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Cambio de luces. Ilustración española de los Setenta, en el Museo ABC

Por primera vez, una exposición recoge el trabajo de un grupo de artistas españoles que devolvieron la modernidad a la ilustración. Cinco mujeres y seis hombres que revolucionaron con lápiz, gouache y acuarela el dibujo español. Esta no es una exposición de ilustradores infantiles, aunque pueda parecerlo. Con esta contundente premisa

Felipe Hernández Cava, comisario de la muestra, inicia un recorrido por una década donde la modernidad vuelve a la ilustración española. También en los setenta, en España se desarrolla una revolución. Eso sí, en este caso los protagonistas iban armados con rotuladores, lápices y acuarelas.

«Esta es una exposición de once de los mejores ilustradores españoles de los años setenta del pasado siglo, que modificaron el rumbo general del dibujo español y volvieron a sintonizar plenamente con una modernidad con la que, por razones políticas, no habíamos podido mantener hasta ese momento un diálogo fluido», aclara Hernández Cava.

Cambio de luces. Ilustración española de los setenta reinvidica el trabajo de una generación de ilustradores que la crítica ha reducido, en algunas ocasiones, a grandes dibujantes para niños, ocultando el hito irrepetible que supuso en aquellos momentos el uso de un nuevo lenguaje, de una nueva estética, de un nuevo discurso. En aquellos años Hernández Cava –que es parte, también, de la historia de la ilustración española– elaboraba guiones de historietas y fue testigo de primera fila de la revolución que los protagonistas de esta muestra estaban a punto de hacer estallar.

La muestra es la primera gran exposición sobre la ilustración de los 70 y reúne 114 obras, de 11 artistas que no constituyeron en ningún momento un grupo totalmente homogéneo, y al que tampoco podemos referirnos como una escuela.

Aunque cada uno se valió de un lenguaje propio, sí compartieron algo más que un momento de nuestra historia –los últimos años del franquismo y los primeros de la transición hacia la democracia– y un contexto influenciado por la eclosión del arte pop que, en mayor o menor medida, se reflejó en su trabajo.

Es una generación de ilustradores que no tuvo miedo al compromiso social y político en una época convulsa; que contó con la suficiente preparación y destreza técnica para responder a las líneas internacionales en auge, superando a menudo a sus referentes; que reivindicó su papel profesional desde la humildad de sentirse artesanos del lápiz y la acuarela, y que se mostró especialmente sensible a los nuevos modelos educativos.

SOBRE LOS ILUSTRADORES, POR FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

José Ramón Sánchez (Santander, 1936)
El más claro adelantado de la estética manifiestamente pop en la ilustración española y, sin duda, el que mayor reconocimiento popular alcanzó de todos los de su generación. Casi todo lo aprendió de su trabajo como animador, desde la brillantez de los colores —acentuada por la utilización de los acetatos— hasta su sentido de la planificación y de la ilusión del movimiento.

Fina Rifà (Palma de Mallorca, 1939)
Su concepción de la expresión plástica estuvo siempre muy determinada por sus preocupaciones docentes y teóricas, muchas e importantes, acerca de ensayar las mejores fórmulas gráficas al servicio de los diferentes contenidos con que trataba, sacrificando a menudo cualquier impronta personal que dificultara ese fin comunicativo. Es imposible interpretar el desarrollo de la ilustración en Cataluña en posteriores décadas sin tener en cuenta su tarea.

Pilarín Bayés (Vic, Barcelona, 1941)
Su mérito consistió en fijar los estereotipos amables del nacionalismo catalán, para lo que se sirvió con gran acierto de escenas multitudinarias y ricas en detalles —muy presentes, aunque con otras estéticas, en la tradición de algunos de los grandes dibujantes de otros tiempos, como Opisso—; un espejo en el que se verían reflejadas varias generaciones. Ese estilo la distanció, sin duda, de la mayor parte de sus compañeros de generación, pero, a mi entender, acabaría enlazando con algunas de las miradas más significativas de la posmodernidad de los ochenta.

