30 de octubre de 2007 – 20 de abril de 2008.

Nuevas salas de exposiciones temporales del Museo del Prado.

El Museo del Prado inaugura las nuevas salas de la ampliación devolviendo a la luz pública su excepcional colección del siglo XIX tras un largo período de inaccesibilidad durante el que se ha acometido una profunda revisión de la misma y una completa campaña de restauración que han propiciado no solo la celebración de esta exposición sino también la posibilidad de abordar por primera vez la publicación de un exhaustivo catálogo que reúne las obras maestras de esta colección. Con la simultaneidad de ambos proyectos, exposición y catálogo, el Museo propone al público el redescubrimiento del arte español desde el último cuarto de siglo de vida de Goya hasta la fecha del nacimiento de Picasso, dos grandes nombres de la historia del arte universal entre los que se inscribe todo un siglo en el que tuvo lugar el triunfo de varias generaciones de artistas.

De Goya a Sorolla

La presentación de El siglo XIX en el Prado en las grandes nuevas salas de exposiciones temporales, con una selección de 95 pinturas y 12 esculturas que resumen la historia del arte español del siglo XIX, de Goya a Sorolla, ha sido la fórmula elegida por el Museo para saldar su deuda con estos grandes maestros a los que hasta ahora no se había otorgado el espacio y visibilidad que merecen.

Recorrido
La muestra se articula en nueve secciones ordenadas cronológicamente y en función de las diferentes corrientes o formas de expresión artística que se sucedieron a lo largo del siglo XIX.

El primer gran ámbito de la exposición (sala 1), se abre con una sección dedicada a Goya y el Neoclasicismo en la que se muestran algunos de los retratos decimonónicos más emblemáticos de Goya, como la Marquesa de Santa Cruz, junto con otras pinturas de los artistas con los que el aragonés convivió de forma natural durante más del primer cuarto de siglo, como Retrato del pintor Francisco de Goya, de Vicente López, o La muerte de Viriato, de José de Madrazo. El recorrido continúa con una sección dedicada a El Romanticismo, que agrupa la obra de los principales exponentes de esta corriente tan popular del XIX español: Leonardo Alenza, Gerardo Pérez Villamil, Eugenio Lucas y Antonio María Esquivel. Tras ellos, Federico de Madrazo y el purismo académico ocupa el tercer apartado de la exposición, dando paso a otra sala dedicada en exclusiva al gran maestro Eduardo Rosales con su famoso lienzo Doña Isabel la Católica dictando su testamento como protagonista.

El siguiente ámbito de la muestra (sala 2) comienza con La pintura de Historia, un espectacular conjunto en el que se incluyen algunas de las pinturas más impresionantes de las colecciones modernas del Museo y en las que se han forjado algunos de los grandes iconos de la cultura contemporánea española para generaciones enteras, como Doña Juana la Loca, de Francisco Pradilla, Los amantes de Teruel, de Antonio Muñoz Degrain, La rendición de Bailén, de José Casado del Alisal, o el Fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert.

Algunos de los cuadros que se muestran pesan más de 400 kilos y han necesitado diez personas para poder ser colgados en las salas.
La restauración de la pintura del siglo XIX, según José Luís Díez, Jefe de Conservación del Museo de El Prado, es mucho más difícil que otros siglos. En estas obras que se presentan se han realizado restauraciones magistrales que permiten ver las pinturas en su esplendor.

Tras estos monumentales cuadros, la exposición adquiere un tono más intimista en la última sala (sala 3) que se abre con El paisaje realista protagonizado por Carlos de Haes, dando paso a la pintura y escultura de Fortuny y su círculo.

Aquí se puede admirar desde el realismo exquisito y virtuosista de Mariano Fortuny, con obras como Viejo desnudo al sol o Los hijos del pintor en el salón japonés, hasta la pintura cosmopolita de Raimundo de Madrazo o Martín Rico.

Del Realismo al fin del siglo.

El penúltimo apartado de la exposición muestra el desarrollo de la pintura decimonónica Del Realismo al fin del siglo, con exponentes como Francisco Domingo Marqués o Ignacio Pinazo.

