El IVAM, que acoge una parte esencial del legado de Julio González, revisa la obra de Roberta González en la mayor muestra antológica que se le ha dedicado a la artista. La exposición Roberta y Julio González, que reúne 108 obras, abarca desde los primeros dibujos de Roberta en los que se reflejan las enseñanzas paternas, hasta los últimos cuadros en los que brilla su plena autonomía plástica. Las pinturas y dibujos de la artista envuelven las esculturas de su padre, Julio González, en las salas que el museo le dedica permanentemente.

El recorrido de la muestra comienza por el final, con los formatos grandes de la etapa de madurez de Roberta González. Las siguientes salas abordan las recurrentes cuestiones temáticas, como los torsos, las máscaras o el tema de Leda, que fueron vertebrando el trabajo de Roberta hasta su muerte en 1976. Las esculturas de torsos, cabezas o mujeres sentadas de Julio González en estas salas subrayan el origen de las inquietudes estéticas de Roberta. Sin embargo, la influencia paterna es más evidente en la última sala, donde las esculturas de Julio González coinciden cronológicamente con los dibujos, pasteles y gouaches de los inicios de Roberta González.

Roberta González (1909-1976) fue el último eslabón de una familia de artesanos y artistas catalanes afincados en París que tuvo en Julio González su miembro más destacado. Como hija suya, preservó y difundió el legado de su padre. Sin embargo, no sólo asumió con gran responsabilidad la custodia de un conjunto escultórico excepcional, sino que compaginó esta tarea con una trayectoria artística propia.

Su padre, Julio González, influencia fundamental
Se educó en un ambiente familiar propicio para dedicarse por completo al arte, un entorno de autosuficiencia creativa, siempre rodeada de artistas como Picasso, Torres-García, o Brancusi. Alumna de la Academia Colarossi, las primeras obras se inscriben bajo una estricta influencia paterna que, con la insistencia en la observación del natural, marcaría el desarrollo de su propio estilo a lo largo de toda la vida. En el taller de su padre conoció, en 1937, al joven pintor Hans Hartung, uno de los impulsores de la abstracción en Europa, que se convertiría en la segunda referencia fundamental en la obra de Roberta, a la vez que en su marido.

Se ha dicho que Roberta González fue una artista que vivió entre dos mundos. Su trabajo discurrió entre los polos aparentemente antitéticos que representaban su padre y su marido. Entre la referencia necesaria a la naturaleza y las posibilidades expresivas de la abstracción, Roberta  González sintetizó un lenguaje plástico rico en recursos, muy sugerente, fuertemente experimental y profundamente personal. Se trata de una propuesta sincrética que permite conciliar las tensiones entre abstracción y figuración, una manifestación propia del momento histórico que resulta esencial para comprender mejor el amplio panorama del desarrollo del arte abstracto a mediados del siglo XX.

Sin embargo, las circunstancias históricas y los acontecimientos autobiográficos limitaron sustancialmente la difusión de su obra. Asímismo, la sombra de Julio González y la de Hans Hartung han eclipsado de forma reiterada el alcance de las aportaciones que hizo Roberta González al desarrollo de la pintura de su momento. Las exposiciones póstumas realizadas hasta la fecha han ofrecido visiones muy parciales o la han destacado insistentemente en el contexto familiar. El IVAM propone ahora la exposición antológica más completa dedicada a esta artista; por primera vez, se invierte el orden y es Julio González quien acompaña a Roberta.

Roberta y Julio González
Del 14 de marzo al 17 de junio
IVAM, Instituto Valenciano de Arte Moderno
Calle Guillem de Castro, 118
Lunes y martes, de 10.00 a 17.00 horas
De miércoles a domingo, de 10.00 a 20.00 horas
Entrada general, 2 euros
Domingos, entrada gratuita

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