El Museo del Prado proporciona en estas semanas una nueva contribución al conocimiento de la pintura de la Escuela española a través de una muestra en la que se ponen de manifiesto las recientes investigaciones de uno de sus más significativos maestros, José de Ribera, también conocido como “El Españoleto”. Nacido en Játiva en 1591, su etapa de juventud en Roma y los primeros años tras su establecimiento en Nápoles centran la exposición que, a través de treinta y dos de sus obras, nos acercan a un estilo naturalista que resitúa y precisa su adscripción al tenebrismo de Caravaggio, al que incorpora luz y color forjando así un estilo propio que le consagra como uno de los grandes pintores del XVII.

Una de las obras de mayor interés para el visitante es “Juicio de Salomón”, un óleo sobre el lienzo de su etapa romana. El relato de la Historia Sagrada es uno de los de mayor contenido pedagógico del Antiguo Testamento. Ribera recoge el momento cumbre del capítulo III del segundo Libro de los Reyes, en el que la verdadera madre del niño vivo suplica al monarca por la vida de su hijo. Cuatro personajes serían en principio suficientes para recrear la escena, y como tal, el pintor parece haber centrado en ellos la acción del pasaje bíblico. Un Salomón sedente, de cuyo trono sólo adivinamos una firme garra que acaso simboliza decisión. A su derecha, una firme columna junto a la que se asienta una cortina roja, doble signo de majestad soberana, pero sin duda también ese velo del templo santo del que es guardián… No podemos distinguir los frisos sobre los que se eleva para impartir justicia, pero  sí constatar que su mano sólo se alza hasta la horizontal. ¿Frenada por la súplica de la madre sincera, que no llega a tocar su brazo?, ¿Queriendo significar que su sentencia es hoy sólo en apariencia terrenal? La misma madre que quiere impedir que el soldado emplee su espada concentra buena parte de la luz de la escena. Y toda la acción. Porque de la que señala con una mano a su hijo fallecido, ya presa de la luz gris de la muerte, no distinguimos otro brazo suplicante. Ambas mujeres comparten en sus vestiduras el color verde, como si fuera en Ribera cromatismo descriptivo de las suplicantes, como en la Marta que identificamos en “La resurrección de Lázaro (hacia 1616, Museo del Prado) o en la Magdalena del “Calvario” (1617-18, Museo de Arte Sacro de Osuna, Sevilla). El cuarto personaje, dispuesto a ejecutar la sentencia, aparece de la penumbra para tomar su brazo y ejecutar al niño vivo, siendo probablemente el más claro testigo del origen caravaggieresco del arte de Ribera.

Además de las cuatro figuras descritas, las demás que conforman la composición ofrecen numerosos interrogantes. El más representativo es la repetición del personaje que, a la derecha en primer plano, extiende su mano hasta casi superponerla al niño vivo. Es el Santo Tomás que Ribera retratará en una serie de los Apóstoles realizada poco tiempo más tarde, por lo que quizá el lienzo pueda entenderse como ensayo de figuras posteriores. También lo es, a su derecha, San Bartolomé. El cuadro alcanzó tal importancia que el historiador del arte Roberto Longhi, con muy razonadas dudas sobre su autoría, al estudiar ésta y otras obras con muy semejantes trazos, las adscribió a un posible “Maestro del Juicio de Salomón”, como señala en la correspondiente ficha del catálogo de la presente muestra Gianni Papi, el mismo especialista que decidió su adscripción definitiva a Ribera en 2002. Pero con lástima constatamos el confuso y excesivo tecnicismo del volumen dedicado a la presente exposición, dirigido en exclusiva al debate científico y con casi inexistentes referencias a materiales históricos atractivos para el gran público que visita la más importante pinacoteca española.

Andrés Merino Thomas

“Juicio de Salomón” (1609-1610)

José de Ribera

Óleo sobre lienzo (158 x 200 cm)

Galleria Borghese. Roma

Exposición: “El joven Ribera

Organiza: Museo Nacional del Prado

Sedes: Museo Nacional del Prado. Edificio Jerónimos. Sala C

Comisarios: Javier Portús (Jefe de Conservación de Pintura Española del Museo del Prado) y José Milicua (Catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona)

Madrid, 5 de abril a 31 de julio de 2011

www.museodelprado.es

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2 COMENTARIOS

  1. Es interesante dar a conocer el Ribera joven, pero es mucho mejor el Ribera de la madurez. De hecho, la manera ‘caravaggesca’ de este cuadro del Juicio de Salomón no logra la tensión y la veracidad humana de las figuras y composiciones de Michelangelo Merisi da Caravaggio. Este de Ribera (si de verdad es de Ribera) es un cuadro en que todo parece congelado por mucho virtuosismo que tenga. No me extraña que el catálogo sea técnico, hasta me parece bien. Habrá que ir a ver la exposición, sobre todo para sentir la sana envidia de aquellos pintores que ya de jóvenes dominaban el oficio a tales niveles. De todas formas, siempre que sea posible, cuando se hacen estos meritorios esfuerzos no estaría de más añadir cuadros de la madurez para que el visitante se haga una idea más cabal del recorrido del pintor. Si además hubiera entre los cuadros algunos de Caravaggio, e incluso de los pintores que al mismo tiempo que Ribera imitaron la ‘maniera’ del maestro, la exposición adquiriría un valor artístico y pedagógico mayor. En este tipo de sugestivos cotejos la reciente exposición de la Galleria Borghese sobre Cranach es un buen ejemplo. Pienso que el Prado no debería ser menos.

  2. Una vez más, Andrés Merino Thomas nos deleita en la comprensión y admiración de una obra de arte gracias a la presentación y análisis de la misma tanto desde el punto de vista artístico como histórico.
    Permítaseme, también, mencionar el crítico comentario de Ramón Puig aquí incluido. Vale.
    Gonzalo Cuesta.

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