Asun Balzola (Bilbao, 1942-Madrid, 2006)
Sin la menor duda, fue una de las grandes figuras de la ilustración española de todos los tiempos. Su dominio de la acuarela —una técnica que le vino exigida en parte por sus problemas físicos para sostener mucho tiempo el pincel y a la que confería unas inusitadas transparencias— y su destreza para extraer todas las posibilidades poéticas del blanco de sus dibujos así lo confirman. También destacó por su plumilla, casi evanescente y discontinua.

Manuel Boix (L’a Alcudia, Valencia, 1942)
Fue uno de los primeros pintores propiamente pop con que contamos en España, un arte que en Valencia arraigó con especial fuerza. Pero su interés por lenguajes más alegóricos, expresados a través de un gran despliegue formal, le fueron alejando de un medio —la ilustración— en el que la exploración de sus recursos estaba un tanto tasada por la necesidad de establecer una plena y rápida comunicación con los lectores.

Miguel Calatayud (Aspe, Alicante, 1942)
Ha sido el adalid de un pop netamente mediterráneo en la utilización de sus gamas cromáticas y practicó en sus dibujos un abigarramiento que obedecía a su interés por conferir el máximo de narratividad a cada uno de ellos. Su dominio de la línea y sus juegos con la perspectiva crearon auténtica escuela en una serie de historietistas valencianos de la generación siguiente (como Torres, Sento, Mique Beltrán o Micharmut).

Luis de Horna (Salamanca, 1942)
Intuyó con una década de antelación la renovación que habría de llegar al mundo de la ilustración española, gracias a su interés por lo que se estaba dirimiendo en el mundo de las Bellas Artes y del diseño. Y, con una estética totalmente personal —que bebía por igual de la precisión de los Beatos o del primer y mejor pop—, sumada a una capacidad inusual para interpretar la poética de los textos, fue un referente que decidió, sin embargo, colocarse en una posición distante de los centros neurálgicos de la edición.

Miguel Ángel Pacheco (Miguel Fernández-Pacheco) (Jaén, 1944)
Fue un maestro de la línea —una suerte de nuevo renacentista florentino— que dominaba todos los aspectos del diseño gráfico, en el que destacó también durante la década de los setenta. Y esa condición de artista total y único es la que le permitió entender como pocos el proyecto renovador que se estaba produciendo en el ámbito internacional, aunque yo creo que su verdadera vocación era la de escritor, a la que con el tiempo terminaría dedicándose en cuerpo y alma.

Karin Schubert (Potsdam, Alemania, 1944)
Aportó a la ilustración española una mirada diferente, ajena a nuestra tradición, y a menudo emparentada con los dibujantes orientales. Su estilo, rotundamente pictórico y con un elegante sentido de la composición, se iría «barroquizando» a medida que avanzó la década. Ya entonces se advertía su interés por el paisaje como componente esencial de su narrativa.

Carme Solé Vendrell (Barcelona, 1944)
Su impronta consistió en una depuración de la estética hasta dar con matices y trazos de una extrema sensibilidad que respondiesen orgánicamente a su concepción de la ilustración como herramienta mediante la que manifestar su compromiso con una sociedad que tiende a la exclusión de los más débiles. Y, a diferencia de otros creadores catalanes —cuyos presupuestos resultaron demasiado rehenes de su localismo—, ella logró universalizar su discurso gráfico.

Ulises Wensell (Madrid, 1945-Madrid, 2011)
Posiblemente fue uno de los ilustradores plásticamente más versátiles de su generación, un creador que sacrificó a menudo el tener una identidad estilística individualizada para servir al texto con todas sus potencialidades, que resultaron deslumbrantes en lo cromático y sorprendentes en el dominio de la línea. Sus múltiples estilos y, sobre
todo, su capacidad para recrear el intimismo, influirían en varios ilustradores de las siguientes generaciones

EXPOSICIÓN 9 OCT 2015 — 7 FEB 2016