La histórica muestra que este invierno acoge, en el Museo del Prado, una inabarcable representación de obras del Hermitage supone un desafío para sus visitantes. Son tantos etapas artísticas las representadas, tantos los maestros y estilos, que ni siquiera a los más pacientes les es posible un recorrido uniforme por las salas. Quien conoce el mejor museo ruso, el afán enciclopédico de los zares coleccionistas que lo impulsaron, quizá pueda escoger una sección. Pero es justo reconocer que la impresión de un “Prado dentro de otro Prado” no resta un ápice de mérito a la excelencia estética reunida. Proponemos detenernos en un óleo sobre lienzo pintado a punto de concluir el siglo XVI, por uno de los artistas más preciados del clasicismo. Hablamos de Anníbale Carraci, el boloñés que en el Renacimiento tardío que se enfrentó con cierta fortuna, al menos en Francia e Inglaterra, al manierismo y a Caravaggio, enfant tèrrible tenebrista que se impuso en los gustos alemanes y españoles.

Nuestro cuadro es verdaderamente evocador: Las santas mujeres ante la tumba de Cristo resucitado. La forma en que el pintor ha dispuesto la composición no es precisamente sencilla. La escena, aunque corresponde a la Sagrada Escritura, no se adapta a la costumbre hebrea del sepulcro excavado en roca, normalmente sellado con una piedra en forma circular. Precisamente la losa, levantada, sirve para enmarcar la visión de los cuatro personajes, acogidos por un enorme árbol aún no bañado por la luz del día. Pero la libérrima administración de la luz decidida por Carracci, para simbolizar el valor supremo dela Resurrección, permite apreciar la que desprende la túnica del ángel, joven imberbe, alado, sentado, que señala la tumba vacía. Junto a él, María Magdalena, a la que identificamos porque enjugó con sus cabellos los pies de Cristo, y María la de Cleofás, escuchan admiradas. El color de los ropajes no es casual. Si quien protege con sus manos la mixtura para limpiar el cuerpo de Jesús lleva un manto rico, signo de una regalada vida anterior a la conversión y el seguimiento con los discípulos, la Virgen, el personaje más alejado del grupo, lleva un atuendo acorde con los cánones al arte cristiano. Túnica roja y manto azul.

Carraci es pintor de enigmas, de misterios, de símbolos que flotan en el ambiente de sus lienzos. Al fondo aparecen un caballo, jinete y escudero de paso. ¿Hacia dónde? Más atrás, lo que parece ser ¡un minarete! ¿Qué quiere decir exactamente los gestos de las manos de la Virgen y sus compañeras, unas manos masculinas a diferencia de la que puede distinguirse en el ángel, delicada y fina? Tampoco es accidental que María de Cleofás se pise el manto, no puede serlo. Dos Marías aparecen calzadas con sandalias. Sólo la Virgen y el ángel no calzan sus pies. Quizá porque… ellos ya han visto a Cristo. Quien escribe estas líneas escuchó decir a un jesuita, en una ocasión, que no le cabía la menor duda: la primera persona a quien se apareció el Señor tras resucitar tuvo que ser necesariamente su Madre. ¿A quién si no?

Andrés Merino Thomas

 

A mano alzada /// La historia del lienzo es singular, como refiere Tatiana Bushminá en el catálogo de la exposición: pintado por encargo de un anticuario boloñés, pasó después al Cardenal Agucci, acabando en la colección de Ascanio Filomarino, Arzobispo de Nápoles. Formó parte de la herencia de su sobrino, el duque Della Torre, que fue asesinado durante la invasión napoleónica. El hecho es que a principios del siglo XIX… el cuadro pertenecía a Luciano Bonaparte, hermano mayor del Emperador de los Franceses, quien lo vendería a un banquero británico, Coesvelt. La obra llegó finalmente al Hermitage en 1836.

 

“Las santas mujeres ante la tumba de Cristo resucitado” (1597-98)
Annibale Carraci (1560-1609)
Óleo sobre lienzo (121 x145.5 cm)
Museo Hermitage. San Petesburgo
Exposición: “El Hermitage en El Prado”
Organizan: Museo Nacional del Prado, State Hermitage Museum y Acción Cultural Española, en el marco de la celebración del Año Dual España-Rusia.
Patrocina: Fundación BBVA
Sede: Museo Nacional del Prado. Edificio Jerónimos. Salas A, B y C. Madrid.
Madrid, 8 de noviembre de 2011 a 25 de marzo de 2012
www.museodelprado.es
Artículo anterior“Sleeping Girl», de Roy Lichtenstein, un chica de 40 millones de dólares
Artículo siguienteLa Universidad Rey Juan Carlos abre Las Puertas de Europa