parecido interesante el reportaje que publica en este diario Quico Alsedo sobre las cifras del teatro. Así a primera vista la eterna crisis del teatro que es el sambenito de las candilejas parece haberse superado si tenemos en cuenta los 13,4 millones de espectadores de 2005, ya que aún no se han hecho públicos los datos de 2006. La trampa estriba en que los cuatro espectáculos más taquilleros son musicales, que es como si asistiéramos a un casting de Fama en sus múltiples versiones, sólo que en pantalla grande. En taquilla se recaudaron 160,8 millones de euros, con un incremento del 16, 8 por 100 sobre el año anterior. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo ya que el 40 por 100 de lo recaudado corresponde a los musicales citados y a la postre el resto de los espectadores se repite en cada función de forma que la gente se saluda como si fueran viejos conocidos. Puestos a echarle imaginación el Ministerio de Educación podría apostar por introducir algún aliciente para que estudiantes y profesores vieran y participaran en más obras de teatro. Ya que acaban de suprimir el cero en las notas y puestos a dar facilidades podrían subir al 2 o al 3 si los alumnos leen o representan alguna obra o al menos si llevan los resguardos de haber ido al teatro en vez de hacer botellón. Ahí tiene también un reto importante el nuevo director general de RTVE. Programar teatro en horarios de máxima audiencia no es un suicidio en el share y aunque lo fuera para eso es un servicio público. Otra cosa es que los programadores se empeñen en presentar obras tediosas, políticamente correctas pero mortalmente aburridas. Si la ficción española triunfa porqué no probar con el teatro. Las generaciones del último tercio de siglo XX todavía añoran “Estudio I”. Las generaciones del siglo XXI creen que Lope de Vega es el nombre de un cine, Quevedo una plaza de Madrid y Tirso de Molina una estación de metro.

Artículo anteriorCnal abierto, el azar en el arte contemporáneo
Artículo siguienteAdquisiciones en ARCO 2007 de la Fundación Coca-Cola España