El primer autorretrato que un ser humano se hace por la mañana es ante el espejo. No importa la calidad del marco, la altura a la que el implacable lienzo esté colocado ni el tiempo que permanezcamos posando, involuntariamente o con toda intención, ante el testigo aparentemente mudo de un aspecto sobre el que no tenemos mucha elección. Habrá más ocasiones en el resto del día. Incluso más espejos. Pero hubo un tiempo en el que el espejo de tocador, sólo para el rostro, o el de vestidor para enjuiciar atuendos, participaba como magistrado implacable en el tribunal que decidía atravesar la salida de alcobas o residencias burguesas. Y una mujer que vivió la pintura, y pintó la vida, la impresionista Berthe Morisot, como ha recordado Paloma Alarcó en el catálogo de la muestra que comisaría y a la que queremos referirnos, nos recuerda desde un cuadro conservado en el Museo Thyssen-Bornemisza el poder evocador de la intimidad luminosa, la serenidad cálida de lo cotidiano. Hablamos de “El espejo psiqué”, ese cristal amable que la artista pintó en 1872 y que hoy forma parte de la exposición que la pinacoteca madrileña dedica a la obra de la gran maestra del impresionismo. Más de cuarenta obras –treinta de ellas procedentes del extranjero- que, por primera vez en España, narran la singularidad de Morisot. Casada con un hermano de Manet, fue la primera pintora que se unió al novedoso movimiento que nació en la mítica primera Exposición Impresionista de 1874. Fue un caso excepcional, pues a pesar de su elevada procedencia social alcanzó gran éxito como artista con escenas tan cotidianas como la toilette con la que hemos comenzado estas líneas.

Nunca es suficiente recordar que una de las principales novedades del impresionismo residió en alejarse de las grandes escenas históricas, complejas y majestuosas, que había propugnado el academicismo de salón. Apostar por el paisaje siempre era un recurso, pero al contemplar la composición de Morisot es imposible no pensar en el mérito de una mujer que pintaba a otra vistiéndose. El agrado que produce contemplar las pinceladas reside sin duda en su delicada factura, en la suavidad con la que deslizó el pincel. Casi oímos el sonido con el que rozó el lienzo. No puede discutirse que desde los bosquejos iniciales la preocupación inicial fueron los reflejos de la luz. Incluso al trazar las líneas rectas del espejo imperio. La postura de la protagonista nos invita a pensar que la forma de vestirse a diario era sistemática, pausada, delicada. Que cuidaba su ropa y se interesaba por la moda, pero por supuesto también por su aspecto físico. Pero conociendo la trayectoria vital de Morisot, muy probablemente la joven tuvo inquietudes culturales, sociales… No se resignaría al papel que el mundo de su tiempo le reservaba. Una cinta negra en su cuello quizá responda al uso de la temporada parisina, pero quizá también era símbolo de un lazo que retenía. Su codo encallecido, ¿no respondería a largas lecturas, apoyándolo en la mesa, junto al quinqué que daba luz en las horas nocturnas?

Es difícil conceptualizar lo que podría ser un retrato de mujer ante espejo de cuerpo entero, pero también interior de alcoba, de boudoir, vestidor, escena íntima… La presencia del sofá tapizado a juego con las cortinas aporta una sensación de intimidad rotunda que nos invita a participar de las reflexiones de la retratada, pero a la vez a respetar su mirada perdida en la lejanía del cristal.  Porque está en pie ante un espejo que no juzga. Un espejo en el que otro yo nos recuerda, que cada vez que miramos hacia dentro, estamos pintando un momento que nunca más se repetirá.

Andrés Merino Thomas

A mano alzada /// El espejo de cuerpo entero empleado en el retrato,, también denominado psique, del estilo de los que  comenzaron a  fabricarse en tiempos de Luis XVI, estaba en el dormitorio de la pintora en su residencia en el parisino barrio de Passy, y fue heredado por su hija Julie. En la actualidad forma parte de la colección del Musée Marmottan, y ha sido trasladado a la exposición en el Museo Thyssen Bornemisza, donde puede ser contemplado junto al cuadro para el que se utilizó.

“El espejo psiqué” (1876)
Berthe Morisot (1841-1895)
Óleo sobre lienzo (65 x54 cm)
Museo Thyssen Bornemisza. Madrid

Exposición: “Berthe Morisot. La pintora impresionista
Organiza: Museo Thyssen-Bornemisza
Colabora: Musée Marmottan Monet de París
Sede: Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid.
Comisaria: Paloma Alarcó
Fechas: Madrid, 15 de noviembre de 2011 a 12 de febrero de 2012
www.museothyssen.org

 

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5 COMENTARIOS

  1. He ido dos veces a ver esta exposición y, desde luego, en ante este cuadro donde más tiempo he estado. Estás también ante tu propio espejo. Parece que si miras al cuadro, rompes esa intimidad que refleja la escena, pero no. Te metes en ella, participas de ese momento íntimo, porque la del espejo puedes ser tú. Me ha parecido este artículo sublime. Gracias

  2. Puedo esperar sin consultarle al tiempo,
    mirar como la luz se posa cálida en tu rostro,
    negarme un deseo de mi cruel instinto,
    para retratar tu tímido gesto.

  3. leido el articulo, veo un denominador comun para todas las personas ineteresadas por el arte a traves de la historia asta nuestros dias, el saber no quita lugar y siempre aprendemos algo nuevo, me parecen inetresantisimas estas noticias que relajan nuestra persona y embelesan el conocimiento, gracias

  4. Una vez leidos los comentarios anteriores me ratifico en la sensación personal que iba a transmitir.
    Andrés Merino Thomas, fiel historiador y profundo analista de arte, nos asombra gratamente con la sutileza de estos comentarios: «El primer autorretrato que un ser humano se hace por la mañana es ante el espejo» y qué de «Casi oimos el sonido con el que rozó el lienzo» ?
    Nada más que añadir. Gracias.

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