Carlos III era para sus contemporáneos «el Trajano que hoy rige España», en expresión del diplomático e ilustrado José Nicolás de Azara. Y, en virtud de ese paralelismo la imagen de aquel emperador romano, e hispano, protagoniza el techo pintado por Anton Raphael Mengs en la Saleta del Palacio Real de Madrid donde el rey daba audiencia y comía: así el soberano quedaba aureolado por las virtudes de Trajano personificadas en la bóveda «para manifestar las que son propias de un perfecto Príncipe», y desde su posición el monarca podía contemplar en el otro extremo de la sala «el Templo de la Inmortalidad, y el coro de las Musas, ocupadas en celebrar sus glorias», como describió Antonio Ponz.

Soberano ilustrado y, como tal, mecenas de las artes, el monarca constituye el referente más indiscutible en la fértil relación que han mantenido la Corona y la Cultura en España durante la Edad Moderna. Su gobierno, además de las grandes obras públicas que promovió, supuso la intervención estatal en aspectos estéticos a una escala amplia y variada. Pero sin duda donde con más claridad se perciben tales innovaciones es en el propio entorno del monarca, en el arte cortesano creado bajo su directo mecenazgo.

Estas obras artísticas, que servían para la vida cotidiana del rey y su familia, estaban pensadas tanto para fines funcionales, como ornamentales y representativos: su calidad, su magnificencia y suntuosidad, su tono cosmopolita constituían toda una declaración de poder. Expresaban no sólo la majestad del rey, sino la de la vasta monarquía simbolizaba en su persona. En sus palacios –tanto el de Madrid como el de los cuatro sitios reales donde la corte pasaba cada estación del año- se expresaba esta alianza entre el poder y la ilustración mediante todas las bellas artes: la pintura con figuras como Giambattista Tiepolo, el ya mencionado Mengs y todos sus discípulos españoles, entre ellos el incipiente genio de Francisco de Goya; las artes decorativas merced a las Reales Fábricas de tapices, de porcelana y piedras duras, de cristales y de relojes, y a los talleres dirigidos por diseñadores como Mattia Gasparini.

Reconocibles aún en los palacios, pero en gran medida dispersas en nuestros días, debido a la misma evolución de la vida cortesana y a los avatares históricos, las obras ornamentales creadas para expresar la magnificencia de Carlos III constituyen uno de los tesoros culturales más deslumbrantes de nuestra Historia Moderna. Así, Patrimonio Nacional plantea en esta exposición aquí una nueva lectura y puesta en valor de esta página esencial en el acervo histórico-artístico español.

La exposición se estructura en las siguientes secciones:

Sitios Reales

Las residencias del soberano son su escenario y a la vez su retrato. Durante sus casi treinta años de reinado, Carlos III cambió sustancialmente el Palacio Real de Madrid y todos los Sitios Reales, de modo que su paso fue decisivo para todos ellos. Mantuvo el ritmo estacional que ya sus padres seguían en las «jornadas» en los Reales Sitios, pero promovió que en estos se edificasen poblaciones donde quienes siguieran a la corte pudiesen encontrar acomodo.

Le gustaba edificar y entendía la magnificencia en las fábricas y en la decoración de sus palacios como algo inherente a la soberanía; pero sobre todo, le apasionaba la caza y la vida de campo, que —decía— le salvaban de la melancolía que había afectado a su padre y hermanastro; era muy familiar y deseaba que sus servidores estuvieran cómodos. Estos rasgos contribuyen a explicar cuanto hizo en los Reales Sitios y sus palacios.

Junto a otros espléndidos lienzos del veduttista italiano Antonio Joli, se expone por primera vez la Vista del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, recientemente adquirida para las Colecciones Reales del Patrimonio Nacional.

El Real Dormitorio de Carlos III

El dormitorio de Carlos III en el Palacio Real de Madrid constituía un gran conjunto decorativo neoclásico realizado entre 1762 y 1772. Su principal artífice fue el pintor Anton Raphael Mengs, que desarrolló un programa que equilibraba la pintura, de tema religioso, y los grutescos con los que la tapicería animaba y daba calor a las superficies.