Por último y desembocando en el lenguaje más audaz y moderno de fin de siglo, la muestra concluye con una sección dedicada a Sorolla y Beruete, donde se pueden contemplar lienzos tan universales como ¡Aún dicen que el pescado es caro! o Chicos en la playa.

El nuevo destino de la colección

Seleccionadas con el mismo rigor y exigencia de calidad que las demás obras que forman parte de la colección permanente del Museo, expuesta en el edificio Villanueva, las más de cien obras que conforman la exposición se integrarán en el discurso histórico del Museo a partir de la clausura de la misma, como parte de la otra ampliación del Prado (la que se producirá en su sede tradicional gracias a la liberación de espacio expositivo con el traslado de distintas dependencias y servicios a los nuevos espacios).

La colección más desconocida de El Prado.

A pesar de constituir los fondos más numerosos del Museo y la colección de pintura moderna española más importante del mundo, la colección del siglo XIX del Prado ha sido hasta ahora la más desconocida.

El menor conocimiento de esta colección en comparación sobre todo con el resto de colecciones del Museo se debe en gran parte a su presencia tangencial frente al protagonismo de las colecciones históricas, al haberse expuesto tradicionalmente al margen de estas -en el Casón del Buen Retiro- desde su ingreso en el Museo del Prado en 1971, -procedentes del desaparecido Museo de Arte Moderno, hasta 1997, fecha desde la que no se habían vuelto a exponer ya que el Casón fue cerrado para acometer sus obras de reforma y ampliación.

La inmediata integración del siglo XIX junto al resto de la colección permanente del Museo pretende paliar de forma definitiva el menor conocimiento de estos fondos situándolos al mismo nivel de visibilidad que las obras que han dado fama internacional al Prado.

La exposición cuenta con el patrocinio de BBVA que celebra de esta forma su 150 aniversario. «La exposicion El siglo XIX en el Prado, en las nuevas salas de la ampliación, es el mejor regalo» comenta, Javier Ayuso, Director General de BBVA.

