Si uno observa detenidamente un grabado como La liebre de Durero lo menos que puede pensar del maestro alemán es que hizo del perfeccionismo en el arte una norma de conducta. Cada pelo de la piel del animal está trazado con una delicadeza tal que es fácil concluir que en aquél 1505 su autor dedicó un tiempo significativo para algo más que el estudio de la anatomía del mamífero, alcanzando un preciosismo detallista sublime. ¿Cuántos de grandes pintores han llegado a nuestros museos por alcanzar grados de perfeccionismo… patológico? Tradicionalmente, la búsqueda radical de la excelencia, el éxito en la obra final, o en cada faceta de la vida, ha sido considerada como un positivo encauzamiento de la fuerza de voluntad. Pero, ¿cuándo se traspasa la sana orientación hacia lo mejor, lo positivo, hacia una búsqueda obsesiva, un comportamiento neurológico, hacia el perfeccionismo? A tan interesante cuestión han dedicado un ensayo el médico cordobés Manuel Álvarez Romero y el psicólogo coruñés Domingo García-Villamisar, con el título “El síndrome del perfeccionista: El anancástico”.

Aunquela RealAcademiano define el segundo de los términos, sí lo hacen las guías internacionales de enfermedades o trastornos patológicos, por lo que no sería en absoluto extraño que, dada su procedencia directa del griego clásico, la palabra acabase incorporándose directamente al castellano. Y lo hará porque “anancasticismo” define precisamente el aspecto más doloroso de la psicología de quien se ve empujado sin auténtica libertad, sin capacidad total de elección, a la búsqueda, a veces con dolor personal, rigor e incomprensión, de lo perfecto. Es verdad. Recuerden si han pronunciado u oído decir: “Si quieres una cosa bien hecha, hazla tu mismo”. Piensen en si por sistema se fijan o marcan a otras personas metas no razonables. Si luchan por objetivos sin reparar en consecuencias negativas adversas… Todo ello, con una autocrítica constante, competitividad extrema, constante necesidad de aprobación externa, puede confluir en un diagnóstico que para los autores es de evidente síndrome perfeccionista. Como el que puedo sobrevenir a no pocos artistas. No es extraño que la lectura de un ensayo que recorre aspectos patológicos de un calibre así haga una buena parada y fonda en la infancia. La inmensa mayoría de los anancásticos recibieron su título y avituallamiento en un injusto trato paterno. En progenitores que probablemente les hicieron ver que el amor se conseguía después de logros perfectos, sin error. De padres extremos: tan rígidos ante los defectos, o tan blandos y protectores que expresaron su miedo ante los fallos que sobreprotegieron a sus vástagos imprimiendo en psicologías sin formar lo vergonzoso que sería tener cualquier desviación en el futuro. Qué oberturas para cuántos dramas.

La inclusión de dos largos capítulos con indicadores de perfeccionismo en la vida cotidiana es de un realismo abrumador, porque cualquier lector encontrará en cada párrafo un rasgo bien conocido en alguien cercano. El drama continúa, porque un perfeccionista es siempre el último en enterarse de que lo es. Pero la seriedad de los síntomas, si es que hasta estas páginas algún lector continúa trivializando lo que considera un mero conjunto de rasgos de personalidad singular,  se convierte en gravedad cuando alcanzamos las descripciones dedicadas al ámbito clínico. No son pocos los trastornos psicosomáticos asociados al anancasticismo (fibromialgia, síndrome de fatiga crónica e incluso depresión). Pero los autores proponen vías de solución, de las que destacan dos de especial atractivo: la de la propia superación que se propone al afectado en base a la superación del autocontrol, un camino sugerente en una sociedad como la actual, libertaria pero en absoluto libre, y la que quiere facilitar la convivencia a quienes comparten su vida con un perfeccionista. Verdaderamente, uno de los libros más originales sobre el arte de superar los problemas que se han escrito últimamente.

Andrés Merino Thomas

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“El síndrome del perfeccionista. El anancástico”

Manuel Álvarez Romero y Domingo García-Villamisar

Córdoba, Almuzara, 319 pág.

ISBN: 978–84–96710–65–8    

 

 

 

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5 COMENTARIOS

  1. Sin intención de parecer anancástica debo hacer dos correcciones: la famosa liebre de Durero no es un grabado, es una acuarela, y la dibujó en 1502, no en 1505.
    Un saludo

  2. «superación del autocontrol»… eso en manos de un perfeccionista, ¿no podría convertirse en control del autocontrol?

  3. El libro es demasiado moralista. Deja de ser ensayo para expresar opiniones de los autores y no tratan el problema como un condicionamiento negativo en la vida y el desarrollo personal, mezclando incluso temas religiosos y frases no apropiadas para lo que se supone en un libro de estas caracteristicas. Es bastante decepcionante.

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