Situado en el salón ahora llamado de Carlos III –donde el rey murió–, el dormitorio era escenario de algunos rituales básicos en la vida de corte y de los encuentros familiares más distendidos: el sumiller de corps, jefe del real servicio a quien estaba reservada la «primera entrada», despachaba aquí con el rey el orden de la Casa a primera y última hora del día; aquí, antes de la comida algunos días, y todos después de la caza, se reunían con el rey todos sus hijos, y aquí hacía sus devociones matinales y vespertinas.

Con esta ocasión se ha reunido ahora la decoración íntegra de esta estancia, tanto de sus conjuntos pictóricos como de los suntuosos textiles que revestían el dormitorio real.

Los Tipos Populares de Lorenzo Tiepolo

Entre las obras más diestras y originales de todo el siglo XVIII, se encuentran doce obras realizadas por el menor de los hijos de Giambattista, utilizando la delicada técnica del pastel. Lorenzo Tiepolo supo reflejar en ellas con eficacia y verismo una variedad de tipos populares del Madrid de la época, vendedores, militares, gente del pueblo llano y alguno, al parecer, en posición más desahogada si atendemos a la indumentaria y a los accesorios.

Este conjunto no ha sido expuesto completo desde 1946.

La Pintura mural

Los principales empeños decorativos de Carlos III estuvieron concentrados en el Palacio Real Nuevo de Madrid, en la ambiciosa campaña impulsada a su llegada, que incluía como obligación ineludible cubrir con pintura al menos parte de tan notable conjunto de bóvedas, contribuyendo de este modo a realzar la imagen de la Majestad en la sede oficial de la Corona.

La actividad de los fresquistas se extendió posteriormente a otros palacios. Así, en el periodo carolino se realizaron frescos en el Palacio Real de El Pardo, en la Colegiata de La Granja de San Ildefonso y en la ampliación del Palacio Real de Aranjuez. La exposición presenta dibujos y bocetos de varios de estos frescos, como los de Corrado Giaquinto, Anton Raphael Mengs, Francisco Bayeu y Mariano Salvador Maella.

En este gabinete se exponen fundamentalmente bocetos y estudios de pinturas murales desaparecidas o fuera de la visita pública, completándose su visión con la contemplación in situ de los frescos definitivos en los salones del propio Palacio Real de Madrid.

El Rey «de monte en monte»

Para escapar de la melancolía hereditaria, Carlos III estimó que el mejor remedio era «huir la ociosidad y estar siempre empleado, y en acción violenta en lo posible». Es decir, cazando. «Si muchos supieran lo poco que me divierto a veces en la caza me compadecerían más de lo que podrían envidiarme esta inocente diversión».

La práctica de la caza contribuye a explicar que solo viviese en Madrid ocho semanas al año y el resto en el campo, donde «la libertad que gozaba era más conforme a su genio, pues podía salir fácilmente y sin séquito a caza por la mañana á los jardines». Fernán-Núñez, que cuenta todo esto, añade: «Había sido en su niñez muy rubio, hermoso y blanco; pero el ejercicio de la caza le había desfigurado enteramente, de modo que cuando estaba sin camisa, como le vi muchas veces cuando le servía como su gentil hombre de cámara, parecía que sobre un cuerpo de marfil se había colocado una cabeza y unas manos de pórfido».

Chinoisseries

La fascinación por las chinoisseries se plasmó en algunas decoraciones del reinado de Carlos III, en las que jugaban un papel esencial los llamados «pequines», finos tejidos de seda pintados al temple, bien con adornos vegetales y florales, bien con escenas historiadas de personajes chinos. Con este tipo de telas se confeccionaban tanto las colgaduras de verano para paredes, cortinas y camas de los dormitorios de las personas reales, como las de los gabinetes privados del propio monarca. Estos tejidos se adquirieron a través de la Compañía Sueca de las Indias Orientales y del Galeón de Manila, aunque también en algunas ocasiones, fueron imitados en España con gran habilidad. Los elementos de porcelana china o japonesa podían completar la decoración de estas salas para crear un ámbito decorativo homogéneo de carácter oriental.

Se exponen en este gabinete algunas piezas únicas por su rareza y calidad, no expuestas habitualmente por razones de conservación.