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1 COMENTARIO

  1. Colecciones del Museo de Arte Moderno. Creada por real decreto el 4 de agosto de 1894 como Museo de Arte Contemporáneo, esta institución cambia su nombre antes de ser inaugurada, en 1898, por el de Museo de Arte Moderno, menos comprometido con la actualidad inmediata. Venía a dar respuesta a una situación concreta: la necesidad de un centro oficial destinado específicamente a dar cobijo al arte del último siglo, expresada por varios artistas de relevancia, como Vicente López, Antonio María Esquivel, Jenaro Pérez Villaamil, Rafael Tejeo, Vicente Gimeno, y Alejandro Ferrant en 1847 en el escrito dirigido a Isabel II titulado «Exposición que elevan a S.M. Varios artistas para la fundación de un Museo Histórico Nacional de Arte Contemporáneo». Si bien no existía entonces tal museo, lo cierto es que, entre 1843 y 1853, los catálogos del Museo del Prado contienen una breve sección titulada «Escuelas contemporáneas de España», en la que se incluyen obras de muchos de los artistas mencionados. También el Museo Nacional de Pinturas o Museo de la Trinidad incorporaba en sus catálogos una «Galería de cuadros contemporáneos», que recogía obras adquiridas en las Exposiciones Nacionales -iniciadas en 1856- y algunas donaciones. Pero cuando, en 1870, el Museo de la Trinidad se integra en el Prado, solo una pequeña parte de los fondos decimonónicos de aquél se incorporan a éste, quedando la mayoría restante depositada, a espera de destino, en el Ministerio de Fomento. Para solucionar este problema, y para «sostener al lado de las grandes obras de nuestros maestros la reputación del arte contemporáneo», una vez acabado el Palacio de Bibliotecas y Museos del paseo del Prado, el Ministerio de Fomento decide crear y alojar allí al que iba a ser el Museo de Arte Moderno. En 1895, de nuevo por real decreto de 26 de octubre, se establece el límite cronológico de sus colecciones en la figura de Goya, «ultimo representante de la antigua pintura española». El Museo debía partir de «la época en que las teorías estéticas puestas en práctica por David o ­Canova e introducidas en España a principios del presente siglo, cambiaron la corriente del arte nacional». Aceptando este criterio, que quería ser de «carácter universal», para equiparar el arte español al de las «naciones cultas», el Museo abría sus colecciones «con los lienzos de Madrazo y demás discípulos de ­David, y la escultura con las estatuas y bajo relieves de Alvarez y Solá». Como criterio adicional, las obras de la colección debían reunir alguna de las condiciones siguientes: haber sido premiadas en las Exposiciones Nacionales, considerarlas la Academia de Bellas Artes de San Fernando dignas de ser adquiridas por el Estado y haber fallecido sus autores, o tratarse de envíos de los últimos años de los pensionados de la Academia de Roma. Por último, se contemplan también las adquisiciones de obras de artistas vivos de reconocido mérito, a criterio de la Real Academia de San Fernando. El Museo se dividiría en dos departamentos: pintura y escultura. En 1915, otro real decreto de 19 de febrero introduce una condición más: las obras de las colecciones del Museo debían ser de autores españoles. Con estas premisas se va gestando a lo largo del siglo XX la colección oficial de arte del siglo XIX que en la actualidad forma la sección decimonónica de las colecciones del Museo del Prado. Cuando, en 1899 se publica el Catálogo provisional del Museo del Arte Moderno, cuya segunda edición es de 1900, se recogen seiscientos noventa y tres cuadros y dibujos, entre ellos ciento ochenta y tres de Carlos de Haes donados por sus herederos. Desde entonces la colección no es objeto de ningún otro catálogo hasta el aparecido en 1985, prologado por el director del Prado Alfonso E. Pérez Sánchez y realizado por Joaquín de la Puente, subdirector y conservador del Casón del Buen Retiro. Este nuevo catálogo, que comenta obras de casi un centenar de artistas, refleja la presencia en las colecciones españolas de géneros como el costumbrismo o la pintura de historia, y de movimientos como neoclasicismo, romanticismo o realismo, al tiempo que señala la ausencia de otros como el impresionismo o el posimpresionismo. Por otra parte, y aunque la gran mayoría de las obras inventariadas son de artistas españoles, existen excepciones como Alma Tadema o Théophile van Rysselberghe. Hay que señalar también que esta colección, al considerarse desde 1971 como la sección contemporánea del Museo del Prado, excepcionalmente llegó a albergar obras del siglo XX que hoy, después de una reordenación de las colecciones estatales, figuran en las del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Es el caso de las obras de Juan Gris pertenecientes al legado de Douglas Cooper o, sobre todo, las correspondientes al legado Picasso, cuya obra fundamental es el Guernica. De hecho, la historia de esta colección está muy ligada a las colecciones artísticas oficiales de arte del siglo XX, pues entre 1894 y 1971 el Museo de Arte Moderno fue añadiendo a su colección de partida otras obras de actualidad siempre que reuniesen los requisitos antes mencionados. Así, a la colección del XIX va sumándose en el propio Museo una colección de arte del siglo XX destinada a crecer y a tomar más protagonismo en la vida de la institución que la del siglo precedente. A lo largo de su historia, el Museo de Arte Moderno intenta integrar en sus salas los fondos de ambos siglos, algo que se consigue con especial fortuna bajo la dirección de Juan de la Encina, durante los años de la Segunda República. Pero las actividades del centro, entonces y después, relegaron en gran medida a un segundo plano el arte del siglo XIX, que era visto como un lastre para la imagen de modernidad que se quería dar al Museo. Por esta razón, en 1951 se decide separar ambas colecciones, que pasarían a formar, respectivamente, los fondos de dos instituciones diferentes: el Museo de Arte ­Moderno (siglo XIX) y el Museo de Arte Contemporáneo (siglo XX), ambos con sede en dependencias del edificio de la Biblioteca Nacional. Esta situación permanece hasta que, en 1968, se decide fundir de nuevo ambas colecciones bajo el nombre de Museo Español de Arte Contemporáneo. Sin embargo, muy poco más tarde, en 1971, las obras del siglo XIX pasan definitivamente al Museo del Prado, quedando instaladas en el edificio del Casón del Buen Retiro, que ocuparon hasta 1997.

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