Reales Fábricas

La magnificencia de Carlos III se muestra en las producciones de sus Reales Fábricas, tanto en la de porcelana del Buen Retiro creada por él, como en las que fundó su padre y que alcanzaron su apogeo durante su reinado: la de tapices en Madrid, y la de cristales en San Ildefonso (Segovia). En esta última se producían espejos «de un tamaño seguramente único en Europa» que sorprendía a los viajeros contemporáneos.

La práctica de vestir los muros de las residencias invernales con tapices fijados a las paredes -con series enteramente nuevas realizadas para cada habitación sobre modelos encargados a un único pintor- produjo una completa renovación estética cuyo máximo exponente fue Francisco de Goya.

La exposición presenta reunidos por primera vez los tapices realizados para la «pieza de comer» de Carlos III en Palacio Real de El Pardo, cuyos conocidos cartones fueron realizados por Goya entre 1786 y 1788. Estos tapices nunca llegaron a instalarse de manera conjunta, pues a la muerte del soberano fueron trasladados a diversos emplazamientos.

Las porcelanas de la Real Fábrica de Su Majestad Católica

El Real Sitio del Buen Retiro, en Madrid, fue el lugar escogido por el rey para establecer la Fábrica de porcelana que hizo trasladar desde Capodimonte en 1759, con todos sus materiales y operarios. La continuidad entre la real manufactura creada por Carlos en su reino italiano y la producción temprana de la madrileña se manifiesta en el magnífico Gabinete de porcelana del Palacio de Aranjuez.

El Real laboratorio de piedras duras, inspirado directamente en los talleres florentinos del Gran Duque de Toscana, también fue instalado por el rey en el edificio de la Fábrica de porcelana, en las cercanías de la actual fuente del Ángel caído, y destruido durante la guerra napoleónica.

Carlos III y los talleres reales

El impresionante retrato de Carlos III en toda su majestad realizado por Mengs y regalado por el monarca al rey de Dinamarca preside la sala en la que se despliegan las artes decorativas realizadas en los talleres reales españoles. Se trata de un cuadro de excepcional calidad y belleza, nunca antes visto en España y muy poco conocido, a pesar de ser una de las obras cumbre indiscutible de la retratística regia, ya que sufrió importantes deterioros en sendos incendios ocurridos en los palacios reales de Christianborg (1794) y Frederiksborg (1859), que se presenta ahora tras la magnífica restauración realizada con motivo de la exposición.

El diseñador veneciano Mattia Gasparini había realizado en Portici obras de un estilo rococó chinesco muy del gusto de la reina María Amalia. En Madrid, recibió el encargo de revestir con una ornamentación magnífica y unitaria la Cámara del soberano y sus inmediatos tres despachos, o «gabinetes de maderas de indias», cuyos panelados de madera eran de rica marquetería con bronces dorados.

El conjunto constituye una de las obras maestras del rococó europeo, aunque su realización a partir de 1760 resulte tardía en comparación con sus modelos Luis XV. Gasparini organizó y dirigió un taller de ebanistas alemanes y otro de bordadores, cuyas actividades se prolongaron durante el reinado de Carlos IV ya bajo las pautas estilísticas de Ferroni, quien empezó siendo broncista a las órdenes de Gasparini y acabó por sucederle como «adornista» en 1774.

La muerte del Rey

Carlos III muere el 14 de diciembre de 1788, su capilla ardiente fue instalada en el Salón del Trono del Palacio Real Nuevo de Madrid. Según la etiqueta de la Casa de Austria, se desmontó la decoración habitual del salón y se cubrieron las paredes con una de las tapicerías más emblemáticas de las Colecciones Reales, probablemente la de La conquista de Túnez por Carlos V, que se colgaba habitualmente en el antiguo Alcázar en las capillas ardientes de reyes y reinas. Se instaló un estrado ricamente alfombrado, sobre el que se situó un dosel y bajo este una cama imperial y, en los laterales, blandones de plata. Además, se montaron siete altares para decir misas de continuo por el alma del monarca. La tradición exigía que la capilla fuera pública, permitiendo la entrada a «todas las personas, de ambos sexos, sin distinción de clases que quisieron ver a S. M. Difunto».

Así, se evoca ahora la instalación del túmulo regio en el Salón del Trono, que se usó por primera vez con este fin para la exposición del cuerpo de Carlos III.

COMISARIOS: Pilar Benito, Javier Jordán de Urríes, José Luis Sancho

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